Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

José Gómez Sandoval

POZOLE VERDE

Kafkaurelio

Por su estilo lo reconoceréis

Acabábamos de platicar sobre El beso de la mariposa, de Jorge Zubillaga, señalándolo como un libro de relatos extraño entre los que de vez en cuando se publican en Guerrero, cuando aparece Kafcapulco (Secretaría de Cultura, ¡2013!), de Aurelio Peláez. Por sus crónicas en El Sur reconoceréis a este periodista que suele rascar suavecito, pero en las raíces y, por su narrativa ágil y eficaz, o nomás por su punto de vista libre y diferente, hacer de manifestaciones callejeras, tumultos rockeros, mítines políticos o cualesquier suceso social inmediato y con sello de urgente, un mitote periodístico y literario. En Kafcapulco, el cronista Peláez respira a sus anchas, sigue calificando sin adjetivos y se somete a algunos filtros escriturales, como la formulación concentrada de los temas, la aurelización de casi todos los relatos y, desde luego, la justeza de su prosa, de tal manera que aquí hasta las Crónicas (donde aparecen sus colegas Álex Ávalos y Misael, su compadre Manuel y varios fulanos más nombre y manías particulares) son pura buena literatura.

Más que Kafkaquiano

Aurelio hace un reportaje alrededor de su yo: Epicrudo llega a su casa mientras redacta un cuento, y termina instalándose en su vida y en sus cuentos. Después resulta que Epicrudo, al que (disque) ya ubicamos como alter ego de Aurelio, tiene su propio ego. (Éste, por cierto, acaba de ver a Malicia… ¡amiga de Aurelio!). Luego, la fama del autor se hace pasar por él… Páginas después, el desdoblamiento toca bordes más que de lo kafkiano, de lo maravilloso y de lo absurdo: las sombras son tan independientes (y diligentes) que terminan arrastrando a la pareja de la que se desprenden a un hotel. Habrá, también, un niño que se pierde en sus propios sueños y que se llora, ahogado, a sí mismo. Una mujer ensoñada en la infancia quizá aparece veinte años después. La Babel que intentaron de construir Malicia y Epicrudo termina pareciéndose a su departamento.
Los relatos se relacionan entre sí por todos lados: en uno, Malicia reprocha al autor su aparición en un relato anterior; la Diana cazadora brinca de un texto al siguiente, 10 años después, en un bar. En varios capítulos salpica la crítica nostálgica sobre una época juvenil contestataria, y en casi todos se despliega la ironía hacia las ocurrencias de los demás y un feliz sarcasmo contra sí mismo. Las breves historias ocurren en casas, calles o bares, pero de pronto pueden trasladarse a donde uno menos se imagina. Hay relatos redondos y picudos como punta de alfiler. Adelanto, a los lectores, la mímesis orgánica con que el narrador se funde con la rosa que empezó regando como un Principito cualquiera, y la sistemática manera en que, “A lo Van Gogh”, un pintor entregó la oreja izquierda, y la derecha, y después envió “sus piernas, sus ojos, brazos y cabeza” a la mujer que lo rechazaba, hasta que ésta “cayó en la cuenta” de que “ya tenía al artista enterito dentro de su casa”.

Brevedades

En los relatos de Aurelio no aparecen animalitos, pero algunos de ellos recuerdan las fábulas de Augusto Monterroso. En “De amores” se acerca a la ironía y capacidad de síntesis de que gozaba el autor de La oveja negra y, con eso de que Aurelio combina la brevedad de la escritura con la del amor, quién quite y hasta la mejora.
Escribe Aurelio:

Es la historia de un amor breve.
Cupo en dos líneas.

Monterroso escribió:

Hoy me siento bien. Casi un Balzac. Estoy terminando la primera línea.

Muy parecidos, ambos, a eso de:

El poema no empieza.
Termina aquí,

de Eduardo Lizalde.

Entre cuates y mitos

Aquí entre nos, confesaré que, disfrutando los diálogos de Aurelio, de vez en vez la oreja me quedaba cintilando como –descubrí– de cuando en cuando ocurría ante las caricaturas que durante un tiempo Jis, Trino y Falcón publicaban en La Jornada, los domingos, en una página humorienta de la que terminaron adueñándose el Santos y la Tetona Mendoza. Por semejante laconismo. Una noche, cuando el relato de la Diana cazadora que le flechó el corazón a Aurelio (o a Epicrudo) en un bar es reconocido hasta por los cuates que lo rechazaron 10 años antes, Diana misma le habla por teléfono:
“–¿Al bar? Sale, voy. ¿Me llevo el arco y la flecha como la última vez?”
Diga el lector si no.
Así como los relatos de Aurelio son capaces de mudar del bar a otros espacios y dimensiones temporales, en ellos sus cuates y compadres que dije deambulan junto a una pléyade de referencias literarias, cinematográficas, bíblicas y mitológicas.
Ah: en todos sus párrafos, Aurelio se divierte. Cafcapulqueño cafcapulqueño, luego luego se sabe que, cuando escribe, se rasca la panza lírica y lirondamente, y sonríe, que es como si el condenado se atacara de risa.

Un logro de la Secretaría de Cultura

El libro de Aurelio Peláez es rarísimo en Guerrero y en México. Muchos de sus relatos destacarían en cualquier antología del relato breve habida y por haber. Por eso extraña que, durante la presentación de Kafkapulco, que la Secretaría de Cultura del estado “preparó” para el pasado veintantos de abril, la sala estuviera vacía… “Extraña”, dije, y no es así: el secretario de Cultura, Arturo Martínez Núñez, y su Equipo, tienen años (entraron con Aguirre Rivero) bateando de faul. Una rápida hojeada a El Sur arroja: la posposición de la posposición de la posposición de las Jornadas Altamiranistas, la falta de pagos a becarios, a triunfadores de concursos, a grupos contratados y hasta a los responsables de los llamados Paralibros. También, la archiconcentración de actividades en Acapulco y el olvido de la cultura popular; la sospecha de premios dirigidos; la proliferación (y súbita detención) de festivales y caravanas artístico-asistenciales con que El Equipo intentó disfrazar su inactividad y justificar el ejercicio del presupuesto o su desvío soterrado (si así fuera, la lana, incluida la que aportó para contingencias el gobierno federal fue a caer derechita a la campaña del PRD), bajo el más bien retórico lema de: “la cultura restituye el tejido social”, como si una tanda de danzas y canciones fuera una inyección intravenosa de Red Bulls o un producto milagro (y el tejido social y la cultura no fueran una misma cosa)… Sobre su incapacidad para levantar las Jornadas Alarconianas sobran quejas de hoteleros, restauranteros y demás empresarios taxqueños, a quienes les llevan el cartel jornalero dos o tres días antes de que las Jornadas inicien. Al término de su charla sobre Juan Ruiz de Alarcón, el director de la Compañía de Teatro Novohispano, Francisco Hernández Ramos, declaró que “aunque las Jornadas Alarconianas fueron un proyecto muy importante a nivel nacional e internacional”, ahora, “aquí no ves ni turistas, no ves taxqueños, creo que se perdió el camino de lo que deben dar a la cultura”…
No tan fallidas resultaron sendas reuniones que una subsecretaria de la Secultura y la directora de Radio y Televisión de Guerrero organizaron, en nombre de “la comunidad cultural”, para interrogar a candidatos a la gubernatura (donde Camacho les reprochó que, siendo funcionarias, anduvieran haciendo grilla) y la alcaldía de Acapulco (en la que Zeferino les prometió que van a platicar “a todo dar” cuando dejen de ser funcionarias metidas a políticas), y de paso advertir que no tan fácilmente van a salir de la nómina gubernamental…
Logros no le faltan a la Secultura: para empezar, la publicación de un puñado de títulos de autores de contemporáneos de por aquí que fueron reunidos desde administraciones anteriores y entre los cuales hay triunfadores de concursos estatales y autores destacados. Como el tiraje fue de mil ejemplares y éstos no se consiguen ni de chiste (leí Kafkapulco por correo electrónico), el gran mérito de la Secretaría de Cultura del estado de Guerrero es haber publicado los inolvidables relatos de Aurelio Peláez. A todo dar.

Dos anuncios

Uno: En el pozole que viene seguiremos con los Arrebatos carnales. Dos: para que los lectores se den color de las simples y complejas fábulas de Epicruaurelio y se interesen más por el libro, va un relato de Kafkapulco:

Víctimas de la noche

Veníamos de oír cantar a Sergio Fernando. Abandonando el bar, comenzaron los problemas con las sombras. Pasó primero con mi compadre Manuel, al que se le rezagó la propia y entonces se quedó esperando a que ésta lo alcanzara, y fue así como lo perdimos. La segunda víctima fue Oscar Ajo, a quien su sombra se le comenzó a tambalear, ladeándose peligrosamente de un lado a otro, al punto que casi le pasa encima un auto. Mareado, Oscar sucumbió en una esquina donde esa noche se quedó dormido.
No fue todo. Las respectivas de Beto y Susana se enamoraron. Primero comenzaron con roces de las manos al caminar y luego se las tomaron, para sonrojo de Beto y pena de Susana, lo cual importó poco a las descaradas, que terminaron arrastrando a mis amigos a un hotel. Con mi sombra no corrí mejor suerte. Se metió a un bar y tuve que ir tras ella para recuperarla. No quiere salir y pide una cuba tras otra, porque al parecer sufre de amores. Canta esa de Milanés, “El breve espacio en que no estás”. No está de más decirlo, pero hago una buena segunda voz.

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