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Jorge G. Castañeda

La segunda vuelta en 2018, no hay de otra

Las conclusiones sobre los comicios del domingo pasado ya han sido sacadas por la comentocracia y los especialistas. Se perfilaron varias tendencias evidentes: el gobierno conservó y amplió su mayoría en la Cámara de Diputados; los independientes tuvieron éxitos notables y emblemáticos; Morena logró más o menos lo que se proponía; el PAN y el PRD sufrieron importantes descalabros. Pero quizás la lección más significativa de la elección fue la que muchos analistas también subrayaron: la dispersión del voto de los mexicanos.
La gente salió a votar en una proporción ligeramente superior a la que se acostumbra en comicios intermedios. Pero en lugar de concentrar su voto en los dos principales partidos –PRI y PAN– o en tres de ellos –PRI, PAN, PRD– en esta ocasión el PRI y el PAN apenas superaron el 50% de los votantes, y los tres juntos apenas rebasaron el 60%. Los pequeños partidos se llevaron lo demás. Esto no augura nada bueno para el sistema político, pero existe un remedio muy sencillo.
No augura nada bueno porque la dispersión se manifestó cada vez que la gente tuvo cómo expresar su rechazo: ya sea por independientes, ya sea por partidos nuevos –Morena, Encuentro Social– ya sea por el Verde, para los ingenuos o despistados. Esto va a seguir sucediendo. En la elección presidencial del 2018, entonces, podemos amanecernos con un presidente electo por la cuarta parte del electorado, que a su vez representa las dos terceras partes del padrón. La solución es la segunda vuelta, sobre todo que, como ya dijimos, sobrarán independientes: Neri Vela, Margarita Zavala, Miguel Ángel Mancera, algún futbolista, una cantante, y tres “activistas” de Las Lomas.
Por lo menos en cargos ejecutivos, la segunda vuelta obliga a concentrar el voto, a pesar de la dispersión en la primera. Sólo permanecen dos en la contienda, y por definición uno obtiene más del 50%. Los tres partidos la rechazan, aunque el PAN ha sido más sensato y lo ha considerado con más seriedad. El PRI se opone a muerte porque cree que los otros dos le echarían montón y el PRD antes, y Morena ahora, se niegan a aprobarla por la misma razón. Si entienden que la dispersión será más dañina que la segunda vuelta, quizás cambien de opinión.
Esto no resolvería el problema de las elecciones legislativas. Es cierto que de introducirse la segunda vuelta en esas votaciones, se correría el riesgo no sólo de acabar con la dispersión sino con la representación legislativa de los partidos pequeños. Conservarían su registro, gracias a sus votos en la elección presidencial, pero no contarían con diputados, ni mucho menos con senadores. No es una buena idea, aunque también para ello hay antídotos. Pero si queremos evitar la dispersión –y hay buenas razones para hacerlo– no hay que complicarse demasiado buscando soluciones milagrosas. Ahí está: la segunda vuelta.

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