Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Margarita Warnholtz

Una jornada electoral “normal” en Guerrero

Escuchado en un bar a la orilla de la carretera Acapulco-Pinotepa Nacional, Costa Chica de Guerrero, el pasado sábado 6 de junio. Un joven decía a otros tres: “No vendan su voto, es vender su conciencia”, respuesta a coro: “¡No mames!”. Otro chico interrumpió la conversación: “órale que ya va a empezar, entonces qué, ¿de a 500?”. Se cerró la apuesta justo antes de que iniciara el partido de la final de la Champions League, que disfrutaron chelas en mano (¿cuál ley seca?), mientras por la carretera desfilaban intermitentemente convoyes militares y vehículos de la Policía Federal.
No supe en qué terminó la apuesta ni la conversación sobre el voto porque me retiré al medio tiempo. Para entonces, después de pasar una semana por esa región, ya me había enterado de que el voto se estaba cotizando en mil pesos, más o menos lo que habrán gastado esos muchachos entre la apuesta, las bebidas, y tal vez una recarga para el celular.
Días antes, me tocaron algunos cierres de campaña. Estaba en una pequeña comunidad del municipio de Marquelia, y de pronto prácticamente se vació; todo el mundo se fue en camionetas que según dijeron habían ido específicamente a recogerlos, al cierre del Partido Verde. Al rato pasé por ahí: era toda una fiesta. Un conjunto que, según el señor de las tortas, “es de los más caros de por acá, cobran como 200 mil pesos”; entre rola y rola, se oían discursos a los que nadie ponía atención, todo el mundo tenía la respectiva gorra y playera, y muchos andaban con cerveza en mano. Terminando el acto, oí a una señora comentar, mientras se quitaba la playera: “vámonos a la cancha, que creo allá andan los del PT, a ver qué tal se pone”. Algo similar vi en otras dos cabeceras municipales. Los discursos que escuché eran todos parecidos: un Guerrero en paz, más salud, mejor educación, etcétera, sin decir cómo.
En otra ocasión pasé por donde un camión del Movimiento Ciudadano repartía despensas, al otro día me mostraron unas bombas para fertilizante que había regalado el Verde, pasé por una estética donde había mucha gente y cuando pregunté me dijeron: “es que está comprando votos el PRD”. Alguien dijo que por ahí el PRI estaba comprando menos, porque habían encargado de eso al Partido Verde, su aliado para la gobernación.
Conversé con muchas personas al azar sobre las campañas, los candidatos y los votos. Algunos me decían claramente que, como siempre que llegan al cargo (los candidatos) se olvidan de la gente, no hacen nada y se roban todo, era mejor darle el voto al que más pagara, pues así por lo menos ganaban algo. En cuanto a las playeras, despensas y demás regalos, aceptaban de todos, sin discriminar. Otros pocos decían que mejor no iban a votar; estaban hartos de tanto derroche y de tanto argüende, pues no dejaban de pasar coches con megáfonos anunciando partidos y candidatos, a veces se cruzaban y se oía el lema de uno y el nombre de otro. Quienes conocían las propuestas de los candidatos y pensaban votar conscientemente, definitivamente eran minoría, como lo fueron los votos para los pocos candidatos que no los tomaron como mercancía.
Dentro de todo esto, me encontré con Bruno Plácido Valerio, líder de la Unión de Pueblos y Organizaciones del Estado de Guerrero (UPOEG), que era candidato por el Partido Humanista a la diputación federal. Su forma de hacer campaña y sus propuestas eran muy diferentes. Sin escándalo, sin banderas ni vallas o mantas con su imagen, apenas con unos cuantos volantes, en reuniones con la gente de las comunidades, decía: “No vengo a regalar nada, vengo a proponer que trabajemos juntos por los pueblos, así como venimos haciendo desde hace tiempo, pero ahora yo desde allá, del Congreso, y ustedes desde acá”.
En síntesis, explicaba que teniendo un cargo podría aportar más, gestionar más obras y recursos para la región, siempre y cuando contara con el apoyo de la gente porque sin éste, él, solo entre 500 diputados, no lo iba a lograr. Que si llegaba a la Cámara de Diputados iba a pelear por una iniciativa de ley para que hubiera una “tarifa social en electricidad para nuestros pueblos”. Esto último, porque la UPOEG encabeza desde hace un par de años una lucha contra la CFE en la región, donde llegan recibos de miles de pesos a casas que sólo tienen dos focos y una televisión. También hablaba de fortalecer el sistema de seguridad implementado en la zona por su organización.
Aclaraba que iba por el Partido Humanista porque era el que le había ofrecido la candidatura, porque no había logrado registrarse como independiente, pero que no iba a trabajar por el partido, sino por los pueblos, que eso era un acuerdo hecho desde el principio. Supongo que, por lo mismo, no tenía muchos recursos, hasta para gasolina me pidió prestado una vez.
A diferencia de otros que repartían comida en los actos de campaña, a él, cuando terminaban las reuniones la gente le invitaba un taco. En las conversaciones que me tocó escuchar se oían comentarios como: “Ya ve, don Bruno sí consiguió que nos hicieran el puente, que nadie nos había hecho caso, hasta el hijo de Aguirre (ex gobernador de Guerrero) nos lo había ofrecido, y nada”. Una señora decía: “Yo como quiera puedo moverme, pero hay que apoyar a las viejitas, que ya se mete el agua a su casa y nomás se quedan ahí mojándose, les urgen unas láminas”. Al final, Plácido obtuvo proporcionalmente pocos votos, pero fueron legítimos y de personas que se preocupan por su comunidad.
El día de elecciones lo pasé en Ayutla, que estaba atestado de militares y Policía Federal, que se movían hasta por los techos, unos acampando en lotes baldíos ubicados estratégicamente, el resto en todos los hoteles, salvo en el que encontré hospedaje porque, según me dijo la encargada, “aquí no queremos guachos, les digo que ya no hay”. Se esperaba que hubiera problemas, porque había un sector exigiendo la elección por usos y costumbres (por ser municipio considerado indígena), pero no pasó nada. Solamente hubo una marcha, que en un momento se vio rodeada por policías y militares que les impedían el paso a una calle, pero entonces se desviaron a otra. Ni siquiera se acercaron a la sede del Instituto Nacional Electoral, donde ya los esperaba una barrera como de 100 soldados.
Mientras tanto, en Tlapa la Policía Federal reprimía a manifestantes y mataba a un joven, y en Tixtla estudiantes y padres de los jóvenes desaparecidos de Ayotzinapa quemaban algunas casillas, de ello fue de lo que más se habló en las noticias. El resto se describió como “sin mayores incidentes”, pues la militarización, la compra-venta de votos, el derroche de recursos que se pagan con nuestros impuestos y las demás irregularidades, son considerados parte de lo normal. Estoy segura de que lo que me tocó ver en la Costa Chica de Guerrero se da en la mayor parte de las zonas rurales o semi rurales del país, y eso es lo que en México llaman democracia.

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