Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Silvestre Pacheco León

RE-CUENTOS

* Primero vamos aprobar las balas

Era el año de 1980 y en Chilpancingo el Sindicato de Trabajadores de la Universidad Autónoma de Guerrero festejaba a sus afiliados en un salón de renombre al sur de la capital.
Como era sábado y el día coincidía con el pago de la quincena, Fernando y sus amigos profesores comenzaron a beber desde la hora de la comida, y casi pasando la media noche se acordaron del festejo del sindicato. Cuando llegaron al lugar de la fiesta casi todos se habían marchado.
Como buen militante de izquierda que era, Fernando tenía fobia contra los policías porque en cada uno de ellos veía la expresión de la fuerza represiva del Estado, por eso se entiende que estando alcoholizado su aversión contra las fuerzas del orden también crecía.
En cuanto Fernando miró la patrulla policiaca estacionada en la puerta del salón de fiestas, se enardeció.
–¡Pinches policías putos! –les gritó retadoramente a modo de saludo sabiendo que se encontraban en sus dominios, pero contrariamente a lo que esperaba, escuchó una respuesta un poco desconcertante:
–Buenas noches profe, pásele.
El uniformado que contestó el saludo era un padre de familia de la prepa donde Fernando era profesor.
Cuando Fernando reaccionó a la respuesta del policía, tomó nota de que se trataba del papá de su alumno más aventajado, pero escudándose en su borrachera, un poco apenado, continuó su camino hasta la cantina como si no hubiera escuchado.
, donde un estudiante solícito le puso enfrente la cerveza.
-Aquí estoy profe, pa’ lo que se le ofrezca, le dijo en tono confidente el estudiante que servía la cerveza, identificándose como su compañero de la organización clandestina al tiempo que le invitaba la bebida.
Con la confianza que le brindó el cantinero Fernando se acercó a la mesa donde el máximo dirigente sindical parecía discutir con un subalterno.
Como la mayoría de los borrachos, Fernando no sólo se metió en la plática, sino que lo hizo en son de reclamo acusando al dirigente sindical de haberse vendido a la patronal en la reciente revisión del contrato colectivo de trabajo en la que el sindicato aceptó un ínfimo cinco por ciento de aumento salarial.
-¡Pinche dirigente vendido!, le reprochó al líder sindical que lo escuchó impasible.
-Eres un vil líder charro, cabrón vendido, repitió Fernando enardecido por el silencio del imputado.
Pero quien sí se incomodó ante el borracho, fue el subalterno del líder, quien impaciente y ofendido, se levantó de la silla y en un impulso de todo su cuerpo concentró la fuerza en la mano derecha, que extendida y hecha puño, se estrelló contra la barba de Fernando, haciéndolo caer estrepitosamente sobre las plantas que hacían de límite y resguardo al jardín interior.
Noqueado por el golpe certero, y todavía en el suelo, Fernando todavía recibió una dosis de patadas de su agresor que sólo la intervención del cantinero evitó que el ataque resultara fatal.
Cuando el agredido reaccionó del desmayo o de la borrachera, o de las dos cosas juntas, en Chilpancingo estaba amaneciendo; y luego que el cantinero le explicó a Fernando lo sucedido, su ira aumentó, jurando ante su compañero que al agresor no viviría para contarlo.
Todavía borracho, Fernando se dirigió hasta la colonia Tata Gildo, donde vivía, iba por su pistola decidido a cumplir lo que había jurado.
Cuando venía de regreso con la pistola fajada rumbo al centro de la ciudad, lo encontró su amigo Genaro, quien extrañado por las huellas de los golpes, la borrachera y el coraje de Fernando, no encontraba la manera de calmarlo para que dejara de lado el ánimo de venganza, hasta que se le ocurrió el estratagema: le dijo a Fernando que debía probar si los tiros de su pistola servían, no fuera a ser que en un descuido las balas le resultaran güeras y no tronaran a la hora de la verdad.
Como Fernando estuvo de acuerdo en calar la pistola, no reparó en que Genaro disparó los diez tiros que eran toda la carga de su escuadra 45.
Ya sin parque para su pistola vengadora, a Fernando no le quedó más que aceptar la propuesta de Genero que lo convidó a quitarse la cruda con un consomé de chivo en un puesto afamado del mercado central.
Bajada la borrachera, poco a poco Fernando comenzó a entrar en razón, culpándose a sí mismo de todo lo ocurrido.
Después fue la cruda moral con la que tuvo que lidiar porque era inevitable que el tema de la agresión y la pretendida venganza aparecieran en la próxima reunión de su organización, acompañada de la necesaria autocrítica sobre la misión del revolucionario.
“Ni modo”, se repetía una y otra vez Fernando mientras pensaba que se había hecho merecedor de un castigo ejemplar de parte de su organización para “templar” su disciplina
–Por eso tienen razón los compañeros de prohibirnos tomar, porque ya borrachos cometemos muchas pendejadas, dijo compungido, en señal de arrepentimiento, mientras le daba detalles a Genaro de la manera como se produjo la agresión de que fue objeto.
Nadie sabe cómo fue que mientras Fernando hacía el recuento de lo sucedido, jurando que jamás volvería a beber, Genaro quiso de pronto cobrar la afrenta de la que había sido objeto su amigo. Puede que haya sido al calor del alcohol, porque Genaro se tomó las cervezas que le tocaban a él y las que dejó de tomarse Fernando, en su actitud de arrepentimiento.
El caso es que pronto los papeles entre los dos amigos cambiaron drásticamente, pues en un momento Genaro anunció que iría a su casa por su propia pistola para cobrar la venganza que Fernando fue incapaz de consumar.
A cada esfuerzo que Fernando hacía por disuadir de su propósito a Genaro, éste aparecía más enardecido y resuelto, porque nada lo pudo detener para encaminarse hasta su casa en la colonia los Ángeles.
Genaro caminaba por la calle como si Fernando ni existiera porque ningún caso hacía a las súplicas de su amigo para que olvidara el agravio y la venganza.
Cuando a Fernando se le ocurrió repetir el estratagema que su amigo había utilizado contra él para gastar los tiros de su pistola, Genaro le respondió decidido:
–Si quieres que probemos mis balas te voy a disparar en tus piernas pinche Flaco, para que quedes tullido, por cobarde.
A medida que los amigos avanzaban rumbo a la sede sindical, crecía la angustia de Fernando quien de plano había perdido toda la esperanza de contener a Genaro.
Cuando estaban ya cerca del lugar donde pensaban que encontrarían al líder sindical, en una esquina de la alameda Fernando miró la misma patrulla que la noche anterior custodiaba la entrada de la fiesta, y se acordó del padre de su alumno, que lo saludó.
Genaro ni se dio por enterado cuando Fernando lo dejó y corrió hasta el policía.
–Ayúdeme por favor para que mi amigo no cometa una pendejada, va armado, quítele la pistola por favor.
Pronto los policías alcanzaron a Genaro, le marcaron el alto y lo desarmaron. La borrachera y la cruda la pasó en barandilla mientras Fernando conseguía el dinero de la multa con el líder sindical, disculpándose con él por las “cosas de borracho” de la noche anterior.
Cuando Genaro salía libre comenzó a despotricar contra los policías:
–¡Pinches policías ojetes! Gritaba mientras Fernando intentaba controlarlo.
–Cállate pinche Genero, no ves que ellos me hicieron el paro.
–Cuál paro, pinche flaco, ¿no te diste cuenta de que me quitaron un arma sin tiros?

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