Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Silvestre Pacheco León

RE-CUENTOS

 ¿Qué, ya están avanzando?

Don Herminio es un señor del pueblo de La Unión, en la Costa Grande; creció en la época de los fraudes electorales, cuando los funcionarios de las mesas directivas de casilla eran nombrados entre los leales del poder caciquil.
Él mismo, militante de la oposición, vivió en carne propia la humillación de quienes en aquel tiempo veían como enemigos a los que pensaban diferente; y así los combatían desde su cargo como funcionarios de casilla.
–Su nombramiento como representante de partido aquí no vale –decía el funcionario alevoso–, así que retírese; recuerda don Herminio la despótica orden del funcionario que él respetaba a medias porque la instrucción terminante de su partido era permanecer en el lugar a costa de todo.
Después, gracias al tesón de los partidos de oposición, los hechos cambiaron, al grado que también fue testigo de cosas chuscas, como aquella en San Jeronimito, en la que con el aburrimiento y el calor del medio día, sin ningún vecino que quisiera votar, los funcionarios proponían a los representantes de partidos repartirse las boletas sobrantes para cerrar temprano la casilla.
Pasaron muchos años para desterrar aquella práctica de que el gobierno determinara el nombramiento de los funcionarios y el fraude ya no se cometiera en la mesa directiva de casilla.
Con la aparición del IFE, la normalidad democrática encontró su cauce, pues en adelante, la selección de los funcionarios encargados de recibir y contar los votos se hizo por sorteo para garantizar los principios de certeza, legalidad, imparcialidad y transparencia.
Cuando el IFE cambió a INE, don Herminio hacía años que había dejado la militancia partidista, pero no su costumbre de votar.
Siempre, ante la proximidad de las elecciones don Herminio seguía la costumbre buscar su credencial para tenerla a la mano y con ella iba a revisar que su nombre apareciera en la lista nominal de electores, luego esperaba pacientemente la fecha de la jornada electoral.
La semana pasada, tuve la sorpresa de ver a don Herminio en la puerta de mi casa muy de mañana, me venía a visitar para contarme una anécdota.
–Le voy a contar lo que me sucedió el domingo pasado, me dijo medio apenado.
–Fíjese que pasaba por la plaza municipal cuando miré con sorpresa que en el corredor de la tienda de don David había un grupo amplio de gente, muchos con el chaleco rosado del INE, y a cual más tomaba fotos.
Como yo no tenía cosa urgente qué hacer, me acerqué al barullo para saber de qué se trataba, cuando me percaté que todos rodeaban una mesa donde lo primero que divisé fueron las mamparas para votar.
Pero como ahora uno tiene que andarse con cuidado para no meterse donde no le llaman, en cuanto me di cuenta de que entre esa gente no había ninguna persona conocida, me pasé de largo mientras trataba de entender lo que estaba pasando. ¿Qué tal si están adelantando las elecciones?
En cuanto me hice esa pregunta, me devolví hasta la plaza, lleno de curiosidad. Iba yo sólo, porque no me encontré a nadie que pudiera acompañarme.
Pues ¿qué creé? que cuando llegué, mero estaban votando, y la cola estaba larga, a cual más con su credencial de elector en la mano.
Entonces una muchacha que estaba cuidando la fila me miró y quizás vio mi curiosidad.
–A ver señor venga para acá, ¿no quiere votar?
Entonces todo chiveado me acerqué y le respondo,
–¿Qué, ya están avanzando?, porque para las elecciones todavía falta, ¿no?
Y fue entonces cuando me explicaron que los capacitadores del INE estaban haciendo un simulacro con los funcionarios de casilla que ya recibieron su nombramiento.
Primero me preguntaron si llevaba yo mi credencial de elector, luego que me formara en la fila, y lo hice para satisfacer mi curiosidad.
Cuando me tocó mi turno de votar buscaron mi nombre en la lista con fotografía, pero claro que no estaba yo, pero como nomás estaban haciendo una apariencia, hicieron como que me encontraron, luego me dieron mis cuatro boletas y me fui a la mampara como si de veras fuera a votar, fue entonces cuando pude leer que todos los materiales decían la palabra “simulacro”, luego doblé mis boletas porque ya venían marcadas, para enseñar los ejemplos de cómo clasificarlas a la hora de contarlas, y luego me esperé a ver todo el procedimiento.
Me quedé hasta que se cerró la casilla y se terminó la votación, luego contaron los votos y al final levantaron el acta.
Después de escuchar a don Herminio le confirmé que esos simulacros se hacen en todo el país como parte de la capacitación a los funcionarios electorales.
–¿Yo que pensé que estaban embarazando las urnas? Y es que uno, como ciudadano ya no sabe qué pensar, pus ya ve que ora se dice que la chikungunya es un mal provocado para distraernos.
Pero más me valió haberme regresado, si no, ya andaría yo diciendo que estos del INE ya estaban avanzando rellenando las urnas antes de la elección ¿no cree?

El Chiguán

Era más bien chaparro y moreno, pero no como los de la costa, sino de La Montaña. Era hijo de doña Zenaida, a la que le decían La Turca, como apodo.
Su papá de Chiguán, cuyo nombre verdadero era Crescencio, fue don Floriano, un señor que, siendo analfabeta tuvo un desempeño decoroso como presidente municipal.
Dicen que el Chiguán, como su padre, tampoco sabía leer, pero que era tan listo que nunca necesitó de la letra para desempeñarse como empleado municipal y como dirigente campesino. En Quechultenango, llegó a ocupar el cargo de juez menor.
Su papel como juzgador se hizo memorable porque sus decisiones eran tan acertadas que llegaban a ser sabias.
Cuentan que un día, se presentó ante él Valdemar, el hijo de doña Pilla. Recién llegado de México, venía estrenando automóvil, y como su mamá vivía por la calle de la barranca, era preciso pasar por enfrente de la casa de Quitín el marido de doña Hermila, quien siempre tenía amarrado su caballo pinto de las ramas del guamúchil que daba a la calle.
Siendo la primera vez que un carro pasaba por esa calle, su caballo no estaba familiarizado ni con animales con llantas, ni tampoco con el ruido de motor, bueno tampoco Valdemar estaba muy habituado a maniobrar con su carro junto a los animales huraños.
El caso es que, en cuanto el caballo se sintió invadido en su espacio, con su integridad amenazada, respondió a la intrusión con varios reparos y un par de coces.
El resultado fue una tremenda abolladura de la puerta del carro, y quién sabe si también lastimaduras en las patas del caballo.
Valdemar, el joven educado y respetuoso conocido en todo el pueblo, se presentó ante el Juez para demandar que la autoridad llamara al dueño del caballo para que pagara el daño de su automóvil.
Chiguán, en su papel de juez atendió el caso.
–Cuando pasaste con el carro, en frente de la casa de Quitín, ¿el caballo ya estaba estacionado?
–Digamos que sí, señor. Estaba amarrado.
–Tu pasaste con tu carro y provocaste que el animal se asustara, de modo que eres responsable del accidente.
–No lo había visto de esa manera, señor.
–Bueno, ¿y no viste si en el accidente el caballo mostró alguna lastimadura?
–Al parecer no, señor, el caballo caminó con toda normalidad después del accidente.
–Pues tuviste suerte, porque si el caballo se hubiera lastimado su dueño estaría en su derecho de reclamarte el pago del daño.
Cuentan que Valdemar salió del juzgado con premura para confirmar que el caballo no estuviera lastimado, luego fue a pedir disculpas al vecino por haber alterado el estado natural del caballo.

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