Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Recuento de lo que esperamos este domingo de elecciones, futbol y ley seca

Aurelio Peláez

En el Ensayo sobre la lucidez, el libro de José Saramago que narra la historia de una ciudad ubicada en un país impreciso (y en un tiempo a saber cual pero donde ya había celulares), cuyos ciudadanos deciden votar en blanco en forma casi unánime y que vuelcan al sistema democrático en una crisis institucional nunca vista en la historia, el día de las elecciones amanece lloviendo.
En Acapulco y quizá en el resto del estado, muchos ciudadanos, aún los que no votan, quisiéramos que amaneciera lloviendo. Miles de maltratados electores amaneceremos ese día sin agua. La ausencia de sufragantes a temprana hora podría alarmar a los de la mesa de casilla, alguno que otro apretando los sobacos, y el escrutador que leyó a Saramago quizá aguardando para más tarde soltar esa frase que subrayó en el libro del escritor portugués (Alfaguara, 2004), sobre una jornada que empieza con visos de abstencionismo y concluye con un mayoritario voto en blanco, criticando “… el espectáculo vergonzoso que acabamos de dar ante la patria y el mundo”.
Pero quizá en esa mañana lo que ocupe a los votantes no sea la idea de por qué candidato votar, ni siquiera una reflexión crítica sobre la absurda ley seca, ni las previsiones sobre el partido amistoso de la selección mexicana (de ese peor escenario sólo se ocupa López Obrador), sino en sacar las cubetas al cielo abierto –en este caso esperemos que bien nublado y apretado de lluvias– y obtener –así le llama el lugar común en la redacción periodística– el vital líquido, esa zanahoria para el burro en cada campaña electoral.

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Es sábado. Aún no empieza la final de la Champions y una parte de los electores ha sido privada de sus derechos constitucionales, la de ver el Barça-Juve en el restaurante o cantina donde le dé su rechingada gana y con una cerveza o un jaibol en la mano. La decisión de la ley seca la tomaron las autoridades, esas que presuntamente uno elige pero con las que nada tiene que ver en la vida cotidiana y con quienes ni siquiera guarda una vida en común (¿no sabe el abogado y alcalde sustituto Luis Uruñuela que la consulta es un derecho democrático de los ciudadanos?, ¿consultó con su religión, con su puritanismo o con el legalicismo quizá la única medida por la que serán recordados sus meses de gobierno, a los que llegó sin más mérito que ser padrino del alcalde electo Luis Walton?).
Ahora mismo empieza el partido, estoy en mi casa con la televisión prendida y pienso en una de las opciones censuradas, la cantinita de El Bohemio de la calle Galeana, en el Centro. Pero no, estoy en mi casa provisto de dos six de Heineken (ley seca, ja ja ja), para estar a tono de este espectáculo europeo para el mundo.
En su cantina El Avisperito –un anexo de El Avispero– Mario Talavera, El Bohemio, me denunciaba en otros días que el Ayuntamiento decidió como en marzo o algo así, desaparecer al pedazo de calle en honor del mayor héroe acapulqueño, Juan R. Escudero. Como en la canción de Maná (Selva Negra), lo hicieron de medianoche, cuando rebautizaron la nomenclatura de las avenidas a propósito de la interminable construcción del Acabús.
–Juan R. Escudero, bohemio, enfrentó a los gachupines sin necesidad de hacerlo. Su familia era dueña de todo esto –me dice abarcando con las manos la cuadra, desde una banqueta de la calle y con un jaibol tequilero en la mano– donde ahora debuta el súper Chedraui, negocio que en sus recibos ya se firma domiciliada en la avenida Cuauhtémoc. El Bohemio me habla de las huertas de La Sabana de la familia Escudero, de la historia del dirigente obrerista (sus luchas ubicadas de 1915 para adelante) que ha reseñado espléndidamente Paco Ignacio Taibo (El Socialismo en un solo puerto, Arcángeles), y de la desfachatez del Ayunta-miento, que sin consultarlo con nadie, decidió cepillarlo de la historia, al menos de la historia toponímica.
El Bohemio, ex votante de izquierdas, descreído a sus 60 y tantos de la utilidad del voto, mastica una derrota más ante quienes nos dirigen, que en este caso tiene su sospechosismo, porque precisamente sobre esa ex calle Escudero, desde hace 30 años o más tiene su despacho (o su despecho) el actual alcalde Uruñuela, quien se ha desatendido de esa decisión, y que vaya uno a saber, pudiera en el fondo cobrar agravios de un gachupinismo ancestral escondido y agraviado. Fue “gobierno” sin que nadie lo eligiera y se las cobró rebautizando una calle y de paso nos jodió con dos días de ley seca, en su corto periodo de seis meses como alcalde.

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Amerigo Ormea deseaba que lloviera ese día de las elecciones. El personaje de La Jornada de un escrutador (1963, Editorial Siruela, 1990), la novela del escritor y militante comunista italiano Italo Calvino, piensa que el agua desanimará a salir a las casillas a los votantes de la derecha, conservadores hasta en eso. Ormega, comisionado por el partido de izquierda para ser el representante de casilla, es a esas alturas de la joven democracia italiana, salida de la Segunda Guerra Mundial y tras vivir el fascismo de Mussolini, un descreído, pero piensa en la lluvia como jugando a favor de la izquierda.
Pero ya a estas alturas de vida europea el asunto de la democracia está podrido, como que el partido de la derecha aliado a los católicos, hace votar a tullidos, enfermos e idiotas del hospital de asistencia con la complicidad del presidente, representantes de casilla y el cura del hospital.
La presencia de la izquierda italiana en la joven democracia es testimonial, pero la reflexión de Ormea (Calvino), nos alcanza. Tras cierta primavera democrática nuestra, quizá el fallido intento de 1988 con Cuauhtémoc Cárdenas, y el exitoso Vicente Fox (2000) y su malogrado gobierno, “el campo había vuelto a ser invadido por la sombra gris del Estado burocrático, igual antes, durante y después del fascismo, con la vieja separación entre administradores y administrados”.
–Piensa, bohemio, cuántos de esto candidatos de estos que quieran que salgamos a votar vienen reiteradamente secuestrando las boletas electorales desde hace varios años.
Nada nuevo. La misma clase política. Pasamos de verde a podrido, como dice el periodista Jorge Laurel.

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Suponemos –desde la trinchera de este sábado– que es domingo y que no llueve, aunque sería mejor el diluvio (¿dónde pongo mis cubetas?). La selección juega con algún equipo en las vísperas de la copa sudamericana. Juego a las 12 o algo así. El país está en una grave crisis. Lo sabes por los periódicos. Reformas detenidas por el pleito entre partidos. Nada de eso cae a tu plato, salvo que sabes que los maestros protestan en la ciudad de México o en Tixtla. Todo queda muy lejos.
Vas o regresas de votar. Carajo, seguimos sin agua. Y hay ley seca.

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