Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Tomás Tenorio Galindo

OTRO PAÍS

*Elecciones en medio del desastre

La pobre oferta que los partidos políticos pusieron a consideración de la sociedad para las elecciones del próximo domingo resulta especial y notoriamente más pobre en Guerrero. Al contrario de Nuevo León, donde la sorpresiva pujanza de un candidato ciudadano a gobernador transformó la monotonía de la contienda partidista en un ejercicio interesante y sin precedente en el país, en Guerrero el subdesarrollo de gobernantes, partidos, candidatos y políticos resplandeció con una luminosidad pavorosa que explica el atraso centenario del estado. Nuevo León y Guerrero son, por eso, el foco que concentra la atención en estas elecciones, los extremos del proceso político y social de México.
Guerrero llega a esta elección con 70 por ciento de su población en la pobreza y la marginación, con la tasa más alta de homicidios y una violencia que desgarra a la sociedad por todas partes, y en medio del conflicto social más grave que registre la historia nacional en los últimos tiempos. A ello deben agregarse los elevados índices de injusticia, impunidad y corrupción que son característica distintiva del estado, aunque lo sean también de todo el país. Es decir, los comicios en Guerrero se realizarán en medio de un desastre ingobernable. Y por añadidura, con un gobernador que vaga por las nubes de la mitología griega.
Se pensaría que en estas penosas circunstancias los partidos y los candidatos se quebrarían la cabeza para lanzar propuestas novedosas, innovadoras, revolucionarias y comprometidas, capaces de sacudir y responder a esa realidad y despertar la esperanza de la población. Pero no fue así.
En su campaña, la principal preocupación del PRD y su candidata a gobernadora, Beatriz Mojica Morga, fue quitarse de encima la sombra de la matanza y desaparición de los estudiantes de la Normal de Ayotzinapa, cuya responsabilidad recae en gobiernos, gobernantes y políticos de ese partido. Y su segunda preocupación fue simular que las condiciones ruinosas en las que se halla el estado no es culpa de los diez años de gobiernos perredistas, vana pretensión que llevó a Mojica Morga a declarar que el PRD no tenía nada ni por qué pedir perdón al pueblo guerrerense.
Es de interés particular registrar el comportamiento del PRD y sus candidatos en estas elecciones porque es el partido en el gobierno y, lo quiera y le guste o no, su gestión al cabo de diez años en el poder estará sometida al escrutinio de la sociedad. No hace falta esperar a conocer el resultado del domingo para saber que, siendo el partido y la candidata más obligados a ofrecer un proyecto sólido y novedoso ante la coyuntura estatal, el PRD fue torpe, incapaz de reaccionar con sensibilidad y de articular una propuesta de gobierno para enfrentar la crisis causada por dos gobernantes suyos: el ex gobernador Ángel Aguirre Rivero y el ex alcalde de Iguala, José Luis Abarca. En consecuencia, y más allá de la simple retórica, el PRD no propuso nada sustantivo para resolver el conflicto derivado del ataque contra los normalistas, nada sustantivo para remontar la violencia o la pobreza, y puso por encima de todo su interés político de conservar a toda costa el poder.
Eso resume la campaña de Beatriz Mojica y explica la escasa probabilidad de que el PRD conserve la gubernatura. Después de la crisis interna que ese partido experimentó como efecto del caso Iguala, y que produjo malestar y renuncias de militantes tan destacados como Cuauhtémoc Cárdenas, la lógica sugiere que es imposible esperar que la sociedad lo premie con un nuevo periodo en el gobierno de Guerrero.
Aunque para curarse en salud Beatriz Mojica ya culpó de ello al candidato del partido Movimiento Ciudadano, Luis Walton Aburto, por negarse a declinar en su favor, lo cierto es que la previsible derrota del PRD no será responsabilidad sino del mismo PRD, cuya torpeza y ambición fracturó a las fuerzas de izquierda y obturó la alianza que en otras condiciones habría fluido de forma natural entre ellas.
La desgracia es que la derrota del PRD y el muy posible triunfo del PRI no traerá consigo un futuro promisorio para el estado. Hace cuatro años la disputa por la gubernatura sufrió una singularidad al poner frente a frente a dos priístas –primos además, para acentuar el sinsentido–, lo que en la práctica suprimió las opciones para el electorado. De esa manera, ganara quien ganara, ganaba alguien del PRI. Ganó el candidato del PRD y así se creó la ilusión de que la izquierda continuaría en el poder, con el resultado y las consecuencias ya conocidas.
Otro espejismo se abre paso ahora con la ventaja ostensible de Héctor Astudillo Flores, quien coyunturalmente tiene a su favor todo lo que el PRD tiene en contra. Pero si gana, el candidato del PRI hará que su partido regrese al gobierno guerrerense en un contexto nacional que desfavorece las causas más delicadas del estado, ante las cuales el presidente Enrique Peña Nieto ha sido insensible y persecutor. En el plano puramente material y presupuestal Astudillo contará con el apoyo del gobierno federal, pero en el terreno de las políticas que exigen un compromiso social prevalecerá el criterio que Peña Nieto ha impuesto hasta ahora en el manejo de la crisis de los normalistas: simulación, indiferencia y criminalización. Política que sólo ha profundizado el problema. Aquellos que crean que el panorama en Guerrero es desconsolador, tienen razón: lo es. Igual que en el 2011, así de empobrecido y empobrecedor se halla el proceso electoral de Guerrero.
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