Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Silvestre Pacheco León

RE-CUENTOS

* El salvavidas

–¡Señor, ayude a los muchachos que se están ahogando!, gritaba suplicante mi hija menor al hombre del mandil que servía las mesas del restaurante.
El hombre del mandil era un costeño alto y moreno, parecido al personaje del cómic de Chanoc llamado Sabuca, siempre andaba descalzo.
Trabajaba de mesero en un restaurante de Playa Larga llamado Navito el Travieso, y era el único salvavidas en esa zona de enramadas que se comparten las familias de ejidatarios de Agua de Correa.
A Playa Larga, municipio de Zihuatanejo, desde principios del nuevo siglo comenzaron a llegar visitantes de fin de semana venidos del bajío, atraídos por la buena comida, la extensa playa y el acceso rápido y seguro desde la carretera costera, casi a la altura de la colonia La Chivera, que ahora se conoce como fraccionamiento la Fragata.
Esa afluencia de visitantes del bajío a las playas de Zihuatanejo la provocó la autopista que unió al puerto industrial de Lázaro Cárdenas con el centro del país, construida a lo largo de la depresión del río Balsas y compartida entre el territorio de Michoacán y Guerrero, al acercarse a la costa, antes de la recientemente inaugurada autopista siglo XXI que ahora conecta a Ixtapa y Morelia en un trayecto que se recorre en tres horas.
No muy acostumbrados al mar, a los visitantes de esa parte del país era frecuente verlos comiendo y emborrachándose en las enramadas, sin guardar el debido reposo antes de meterse a nadar.
Las consecuencias de aquella mala costumbre que se repetía semana a semana, eran los gritos desesperados de los familiares cuando uno de los suyos era víctima de las altas y violentas olas del mar y de las corrientes marinas que arrastran mar adentro, sin piedad, a todo principiante.
Entonces, la escena se repetía: primero era el curioso que llamaba la atención de sus vecinos mirando cuando el mar se llevaba algún bañista; luego la familia y los amigos corriendo, gritando y llorando impotentes sin poder hacer nada para ayudar, hasta perderlo de vista y luego esperar a encontrar el cuerpo del ahogado.
Sin el servicio de salvavidas para orientar y ayudar a los bañistas, durante mucho tiempo Playa Larga alcanzó el mayor índice de ahogados en esta parte del Pacífico.
Sólo los lugareños que conocíamos el comportamiento del mar abierto sabíamos que aquella playa en el extremo noreste de la bahía de Potosí, es más para caminarla y disfrutarla desde la cómoda hamaca o la mesa de un restaurante, nunca para nadar, si uno no es avezado en los secretos del mar.
Durante esos primeros años de inaugurada la autopista, las familias de Zihuatanejo dejamos de visitar Playa Larga para no ser testigos de los ahogados y terminar con el ánimo averiado todo el fin de semana.
La última vez que con mi familia visité aquella playa en esa época de ahogados, nos acompañaba mi hija menor, quien menos aficionada que su madre al juego de scrabble, se entretenía mirando a los bañistas mientras se mojaba los pies a la orilla del mar.
De pronto, mi hija interrumpió nuestro juego cuando miró que más allá de las olas sobresalía de la superficie una mano abierta y agitada en señal de auxilio.
–¡Papá, un muchacho se ahoga!
Ante los gritos de la gente, la familia del muchacho en apuros se alertó, y corrieron todos desde las enramadas hasta la orilla del mar.
Un hermano del joven que se ahogaba se lanzó en su auxilio sorteando con éxito las olas que se encontraba y, contra todo pronóstico, lo alcanzó.
Después eran los dos muchachos quienes desesperados luchaban para no ahogarse, mientras desde la playa los mirones caíamos en la cuenta de que ahora el problema era mayor con dos víctimas.
No faltó quien desde su celular llamaba a la dirección de Protección Civil, como si el apoyo desde Zihuatanejo pudiera llegar antes de que los muchachos sucumbieran a las fuerzas del océano, mientras otras personas iban y venían por la playa buscando infructuosamente un salvavidas.
Fue entonces cuando mi hija recordó a Sabuca, como le llamamos desde entonces al mesero costeño del mandil, quien en otra ocasión similar había exhibido su destreza salvando de ahogarse a un hombre gordo e impertinente que al calor de la borrachera quiso ponerse contra las olas.
Cuando mi hija llegó a pedir ayuda para los dos jóvenes, el mesero pareció estar al tanto de la situación, porque le respondió que no se preocupara, que estaba esperando a verlos que se cansaran.
Todavía llevó el pedido a la mesa vecina y luego se asomó para averiguar la situación en la que se encontraban los dos muchachos. Con la mano extendida sobre la frente el mesero miró con detenimiento la situación en el mar, luego con toda calma se quitó el mandil y el short caminando con seguridad rumbo al mar.
Los familiares lloraban y gritaban con desesperación viendo que los muchachos a rato aparecían, todavía con vida, y luego dejaban de verse, entre los tumbos del mar.
El mesero nadaba sin prisa, como dando un rodeo antes de acercarse a los desfallecidos vacacionistas, quienes ya no podían nadar más debido al cansancio, luego tomó de los cabellos al más cercano de ellos, quien más tiempo había permanecido en el mar, y lo arrastró sin dificultad hasta la playa, donde vomitó toda el agua que bebió.
Después, el mesero intentó ayudar al que pretendió ser el salvador del hermano, pero ya no lo encontró donde lo miró por última vez, ni quienes estábamos en la playa lo miramos por ningún lado, porque el mar se lo tragó.
De regreso a la playa, Sabuca se encaminó hasta el restaurante sin esperarse a recibir las gracias de los familiares del ahogado, quienes continuaban llorando a la vez que reanimaban al salvado.
Cuando Sabuca retomó su papel de mesero mi hija quiso saber porqué no había acudido en auxilio de los dos muchachos más aprisa.
–Si hubiera ido inmediatamente cuando lo llamé le hubiera dado tiempo de salvarlos a los dos, le dijo en actitud de esperar su explicación.
Sabuca la escuchó con calma mientras se ajustaba el mandil, luego la respondió:
–Si yo hubiera llegado cuando los muchachos todavía luchaban contra las olas, ahorita fuéramos tres ahogados.

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