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Raymundo Riva Palacio

ESTRICTAMENTE PERSONAL

* Las ocurrencias de El Bronco

A menos de 24 horas de ganar la elección para gobernador de Nuevo León, El Bronco era una noticia, ya no por su triunfo en sí, sino por sus palabras. A El País de Madrid le dijo que era el iniciador de la primavera mexicana, catalizador del despertar de la sociedad mexicana que tiene un “encabronamiento colectivo por la corrupción”. A las 48 horas de su victoria, anunció en otra entrevista que desaparecería el mando único en Nuevo León, que es el eje de la política de seguridad en el estado y la única política pública reconocida, por exitosa, del gobernador Rodrigo Medina dentro y fuera del estado. Gran confusión tiene Jaime Rodríguez, que quiere ser más bronco que gobernante.
Sus palabras despiertan temores a meses de sentarse en la silla del ejecutivo estatal. Si El Bronco es tan cerril y rudimentario, las cosas no pintan bien para él, y menos aún para los neoleoneses que en una votación como nunca antes en una elección estatal, habían entregado un mandato tan amplio para tomar decisiones colectivas en nombre de los electores. La democracia es un sistema de organización social donde las ocurrencias son simpáticas, generan afinidades y votos, pero no hacen gobernantes.
Rodríguez no reconoce el fenómeno de su candidatura. Comenzó en las redes sociales que lo potenciaron y sedujeron a un electorado joven –65 por ciento entre 18 y 25 años votó por él, según la encuesta demográfica de Parametría-El Financiero–, que además estaba muy molesto o decepcionado de las opciones tradicionales. Pero no fue sólo un tema de redes sociales y el repudio a la corrupción, como simplificó en la entrevista con El País. Fue mucho más complejo y menos ciudadano.
Reduccionista, él lo planteó maniqueamente: “Hay un encabronamiento colectivo por los temas de corrupción. A nadie le gusta que los funcionarios se hagan ricos con tus impuestos. Sí hay un enojo desde la parte alta hasta la parte baja de la sociedad. No estaba pasando eso en México, pero éste es un despertar. Es la primavera mexicana que, bendito Dios, yo inicié”. Bendito Dios, que otros podrían parafrasear como válgame Dios. La analogía es con los alzamientos populares en los países árabes de 2010 denominados como la Primavera Árabe, la ola de protestas encabezadas por jóvenes y sindicalistas en contra de las monarquías y las dictaduras, de la corrupción política y la desigualdad, enmarcadas en el choque cultural entre lo fundamentalista y lo secular.
Nada que ver con lo que sucedió en Nuevo León y el masivo voto por él. De hecho, el sistema democrático mexicano, insuficiente, amorfo y a veces regresivo, es lo que permitió a El Bronco ser candidato, hacer campaña y ganar en las urnas. La Primavera Árabe atacaba la ausencia de libertades políticas; su triunfo fue consecuencia de los procesos democráticos. Aquel movimiento también fue una protesta contra los grupos oligarcas, los monarcas plutócratas y la desigualdad en sus sociedades. Él es un producto refinado de la clase empresarial neoleonesa, que lo financió desde un principio, y que contrató a los desarrolladores de sus redes, quienes le trazaron la estrategia virtual con la que arrancó su campaña hace casi un año.
El Bronco no es resultado de la espontaneidad del hartazgo popular, sino el producto de un experimento exitoso. Las redes sociales lo llevaron al primer plano de las seducción de aquellos insatisfechos, muchos de los cuales viven en el mundo virtual. No habría sido posible la movilización electoral de no haberse trasladado la agitación virtual al mundo real, donde el periódico El Norte jugó el papel de articulador del descontento. Que no se equivoque.
Algunos dictadores en el mundo árabe fueron derrocados como consecuencia del descontento nacional que fracturó las elites y los ejércitos. En Nuevo León no se derrocó a nadie, pero las elites apostaron por él. El Bronco ganó una elección porque no querían que ganara la candidata del gobernador Rodrigo Medina, agraviados por los actos de corrupción de su familia y detonaron la oposición estatal. Nuevo León no fue un despertar ciudadano, sino un castigo directo a Medina y lo que él representaba. Tampoco provocó un voto anti status quo; los electores repartieron los demás cargos de elección popular entre el PAN y el PRI.
El Bronco tiene que detenerse a pensar de dónde surgió y para dónde va. Se lo debe a sus electores, y a los empresarios, a quienes les dio un cheque en blanco para que le nombraran a su gabinete económico, y permitió que le colocaran a uno de los suyos, el respetado Fernando Elizondo, para que se haga cargo de los asuntos de gobierno. El Bronco inició con la negación a lo que lo llevó al poder. Anunciar que va a eliminar el mando único es ir contra lo que la élite neoleonesa ayudó a construir con financiamiento y apoyo. Va contra la esencia de la gobernabilidad que ellos, junto con Medina, construyeron con el exitoso modelo de seguridad.
Rodríguez tendrá que salir de su borrachera de triunfo y voltear a la realidad. Se lo debe a los electores que lo voltearon a ver por ser quien estaba justo en el lugar correcto en el momento preciso –gracias a que lo llevaron los empresarios al mundo real– como la única opción de cambio. No puede defraudarlos a ellos. No puede, tampoco, defraudar a los mexicanos que ven en el concepto de candidato independiente una ventana de oportunidad real para futuras elecciones.

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