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José Gómez Sandoval

POZOLE VERDE

*Arrebatos carnales / 3

La importancia del amor

Si no fuera sujeto de la burda manía de saltar el texto de la solapa, el prólogo del autor y, en su caso, las presentaciones de personajazos que conocen y reconocen la obra y al escritor, e ir directamente al texto en cuestión, desde el principio de este Pozole Verde hubiéramos conocido las razones que llevaron a Francisco Martín Moreno a “exhibir” a ciertos héroes (militares, políticos, culturales…) “a la luz pública en una textura diferente a la expuesta en enciclopedias, en los libros de texto y, por supuesto, en los manuales de confusión redactados por los eternos narradores de la historia oficial…”, y nos hubiéramos ahorrado la botana pozolera.
Para Martín Moreno, “la pareja, la compañía, el ser amado, fuera hombre o mujer, tuvo que jugar un papel muy importante en los acontecimientos, como sin duda es el caso de cualquiera de nuestros semejantes. Resulta inadmisible –aduce el mordaz detective de la historia mexicana– estudiar las biografías de los grandes personajes de nuestra historia con un criterio moralista o religioso que excluya sus inclinaciones sentimentales, o ignore los arrebatos carnales en que pudieron haber caído, víctimas de una obnubilación permanente o pasajera. El amor constituye la columna vertebral de las relaciones humanas. ¿Adónde se va en la vida sin un cómplice con quien compartir secretos en la cama?”…
Es más, dice, “Si se trata de investigar al gran protagonista de un episodio histórico, resulta imperativo describir el contexto amoroso en que se desempeñaron la monja, el revolucionario, el político reformador, el líder de la Independencia o el dictador para comprender a cabalidad sus obstáculos e impedimentos, que una vez salvados le permitieron alcanzar sus objetivos y justificar con ello su existencia. ¿Por qué omitir esta parte del relato sólo para caer en los terrenos de la hipocresía donde germina la confusión? ¿Por qué un novelista tiene que convertirse en otro mojigato, en un santurrón, en un comediante mendaz que aprueba la falsedad, la simulación y la beatería?”, pregunta Martín, y: “Me niego”, adelanta…: “no dedico mi vida a la historia y a las letras para ser etiquetado como un fariseo más”… Por eso se atrevió a meterse en “secretos ignorados durante siglos” y a meterse en las sábanas de los caballos (o como vaya el dicho).

Pancho Villa o la mujer ca(z)sada

Acorralado por su propia conciencia, Doroteo Arango recuerda la pobreza e injusticias que vivió con su familia y su gente. La deuda eterna con la hacienda y los capataces “con sus látigos, con sus jueces y mandándonos a los curitas para invitarnos a la resinación (sic) con tal de que le pidamos a la Virgen de Guadalupe y nada a ellos”. Hasta su conciencia, que ya lo sabía, se estremece: “La verdad, las perspectivas estaban del carajo”.
A partir de que balaceó al patrón porque se quería llevar a su hermana y huyó para la sierra, empezó la leyenda del bandido escurridizo, generoso y cabrón. Si a Porfirio Díaz Dios le descorre velos para que acceda a la verdad, la conciencia de Villa no pierde el tono cuestionador y regañón pero ofrece a Francisco una especie de reconciliación con lo que vivió y padeció, invitándolo permanentemente a repensar los hechos en que mostró desmedida crueldad. No falta aquí la dimensión heroica de Doroteo Arango (quien se pondría Francisco Villa en honor a un bandido famoso), la Convención de Aguascalientes, su reunión con Emiliano Zapata y lo que pasó después. Cuando Pancho empieza a defenderse respecto a las muchas mujeres e hijos que tuvo, no lo hace mal: “A ver –revira a su conciencia–, ¿tú finalmente qué sabes de sentimientos? ¿Acaso sabes lo que sentí cuando me enamoré de María Inés Parra en 1899 y tuvimos una hija, Reynalda… que se quedó huérfana de madre mi María Inés se cayó del caballo al poco tiempo de que naciera mi chamaca?…
“–Eso te pasa por andar de caliente con tantas mujeres… De ahí a que al año siguiente… te entrepiernaras con Martina Torres y naciera Juanito, ya me pareció que no sabías ni de quién vengarte.
“–A Martina me la quitó Dios cuando… me iba a regalar una hija en 1906 y ambas murieron el día del parto… El señor se la llevó y me dejó otra vez viudo.
“–Y cómo no te iba a dejar viudo si con dos mujeres tuviste dos hijos, casi el mismo año, cuando ni siquiera habías cumplido los veintidós de edad?… ¿Ibas a regar vástagos por todo el país?
“–Yo estaba solo y tenía que arrejuntarme y amar a alguien porque en cualquier momento podían matarme. El amor era una manera de morirme con una sonrisa en la cara…”.
Por eso se robó a Petra Monarrez después de estarla cortejando pacientemente en el zaguán “hasta que le puse casa en la quinta calle… Si las viejas se negaban o los padres me rechazaban, pos ¿qué querías que hiciera sino robármelas?”.
Tampoco faltan anécdotas más o menos conocidas de Villa. Cuando obligó a un cura a reconocer que era el padre de un niño que le achacaban a él. Cuando perdonó a un sentenciado a muerte porque hasta tres veces se salvó, y “quien por tres veces se salva, tiene derecho a la vida”. De que mató a muchos, que ni qué. Pero también se la perdonó a un amigo que lo traicionó, por valiente, y al que fue defendido por su chamaco (le dio un puntapié a Villa). Entre otras paródicas celebraciones a la vida que fascinaban a Villa. Seguramente hay más en internet o en una pésima película de Pedro Armendáriz, pero no hay que olvidar que la onda es la vida sentimental y sexual de controvertido guerrillero. Martín Moreno nos hace conocer el ambiente y los detalles de cada caso en que a Pancho se le prendió el fuego de los arrebatos sensuales (más que amorosos) y, a base de pistola, por rapto o, si querían, con todas las de la ley, salió avante.

La cosecha de mujeres nunca se acaba

Tan interesante resulta el asalto a Columbus como el poder y carisma que demostró Villa cuando llevó a vivir a El Canutillo a varias de sus mujeres e hijos. La conciencia de Pancho enumera, “según me acuerdo”, las mujeres que el bandolero revolucionario tuvo “con o sin su voluntad”:
“María Isabel Campa; Dolores Delgado, con la que te casaste en Lerdo, el 17 de agosto de 1909; Petra Espinosa, raptada y casada en Parral antes de la Revolución; Asunción Villaescusa… alrededor de 1910; Luz Corral, de San Andrés, casada por la Iglesia el 20 de mayo de 1911 y recasada con ella en Chihuahua el 16 de octubre de 1915, el día de la boda civil”. ¿Más? “Esther Cardona, de Chihuahua; Piedad Nevares, de Ciudad Jiménez, en 1912; Juana Torres, de Torreón, casada civil y religiosamente el 7 de octubre de 1913; Paula Alamillo, de Torreón, en 1913; Guadalupe Coss, de Ciudad Guerrero, casada por la iglesia el 16 de mayo de 1914; María Domingo, de Guadalupe, Zacatecas, en enero de 1915; Margarita Sandoval, de La Barca, Jalisco, en 1915; Francisca Carrillo, de Matamoros, Coahuila, en 1916; María Hernández” y “María Isaac Reyes, casada por la Iglesia en 1919”.
Agreguemos a “María Arreola; Cristina Vázquez, casada en Santa Bárbara; Guadalupe Perales, de Rancho Arroyo de Santiago, hacia 1915; María Leocadia; Guadalupe Valderrama, de Santa Isabel; Aurelia Severiana Quezada, La Charra, en 1916; Soledad Seáñez, del distrito Valle de Allende, Chihuahua, casada por la Iglesia el primero de mayo de 1919; Austreberta Rentería, de Parral, casada por el civil el 22 de junio de 1921; Manuela Casas, de Santa Rosalía, casada por la Iglesia en 1922; Gabriela Villescas, María Baca y Paz Villaseñor”.
Tuvo 29 mujeres y 25 hijos el dichoso Centauro. Mínimo, sin contar a las mencionadas María Inés, Martina Torres y Petra Monarrez. “Ya me ven a mí: tengo mi esposa legítima ante juez del Registro Civil, pero tengo otras, también legítimas ante Dios o, lo que es lo mismo, ante la ley que a ellas más les importa”. Desde luego que, cuando hacía falta, disfrazaba a sus subalternos de curas o jueces…
En correspondencia, en Pancho Villa en la intimidad (1977), Luz Corral escribió: “Afirmo mi creencia que es también mi convicción, de que a la mujer de hogar no deben importarle los extravíos amatorios del esposo si en el seno del hogar, si en santuario de su misma vida, la esposa es querida y respetada”.
Tras el asesinato de Pancho Villa, Luz Corral demostró haber sido la primera esposa legal y heredó todos los bienes de su marido. Los que alcanzaron se quedaron con la distinción de su apellido, y los que no, sin eso.

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