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Eduardo Pérez Haro

De elecciones y lecciones

Para Bonifacio Rosas Mendoza.

Semanas previas al inicio de las campañas electorales con vistas a las elecciones del 7 de junio, los pobladores de la comunidad de San Antonio el Grande se dieron cita en la cancha que se encuentra en el centro de esa localidad para discutir el incumplimiento reiterado del gobierno del estado sobre la demanda de servicios de salud para la atención pública de los problemas ancestrales que se padecen en ese renglón. Después de discutirlo, la asamblea acordó no permitir que los partidos políticos hicieran campañas de proselitismo hasta no tener una respuesta positiva sobre el asunto.
Transcurrieron los tiempos de campaña en los que los figurantes de los diversos partidos, en desacato de la asamblea realizaron sus actividades proselitistas y entrelazaron complicidades sin que fueran confrontados por la mayoría de los pobladores que participaba del acuerdo alcanzado en la deliberación referida; empero, días antes de la jornada electoral del 7 de junio, la población nuevamente se reunió en asamblea abierta en la cancha de basquetbol y decidió que ante la ausencia de respuesta del gobierno sobre las demandas en materia de salud, no habría elecciones en la comunidad de San Antonio.
Llegado el día de los comicios, los confabulados del PRI y alineados a la presidencia municipal del PRI llegaron acompañados de policías del gobierno del estado para instalar las casillas y realizar la votación en urnas, y así sucedió, los pobladores de nueva cuenta evitaron cualquier confrontación y se consumó la emisión del voto, alcanzando alrededor del 47 por ciento de participación respecto de un padrón de mil 601 votos. El PRI se consagró como ganador con el 47 por ciento de los votos emitidos.
Surgen varias preguntas ¿Dónde está la democracia, en la asamblea o en las elecciones?, ¿quiénes fueron los que votaron?, ¿por qué los pobladores en asamblea se expresan contra las campañas y las elecciones? Seamos serios y hasta donde podamos hagamos un esfuerzo por reconocer las cosas tal como lo explican los propios pobladores de la asamblea. San Antonio El Grande es la localidad más grande del municipio de Huehuetla, en la región Otomí-Tepehua del estado de Hidalgo, se trata de una comunidad enclavada en la sierra oriental, colindante con los estados de Veracruz y Puebla, donde se habla lengua indígena, los jóvenes sí hablan español, pero ni siquiera llegan los periódicos y la CNTE no existe ahí, digamos que no responden a la influencia subversiva, ni siquiera de las opiniones que se filtran en los medios impresos, y la de las televisoras no ha sido sino propaganda convocante del voto, y con los sesgos que todos saben y reconocen en favor de los partidos en el gobierno. Luego entonces, no hay mucho que rascarle.
Para la comunidad mayoritariamente otomí y en menor medida hepehua, la razón de su alegato fue una repetida desatención del gobierno a las ingentes necesidades en materia de salud, y su decisión de bloquear las campañas y las elecciones es porque los partidos y las elecciones se entienden como parte del gobierno y, como un acto del gobierno, partidos y elecciones respectivamente, partidos que no están enraizados en los problemas y la deliberación de la comunidad reunida en asamblea, y gobierno que les desestima, les desatiende y al final siempre se les impone.
En esta comunidad de pequeños propietarios indígenas, no los reúne ni siquiera el reparto agrario del ejido, porque no lo tuvieron, sino la necesidad, la lengua y la cultura de la defensa frente a un gobierno que se les impone con urnas instaladas bajo la vigilancia de los fusiles, que se corresponde con el signo partidista de los ganadores del municipio, el gobierno del estado y el poder federal, y dónde los demás partidos recogen lo propio para los efectos del caso.
Los asistentes a las urnas son sus clientes obligados en pago de favores, por la dádiva recibida o por la promesa comprometida; empero, la mayoría queda fuera de las urnas, pero no por abstención ni por perversas influencias, sino por rechazo a partidos y gobernantes, quienes sencillamente se tornan ajenos y contrarios a sus intereses básicos.
Los impostores ganaron por default, no se presentaron los contrarios, los enemigos de los partidos, de la elección y del gobierno. En este caso coinciden los pobladores que nutren la asamblea del pueblo y ahora sus integrantes, los pobladores, son antidemocráticos y, aunque no se confrontaron, quedarán en el saco de los vándalos que fueron derrotados por “las elecciones más pacíficas y concurridas de los últimos tiempos”. Así lo corean los panegiristas oficiales y oficiosos, derechosos e izquierdosos que en esta época militan básicamente en los medios de comunicación. A favor de México, en contra de la violencia y la injusticia, pero de espaldas a las demandas sociales y de las posiciones de rechazo del pueblo. ¡Vaya ironía!
“Uno vota por el que quiere y siempre gana el que ellos quieren”, decía restregando las manos sobre su delantal blanco. A su lado camarógrafos, reporteros, elementos del Estado Mayor, esperaban el arribo del Presidente. La señora Magdalena García, conserje del Jardín de Niños El Pipila”, donde el presidente Enrique Peña Nieto emitiría su voto.
En la entrada de Chapultepec, José Barrón, sentado en una banca con su esposa, se ponía a analizar: “no voy a votar porque no me gusta escoger al ratón que me va a robar”, se ríe de su propio chiste.
La casilla en el Club de Periodistas también era igual, lenta, sin más gente que los funcionarios, abanicándose entre una tonadilla de un acordeón de un oaxaqueño que pedía monedas afuera.
¿Una foto? “Sí, pero ahorita que entre una persona a votar”, decía el presidente mientras que un montón de jóvenes abarrotaba el Salón Corona de Madero, donde se permitía tomar. México iba 2 a 0 cuando Martha Avalos, sentada en una esquina con Leonardo Estrada, preguntó: “¿Hubo elecciones hoy?”.
Quitó los ojos de la pantalla. Es una broma, dijo, pero que no, que no votó. Que para qué.
Estos son parte de los testimonios que recogió Jorge Ricardo en su reportaje “Primero comer después votar”, publicado en la página 13 del periódico Reforma del lunes 8 de junio.
Cuántos San Antonios se sucedieron el pasado 7 de junio, cuántos conserjes, taxistas o jóvenes renunciaron a ejercer un derecho que en la práctica no cumple con su cometido de nombrar a sus representantes y gobernantes porque no lo son, y de ello dan prueba reiterada durante sus desempeños, así se les reconoce, como transas, y así los aluden los mismos comentaristas de los programas y noticieros de radio y televisión que llamaron a votar. Los analistas panegiristas lo liquidan con “no sabemos cuántos de los que no fueron a votar son por rechazo o por apatía y desinterés, no lo sabemos, luego entonces, no cuenta, no importa”, “los votos anulados no sabemos cuántos fueron por error o por rechazo. Luego, aunque sean cerca del 5 por ciento no cuentan, no importan”, “los boicoteadores se redujeron a casos aislados, se instalaron 99.8 por ciento de las casillas y votaron prácticamente el 48 por ciento de los electores, luego entonces fue pacífico y concurrido, todo un éxito, ganó México, ganó la democracia”.
Realmente ha sido excesivo el fraseo y el tono en el que se ha coreado quienes a eso se dedican, y cobran por ello, hasta personajes que se esfuerzan por parecer diferentes pero dicen lo mismo. Ha sido tan exagerado, que tal parece que les llegó a preocupar que la elección pudiese haber sido bicoteada, o que analistas y no asistentes pudieran dejar en cuestión este nuevo arreglo electoral. Pero aunque no lo fue, la parte que no se muestra, que no se reconoce, que no se quiere ver y que no se estima, comprende un problema muy serio de la democracia, o tal vez buena parte de la solución al problema de fondo, no sólo de la democracia sino de la transformación de México hacia un escenario de menor inequidad, injusticia y competitividad en el mundo globalizado.
Festinar sin reparar en las irregularidades del proceso, los asesinatos de candidatos, las trasgresiones de las reglas, la miopía de las autoridades, las intromisiones y colusiones, y desestimar las razones del cuestionamiento a las elecciones revela que se tienen acomodos e intereses en las estructuras políticas del sistema, o una confusión garrafal entre los medios y los fines. El problema de fondo está en la calidad de las representaciones como piezas del engranaje entre la sociedad nacional y el gobierno con el cual se puede asumir la transformación de México. No es una discusión académica sobre la importancia del voto, el ejercicio del derecho a votar, o la vía electoral como vía de la transformación, cuestión que nadie ha puesto a discusión salvo los asustadizos representantes del pensamiento medio que han querido aclarar un asunto en el que nadie tiene confusión.
Lo que está a discusión es la democracia cuya falla proviene de la calidad de la representación y, por consecuencia, del gobierno que no sólo desconoce a una población que sólo le interesa en elecciones, cuya concepción del desarrollo no repara en la importancia de esta sociedad en la operación de los cambios de todo carácter y, por tanto, lo que termina procesando es su rezago que termina por ser el propio, es decir, el desarrollo del subdesarrollo, donde lo único que sucede es la protección del enriquecimiento de unas cuantas empresas, en medio de una progresiva descomposición socio institucional, incremento del crimen organizado y, por supuesto, desigualdad y pobreza.
No es consecuencia de la elección del domingo 7, sino consecuencia de las elecciones de ya muchas jornadas, por no hablar los problemas congénitos de nuestro sistema político electoral que no sólo explica la inasistencia a las urnas o la anulación del voto, sino que precisa de una profunda transformación donde la mayor conciencia de ello, no sólo pero fundamentalmente, está en los ciudadanos que no acudieron o anularon su voto. Luces que han sido eclipsadas por la pirotecnia electoral del sistema y la partidocracia, que no por la democracia y la legalidad.

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