Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

José Gómez Sandoval

POZOLE VERDE

*Arrebatos carnales / 2

Imaginación y controversia

En la segunda de forros de Arrebatos carnales nos enteramos de que Francisco Martín Moreno es autor de México negro, México mutilado, México sediento, Las grandes traiciones de México, México secreto, México acribillado y México ante Dios. Bestsellers con títulos dramáticos, acusatorios, sedicentes. La interpretación diversa, la información sacada de la manga, el dato sorpresivo: la controversia, en fin, parece ser el motor de los episodios que conforman los arrebatos que venimos platicando. Las páginas que leemos se abren, también, como abanico de recursos narrativos. Martín Moreno puso a contar la historia de Maximiliano y Carlota al individuo que “más odiaba ella en la vida”. Enseguida, con el bonche de datos históricos a nancas de su imaginación, coloca a Porfirio Díaz en una silla de juicio celestial: como Dios ya le recordó que él sabe todo y le hizo saber que aquí manda él y sólo él, Porfirio se la pasa reconociendo las chingaderas (sic) que hizo en la vida y escupiendo pecados políticos y asesinatos que jamás hubiera querido recordar. Al rato, Pancho Villa se enfrentará con su propia conciencia.
Cierto: esto de los personajes de la historia dialogando con un conocedor de su vida de nuestro tiempo no es novedoso (en la televisión inglesa juntaron a Newton, Sor Juana, Edison y otros fantasmas ilustres a discutir entre ellos); al diálogo en una cápsula del tiempo recurrieron todos los historiadores que entrevistaron héroes mexicanos con motivo del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución; las Charlas de café con… fueron editadas por Grijalbo (2010), que con el libro regalaba josefas Ortiz, vicentes Guerrero e hidalguitos de plástico, del tamaño de las piezas de ajedrez.
El recurso del diálogo intertemporal, de suyo informativo y didáctico, es un arma cortante en manos de Francisco Martín Moreno. No escasean las virtudes y los logros de los protagonistas, pero aun éstos suelen mostrarse tras bambalinas o zancadillados por un dato novedoso o una revisión crítica e irónica. Martín Moreno escogió rincones secretos de la historia oficial y los pone, novelada e incisivamente, a discusión. A veces recuerdo personal, a veces dialéctica plática entre dos, los personajes litigan con el mismo énfasis con que el autor los indujo a revisar su vida y a sacar sus sábanas al sol.

Porfirio Díaz

Dios mismo tiene a Porfirio en el banquillo de los acusados. No entra enseguida a su vida sentimental. Primero lo ablanda con algunas de sus hazañas militares, desde que peleaba junto a los liberales hasta que se vistió de héroe al lado del general Ignacio Zaragoza, derrotando a los franceses, a los que volvió a vencer cinco años después, durante la Intervención, en Puebla. Y las batallas que falten. Pronto, en la bruma, Porfirio se acordará de Juana Catalina, “una vendedora de cigarrillos, de granos de cacao, añil y otros objetos…” Cata, la Didjazá, había salvado la vida a Porfirio en la batalla de Miahuatlán, al ocultarlo bajo sus faldas. “El agradecimiento sería eterno… Esa humilde campesina conquistó el corazón de Porfirio, quien, según cuenta la leyenda, mandó construir el ferrocarril de Tehuantepec especialmente para poder llegar hasta la casa de Juana Cata, su primer gran amorío, nada comparable, eso sí, con los sentimientos que despertó en él Delfina Ortega Díaz, su sobrina carnal, la hija natural de su hermana Manuela. ¡Claro que había tenido en sus brazos a la recién nacida con quien después engendraría varios hijos!”.
Antes de concentrarse en su sobrina, la memoria de Porfirio brinca más para acá y se acuerda de la Mujer de Tlalpan, “a la cual visitaba el presidente de la República a un mes escaso de la muerte de Delfina, su sobrina y esposa. El fruto de esa relación fue un niño que nació el primero de febrero de 1881… Porfirio lo recogió y encomendó su educación a Antonio Ramos… Recibió el nombre de Federico Ramos y con ese mismo nombre moriría porque el malvado chamaco y después adulto, plenamente consciente de su posición y de los privilegios a los que renunciaba, invariablemente se negó a cambiar su apellido por el de Díaz, a pesar de las súplicas del general, su padre, quien lo reconoció como hijo y veló por él en todo momento”.
A la soldadera Rafaela Quiñones la conoció en Huamuxtitlán, Guerrero, en 1866. Con ella tuvo “a su hija Amada, por la que Díaz tuvo una inagotable… debilidad durante toda su existencia”. Con Petrona Esteva no tuvo hijos.

Delfina o la Constitución por un casorio

Dios señala al tirano como traidor y golpista. Le recuerda su capacidad conspirativa, su oportunismo político y militar. Llegó al poder con la bandera de No Reelección y se quedó más de tres décadas en la Silla. Juró combatir el favoritismo y la corrupción mientras retacaba el Congreso con amigos y familiares, y su suegro, Manuel Romero Rubio, “el secretario de Gobernación…, entre tantos delincuentes más de tu gabinete, sin olvidar a tu hijo Porfirio, se enriquecieron ilícitamente y a manos llenas durante tu cadena de gobiernos… Acusaste de que se habían escarnecido los más altos principios de la democracia, cuando nadie los había escarnecido más que tú”. Dios, que lo sabe todo, ante el cual no puede ocultar nada, lo regaña a placer. Entre recriminaciones y “sorpresillas”, Porfirio va soltando prenda.
Delfina (1845) era hija de su hermana Manuela. Su padre, el doctor, botánico y cartógrafo Manuel Antonio Ortega Reyes, no la reconoció como hija y fue registrada como de padres incógnitos en Oaxaca. Martín Moreno sabe abonar el terreno: empieza –por ejemplo– con el joven Porfirio sintiendo “una extraña fascinación al observar cómo su hermana Manuela amamantaba a la recién nacida, en lugar de salir a jugar…” Enseguida dispone un entrecruzamiento histórico-sensual con maestría: “La niña creció durante los años de la guerra contra Estados Unidos de 1846. Alcanzó la plenitud de su infancia con la estrepitosa caída del último gobierno de Santa Anna…, en 1855. Entró abruptamente en la adolescencia con el estallido de la guerra de Reforma en 1858, en donde su tío escribió valientes páginas en el campo del honor. Escuchaba sus hazañas, sin embargo le resultaba imposible exponerle su admiración porque las condiciones impedían un encuentro que, por otro lado, hubiera resultado inútil ante la enorme diferencia de edades. El tiempo… continuaba tallando pacientemente el cuerpo de Delfina mientras la fama de Porfirio Díaz, como estratega militar, rebasaba los linderos del estado de Oaxaca”.
Porfirio, que le dobla la edad a su sobrina, envía una carta (en marzo de 1867, poco antes de la batalla del 2 de abril) donde se abre de capa y le manda una carta en la que le propone matrimonio. Pide que diga sí o no y aclara que si su respuesta es no, “yo me abstendré de casarme mientras vivas para poder concentrar en ti todo el amor de un verdadero padre”. Ella acepta. Se casan a larga distancia. Como Porfirio anda en Puebla, en el registro civil es representado por el Presidente del Tribunal de Justicia. La única que no fue a la boda fue su hermana Manuela. Al mismo tiempo nacía Amada, la hija que Porfirio tuvo con la guerrerense Rafaela Quiñones, a quien le consiguió marido y sustento.
El orgulloso y reacio doctor Ortega aceptó firmar como padre de la novia sólo después de que Porfirio enviara a dos matones a amenazarlo (“… él dice que prefiere una sobrina huérfana, antes que deshonrada…”). A su tiempo, impulsado por su poderoso yerno, Ortega llegaría a ser senador por Oaxaca.
Delfina le dio ocho hijos, de los cuales sobrevivieron dos. Del último parto salió muy enferma. Los médicos recomendaron su extremaunción. Ante su muerte irremediable, su amada Delfina le pidió que se casaran por la iglesia –hasta ahora vivían en concubinato, y tenían hijos–, para no morir en pecado y consumirse en el infierno. Porfirio le jura que así será, y corre a ver al arzobispo de México, Pelagio Antonio Labastida y Dávalos, “el mismo que entre otras traiciones nacionales había sido figura determinante en la llegada de Maximiliano”, quien se negó a casarlo “debido a los lazos de consanguinidad y a la excomunión de que había sido objeto Porfirio Díaz por parte del Papa Pío IX desde que el famoso liberal había también jurado someterse y aplicar la Constitución de 1857.
“El 7 de abril… Porfirio Díaz abjuraba. En su gobierno no sería aplicada la Constitución aun cuando ésta no se modificaría ni se reformaría para evitar escándalos públicos. Simplemente sería letra muerta de cara a la Iglesia”. Como fue.

Carmelita, el suegro y el complot

¡Eres un llorón, Porfirio!, le grita Dios, y le restrega en la nariz muchos ejemplos de cuando el militarote chilló. El Omnisapiente también le aclara cosas. Le hace saber la astucia y la traición de que era capaz su futuro suegro, Manuel Romero Rubio. Éste habría urdido un plan contra Díaz, para encaramar a Lerdo de Tejada; luego, él mismo delató el plan ante el dictador, para quedar bien con él. Para acabarla de amolar, Dios le enseña una carta (15-enero-1878) donde el “hipócrita suegro” presenta a su hija Carmelita “como si fuera una buena mercancía” y antes que a él, a Sebastián Lerdo de Tejada. Le dice que está tan bonita y crecida que “si usted la viera se la comería con los ojos”. También, que “es una lerdista consumada y odia con candor de virgen a Porfirio Díaz, quien ha causado todas nuestras desventuras…”.
“Si Medea estranguló a sus hijas, Romero Rubio las vendió a cambio de una cartera, dicho sea esto en toda la extensión de la palabra, en tu gabinete”, insiste Dios, pero a Porfirio nadie le ha tomado el pelo y no cree nada que vaya contra él; está seguro de que Carmelita Romero lo adoraba, y por su mente confusa pasan imágenes de ella: las clases de inglés que le daba, la carta en que él le declara su amor. Los matrimonia el mismo Pelagio que lo casó con Delfina. En la intimidad, ella se deja hacer, él se aprieta “contra ella haciéndola sentir de plano el vigor masculino”, y ella termina gritándole “¡cochino!”. Un Dios más burlesco e ilustrado que Zeus muestra la carta que su esposa Carmen Romero envió a Lerdo de Tejada con fecha de 14 de enero de 1885: “Mi muy querido padrino: Si continúas disgustado con papá, eso no es razón para que persistas en estarlo conmigo; tú sabes mejor que nadie que mi matrimonio con el general Díaz fue obra exclusiva de mis padres, por quienes, sólo por complacerlos, he sacrificado mi corazón, si puede llamarse sacrificio el haber dado mi mano a un hombre que me adora y a quien correspondo sólo con afecto filial. Unirme a un enemigo tuyo no ha sido para ofenderte; al contrario, he deseado ser la paloma que con la rama de olivo calme las tormentas políticas del país. No temo que Dios me castigue por haber dado este paso, pues el mayor castigo será tener hijos de un hombre a quien no amo; no obstante, lo respetaré y le seré fiel toda la vida”.
Este párrafo inicial da idea de la inteligencia sentimental y la buena prosa de que gozaba la muy educada y políglota Carmelita. También, del apego que le tenía a su nada lerdo padrino Sebastián. Como para convencer a éste de que no la pasa tan bien, se queja de los aduladores, y el servilismo que la rodea la altera tanto que le provoca ataques de histeria. Poetas y poetastros la martirizan, lo que no la llaman diosa le dicen ángel, querubín, lirio o jazmín… “¿Quién soy yo para que me deifiquen y envuelvan en esta nube de fétido incienso?”. Le pide perdón a su padrino y firma: CARMEN.
“–¿Cómo es que nunca lo supe? ¿Cómo nunca supe que fuera tan infeliz? Ni siquiera quería tener hijos conmigo, y tal vez por eso la castigaste…
“–Nadie entiende mis designios, Porfirio, nadie, ni lo intentes (dijo Dios). De la misma manera que no supiste esa realidad difícil de deglutir de Carmelita, por lo visto tampoco te informaron que Romero Rubio aprovechaba su cargo en el gabinete para vender licencias de casas de juego públicas… ¿Por qué consentiste que violara la Constitución siendo… un liberal postizo?”.
Porfirio que, como desconfiaba de su suegro, le creaba enemistades y conflictos, pero Dios todavía tiene otras cartas que destapar: el arzobispo Gillow y Romero Rubio se asociaron para obtener el armado del tramo ferrocarrilero San Martín Texmelucan-Irolo. Seguro Porfirio se acordaba. “Tú que no eres tan ingenuo te diste cuenta de que Carmelita pertenecía a una familia fanáticamente católica y que día con día apretaba más el tornillo para que no aplicaras las Leyes de Reforma y te acercaras a la jerarquía católica para que dependieras de ella”, un reverendo complot.

Las más auténticas

Brinquemos los cuestionamientos divinos sobre Río Blanco y Cananea, lo que Díaz respondió al periodista Creelman a modo de testamento adelantado y su embarcamiento hacia Europa. Martín Moreno dice que el 2 de julio de 1915 el viejo y defenestrado dictador, agonizante, tomó las manos de Carmelita… “para expresarle estas últimas y sentidas palabras, tal vez las más auténticas que dijera en su larga vida:
“–Nicolasa, Nicolasa, por favor dile a Manuela que me perdone…”
Luego cerró los ojos y expiró.

468 ad