Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

José Gómez Sandoval

POZOLE VERDE

*Arrebatos carnales / 1

Los conspiradores

El refugio de los conspiradores es un programa de canal 40 en el que cuatro individuos desembozados arman tremenda bulla alrededor de temas históricos o literarios, mientras toman una copa de vino (de vez en cuando un chocolate caliente), en un escenario de supuesto abandono y entre coloridas penumbras. Lo de bulla viene porque, tratándose de un programa cultural, El refugio resulta muy interesante e incluso divertido. El encuentro parece informal y las opiniones espontáneas, pero muy bien informadas. Sobre personajes y episodios de la vida nacional bordan lo sabido y lo ignorado, con la relativa seriedad de una charla clandestina plantean nuevas hipótesis y echan chismes biográficos, históricos o políticos sabrosos.
El historiador de apellido Arreola es el más joven de los cuatro dichosos conspiradores. Los otros tres pintan canas: Eugenio Aguirre, Benito Taibo y Francisco Martín Moreno. Primero fue el programa. Luego, tras los cristales de una librería, el nombre completo del tal Moreno sobre un libro de portada cubierta con finas sábanas rojas y sugerentemente revueltas sobre las que se posa el águila que devora una serpiente que la hace de símbolo nacional. Se llama: Arrebatos carnales. Es el libro que nos ocupa.

Quién se lo iba a imaginar

Arrebatos carnales anuncia bajo el título o quizá sólo en la portada: Las pasiones que consumieron a los protagonistas de la historia de México. El libro es gordo, casi llega a las 450 páginas. Si dividimos 450 entre seis, a cada protagonista le tocan unas 75 páginas para hacernos saber, por medio (o intermediarios) narrativos diferentes, el contexto y el presente histórico y sentimental en que fueron cachados en arrebato.
Advirtamos, para empezar, la ardua investigación histórica, documental, sobre la que Francisco Moreno monta el trabuco de la información que detectivescamente consiguió en torno a las pasiones que consumieron a Maximiliano y Julieta, a Porfirio Díaz, José María Morelos, José Vasconcelos, Francisco Villa y Sor Juana Inés de la Cruz. En cada caso, cuando uno cree que semejantes calenturas son resultado de la imaginación comprometida del autor, éste mismo se reintegra crédito al disponer frente a nuestra incredulidad el documento (oficio, carta, etcétera) en que basa su elucubración y hasta la referencia para localizarlo en Internet. A veces engorda el caldo y deja el hueso para después. Con más frecuencia, lo que pasa en la nación y en la vida de los protagonistas ocurre alternadamente y procrea nudos inverosímiles y correosos. Entre el dato duro y verificable y el lirismo cachondo que hace a las sábanas protagonistas, Martín Moreno esboza la sensibilidad íntima de los figurones culturales y políticos de la que tanto nos priva la historia heroica, fortaleciendo (casi hasta explotar) el lado humano que nos faltaba de ellos.

Maximiliano y Carlota

Así se presenta el relator de este episodio: “Yo, Carlos Bombelles, el conde Carlos Bombelles, título de nobleza heredado de mi padre, escúchame bien, fui el primer hombre que besó a Maximiliano escondidos en cualquiera de los cuartos del castillo de Schönbrunn en 1840, cuando ambos contábamos con tan sólo ocho años de edad”. Ya nos hizo saber que Maximiliano era homosexual y que también disfrutaba de las mujeres. “¿Sabías –pregunta– que Maximiliano de Habsburgo era nieto de Napoleón, sí, el emperador de los franceses y rey de Italia?”. Napoleón II le envía una carta con el fin de que Maximiliano conozca la verdad de su nacimiento “con la esperanza de que la conozcáis en un momento en que os sea posible pensar en libertad”.
Carlos Bombelles plantea los lazos reales de Maximiliano y de Carlota, la simpatía con que se veían, de solteros, y la distancia que los separó poco después de haberse matrimoniado. “Cuando el amor de la pareja alcanzaba su máxima expresión, llegó a oídos de ella que su marido había pasado la noche con tres musculosos esclavos negros provenientes del África septentrional, la mejor bacanal de nuestra existencia a la que yo también fui cordialmente invitado…”. Bombelles presume que la luna de miel que Carlota iba a pasar con Maximiliano, éste la pasó con él. A estas alturas Moreno ya nos mostró qué tan dentro de las sábanas es capaz de contar. “¿Su luna de miel…? ¡Qué va…! ¡Nuestra luna de miel! En mi memoria sólo hay espacio para volver a vivir las caricias que intercambiamos Maxi y yo, los besos interminables cuando despertábamos fundidos en un solo abrazo, entrepiernados, sudorosos, hechizados por el lenguaje de nuestros cuerpos en el interior de nuestro camarote…”.
Luego la pareja “recibió un segundo golpe del que nunca pudo recuperarse”: tras estrellarse, ambos, contra un muro, “ella abortó a su primer hijo en condiciones desastrosas. El futuro heredero de la casa Habsburgo y de la belga fue tirado a los basureros reales envuelto en paños ensangrentados”.
Relaciones reales y familiares e información sobre el conflicto que libraban conservadores y liberales mexicanos tejen el entramado del viaje de Maximiliano y Carlota al Imperio soñado (“¡Oh!… ¿Es que no sabéis que los mejicanos son unas criaturas horribles, con semblantes patibularios, que saquean los palacios reales?”, les advertían). Como en los demás episodios, Moreno combina panoramas históricos, sociales y políticos con el detalle personal que no falta en una buena novela romántica. Como, al fin de cuentas, todo desemboca en sábanas rojas e imperiales, con el dolor de la computadora nos saltearemos las discusiones sobre las Leyes de Reforma y el caro y exquisito menú imperial que se ofreció en el banquete con que los conservadores recibieron a Maximiliano.

La India Bonita

En la casa de campo Borda, en Cuernavaca, se encontraban Maximiliano y Carlos Bombelles. Ahí, desayunando, Maximiliano se quedó pegado de la figura morena y el olor a heliotropo de la cocinera. Para Max, Concepción Sedano “no camina, flota”, y en cuanto pudo, impulsiva e imperialmente, le agarró las nalgas. Los celos de Bombelles incentivan la prosa: “… Max disfrutaba sonriente el acceso a lo prohibido, a lo nuevo, a lo diferente. No perdía de vista cuando Conchita cruzaba el jardín con su eterna blusa blanca, escotada y su falda floreada de gran vuelo, cargando una cubeta con ropa sucia… En los desplazamientos de esta diosa de la selva… no retiraba la vista de sus senos que se agitaban escondidos tras esa breve gasa de la que ya la había desprendido tantas veces para llenar sus manos y su boca con esos, para él, carnosos y jugosos frutos del trópico”.

El teniente de la emperatriz

El teniente Alfred Van der Smissen era el comandante de la guardia personal de Carlota. El propio Leopoldo, rey de Bélgica, lo había enviado para que cuidara a su hermana. Como Maximiliano se la pasa en Cuernavaca, con Bombelles y Conchita Sedano, Carlota y Smissen tienen tiempo para pasear en lancha en el lago de Chapultepec y sincerarse: “Me equivoqué, Alfred –diría ella–, me equivoqué con Maximiliano, un cobarde, un sodomita, un irresponsable respecto de sus obligaciones políticas, y me volví a equivocar al venir a México a encabezar un imperio que pronto se derrumbará y del que sólo podremos salvar, si bien nos va, la vida, porque el honor y la dignidad se habrán perdido para siempre…”.
La fama de audaz que había ganado en la guardia real de Bélgica y persiguiendo juaristas en México, el joven, musculoso y güero Van der Smissen la refrendó embarazando a la merita emperatriz Carlota.

Casos perdidos

“En uno de los primeros días lluviosos de mayo de 1866, Maximiliano y Carlota sostuvieron una conversación que jamás hubieran llegado a imaginar”. Verbigracia, se dieron hasta con la cubeta. El Imperio estaba perdido y Carlota iba a tener un hijo.
“Claro que Maximiliano aceptó, fuera de sí, el haber embarazado a Concepción Sedano… sólo que ése era un privilegio reservado a los hombres, tal y como el padre de Carlota y su propio hermano Leopoldo habían tenido hijos fuera del matrimonio”. Una mujer que se deja embarazar por alguien que no es su marido es una casquivana, una perdida… Además, “Tú no quisiste intentarlo conmigo después de aquella noche en la isla Madeira”, reclama Max.
“–¿Y cómo querías que lo intentara si me dabas asco después de haberte acostado con no sé cuántos negros?… Si te sabías sodomita, ¿por qué te casaste conmigo?
“–Por tu dinero, Carlota, tú siempre lo supiste… No podías ignorar que a la mujer que yo verdaderamente amé fue a aquella princesa portuguesa, Amalia de Braganza”.
Dije que en esta charla se dieron hasta con la cubeta, cuando debí haber puesto “hasta con la corona”:
“–Eres una cualquiera, Carlota, no vengas ahora a enrostrarme debilidades imposibles de probar con tal de salvar tu prestigio aquí en México y en Europa. ¿Qué tal la famosa Carlota, la famosísima Mamá Carlota convertida en una vulgar putita?
“Y tu madre, la también famosa, famosísima archiduquesa Sofía, ¿no se acostó con Napoleón II y se embarazó de él estando casada con Francisco Carlos, de donde naciste tú? ¿No eres igualmente un bastardo, sólo que tu madre supo cobijarte para no dañarte, de la misma manera en que yo te suplico que reconozcas a este niño que ya vive en mis entrañas para darle un futuro político que no tendrá en ningún caso tu hijo con la India Bonita…?”.

El plan de Carlota

Ante la negativa de Maximiliano a aceptar un bastardo en Chapultepec, y dado que el Imperio es un caso perdido, Carlota idea un plan “para que pueda salir decorosamente de este entuerto” y pide a Maximiliano que, por favor, en nombre de la amistad que se tuvieron, lo acepte… “Viajaría a Europa con el pretexto político de tratar de convencer a Napoleón III y al propio Papa del daño que ocasionaría si los soldados franceses que lo sostenían fueran repatriados. Le explicaría que Juárez fusilaría a Maximiliano de llegar a echarle la mano encima. Ella, Carlota, adoptaría el papel de embajadora ante la emperatriz Eugenia para inducirla a cumplir su palabra, a influir para que se mantuviera el apoyo militar con el ánimo de evitar que los indios se los comieran vivos…”.
No pide a Maximiliano que acepte la paternidad del hijo de Smissen. Quiere que la cubra como amigos. Maximiliano pregunta cómo iba a disimular su embarazo y qué va a hacer cuando el niño nazca, allá por enero de 1867. Entonces Carlota revela el pretexto que tiene para esconderse de curiosos e inoportunos, el mismo que estremece a investigadores y hace que a Fernando del Paso (y a las actrices que escenifican el monólogo de Carlota en Noticias del Imperio) se le pongan los pelos de puntitas:
“–Fingiré estar perdidamente loca para que me recluyan por lo pronto en un departamento privado de la corte austriaca, y nacer el niño en Miramar seré trasladada sola a Bélgica en donde mi hermano me ayudará a educar a mi hijo en cualquier país europeo”.
¡Eso dijo, según Martín Moreno, la desdichada emperatriz!
“–¿Te harás la loca?
“–Así es, fingiré demencia, me ocultarán y nadie podrá verme…”.
Max se resiste, pero Carlota, más que cuerda, afirma que reyes y cortesanos callarán el secreto porque les conviene. Ora que “Si salen a decir que el hijo tuyo no es tuyo y que yo soy una casquivana, entonces te exhibirán a ti como un cornudo y más tarde precisaré la situación publicando tus debilidades, las de tu madre y las de tu padre, otro cornudo. Sé, además, de varias parrandas en las que se ha visto envuelta Sissi, que tu hermano ha tratado de ocultar a cualquier precio… ¿por qué divulgar la ruindad familiar?…”.
“–Es chantaje vil y puro.
“–No, no lo es, cubrámonos las espaldas”.

Adiós, Mamá Carlota

En junio de 1866, Maximiliano despidió a Carlota (que se embarcaría en Veracruz, rumbo a Saint-Nazaire) y al volver encontraría una carta en que exige a Maximiliano que no abdique y que sea fiel a su estirpe real (“los reyes no deben rendirse ante la derrota”) y a su destino. Al último se va con todo, ya no sabe uno si estimulando el heroísmo de su ex o mandándolo de cabeza al pozo:
“De lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso. Partir como campeones de la civilización, como libertadores y regeneradores, y retirarse bajo el pretexto de que no hay allí nadie a quien regenerar… preciso es confesar que, tanto para unos como para los otros, sería el mayor absurdo cometido bajo el sol… Aunque estuviera permitido jugar con los individuos, no se debe jugar con las naciones, porque Dios las venga”.
Para acompañar a Carlota en su falsa empresa, Maximiliano destinó a “una de las personas que (Carlota) más había odiado en su vida”: a Carlos Bombelles.
Carlota se mostró loca de atar frente a Napoleón III; Pío IX la vio meter las manos en un caldero hirviente y quedó horrorizado. Registrado como de padres desconocidos, el hijo de Carlota era idéntico a Alfred Van der Smissen. Éste se dio un tiro 1897 sin haber nunca soltado la sopa.
Maximiliano fue fusilado en junio de 1867. Loca (fingida o, paulatinamente, de veras) y solitaria, a Carlota se le permitió “conservar el manejo de su fortuna, de la que formaba parte ¡un tercio del Congo Belga!…”. En 1909 era una de las mujeres más ricas del mundo. Entonces, el autor de estos Arrebatos carnales se hace el aparecido “en persona”: se pregunta si de veras Carlota estaba loca o nomás se seguía haciendo.
Carlota, princesa de Bélgica, Lorena y Hungría, archiduquesa de Austria, condesa de Habsburgo emperadora consorte de México, murió en estado de gracia el 19 de enero de 1927.

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