Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Alcaldes de Acapulco (XV)

Primer presidente municipal

De acuerdo con el cronista Alejandro Martínez Carbajal (Historia de Acapulco, 2005), el primer presidente municipal de Acapulco, designado en 1820 con tal denominación, fue don Blas Pablo de Vidal. Esto es a un año de la firma del Plan de Iguala y de los Tratados de Córdova que le dan a México “un gobierno monárquico, constitucional moderado” y a dos del ungimiento de Agustín de Iturbide como emperador de once meses.

El municipio

Al extender su imperio, Roma incorporó a las ciudades conquistadas la figura de municipium que quiere decir “ciudad principal y libre”, gobernada con sus propias leyes y en la que los vecinos gozan de los derechos y privilegios de los ciudadanos romanos. España, invadida por Roma, asimila entre otras muchas formas culturales, la política administrativa del municipio romano. Aún a la caída del poderoso imperio, se conservan las mismas formas de organización y autonomía. Esto es, integrado el concilium por representantes de la comunidad, siempre en proporción con el número de sus habitantes.
Moisés Ochoa Campos* nos instruye sobre el proceso histórico del municipio en México. 1) Principios del siglo XVI: integración de la comunidad indígena con el municipio rural primitivo, o sea, el Calpulli. 2) De 1519 a 1521, introducción del sistema municipal castellano. 3) Siglo XVIII: organización del municipio, coexistencia entre municipios indígenas y españoles. 4) Mismo siglo XVIII: irrupción vigorosa del municipio castizo, influencia de los criollos en el control de los ayuntamientos. 5) Finales del S. XVIII, influencia francesa. 6) Siglo XX: influencia anglosajona, supervivencia solamente estructural de las instituciones españolas e indígenas. 7) Auténtica configuración jurídica del municipio a través de la Constitución de 1917.
La institución del Municipio Libre es la que tiene en nuestra historia el abolengo democrático más puro. Bajo la dominación española fue el municipio el único y elemental reducto del gobierno propio de los pueblos. Si bien la mayor parte de los cargos del ayuntamiento eran vendibles, los alcaldes no lo serán sino producto de la elección popular (licenciado Efraín Vélez Vélez, chilpancingueño, secretario del Ayuntamiento de Acapulco en 1977).
¡Aguas, el Municipio Libre peligra hoy mismo!

Bendición de La Soledad

El gobernador del fuerte de San Diego, Basilio de la Gándara , acompañado por el alcalde de Acapulco Pablo de Vidal, encabezan una ceremonia religiosa. Acompañan a los dignatarios eclesiásticos locales en la reposición de la imagen de la virgen de La Soldad. La colocan en el altar mayor de su renovada capilla, en la plaza principal del puerto. La misa solemne coran sanctíssima es oficiada por el cura párroco de la misma, Felipe Clavijero.
Un día antes, el 5 de enero de 1820, con la presencia del todo Acapulco tendrá lugar la bendición de la sacra imagen, llevada luego en procesión por las principales calles de la ciudad. En medio del júbilo popular por tal acontecimiento, se escucha el reproche de “que han pasado 25 años y la Patrona acapulqueña no tiene una casa digna.

José María de Ajeo, el segundo

José María de Ajeo (siempre con información de Martínez Carbajal), asumió el cargo de segundo presidente municipal de Acapulco el 6 de enero de 1821, llevando como síndico a don Francisco Eustaquio Tavares (uno de los primeros cronistas acapulqueños del siglo XIX). Los regidores: Juan de Molina, Manuel de Oronoz, José Bonifacio Ozuna, José Bracho y Joaquín Zenón Doria. Francisco Rivas Larumbe era secretario general

El Plan de Iguala

El Plan de Iguala, a propósito, despierta amplias simpatías entre los habitantes de la Nueva España por establecer respeto y protección para los ciudadanos y sus propiedades. Igualmente, porque abrogaba cualquier restricción para la ciudadanía sin importar su raza o color –indios, europeos, africanos, etcétera–, con opción de empleo para todos. Y claro, recipiendario de las bendiciones celestiales por disponer que “el clero secular y regular será conservado en todos sus fueros y preeminencias”.
Acapulco será la primera ciudad de la Nueva España en pronunciarse a favor del Plan de Iguala. Lo hace el comandante de la guarnición del fuerte de San Diego, Vicente Enderica, a escasos cuatro días de su promulgación en Iguala, el 28 de febrero de 1821. Enterado Juan Ruiz de Apodaca, el virrey, ordena que se tome a sangre y fuego la fortaleza acapulqueña y se pase por las armas a los traidores. Francisco de la Rionda, comandante de la sexta división de milicias, obtiene del presidente municipal la información en el sentido de que es muy poca la gente que sigue al desertor. Será entonces cuando cargue duro contra la fortaleza, pero no encontrará resistencia. Enderica, para entonces, ya estará en el campamento de Iturbide.
El propio alcalde Ajeo publica un bando exhortando a los acapulqueños a “defender su ciudad de los rapaces y criminales intentos de Iturbide y Vicente Guerrero”. Sin embargo, para octubre de ese mismo año, los porteños estarán volcados en apoyo del coronel Álvarez al apoderarse de la fortaleza. Lo hace el 15 de octubre de 1821 a “nombre de la Nación Mexicana”, con la representación del general Isidoro Montes de Oca, comandante y gobernador de Acapulco.

José Bracho, el número tres

Para cumplir un período de un año, a partir del mes de enero de 1822, asume don José Bracho la tercera presidencia municipal de Acapulco. Lo acompañan como regidores los señores José Bonifacio Piza, José Miguel Perusunguín, Blas Pablo de Vidal, Rafael Eslava, y Cayetano Argumedo. Secretario, Manuel Dublán.

Los chilenos

El 25 de enero del mismo año se da un enojoso diferendo entre autoridades locales y marinos chilenos. Todo empieza cuando el gobernador del fuerte de San Diego, Nicolás Basilio de la Gándara, arresta al capitán del bergantín chileno Araucano, vicealmirante Robert Simpson, mientras realiza un paseo nocturno por la ciudad. El marino inglés nacionalizado chileno será liberado a las pocas horas con un castizo sorry. Ello cuando demuestre no ser ningún espía extranjero y sí comandante del barco insignia de la flota chilena, camino a Acapulco, al mando del almirante lord Thomas de Cochrane. Fuerza naval, explica, dedicada a hostilizar a los buques españoles que continúan aún pirateando en el Pacífico. A Gándara, según la chacota en el mercado, “se le había arrugado de más el cicirisco”.
El almirante Cochrane arriba en efecto el 27 pero deja fuera de la bahía sus fragatas O´Higgins, Valdivia e Independencia, con 132 piezas artillería y 600 hombres. Informado por Simpson de cómo están las cosas en el puerto y de que el tal Gándara es un gandalla, el también inglés-chileno se acercará al gobernador para darle la suave con su extraño acento teutón- austral.
Le informa comedido que la fuerza naval chilena viene en apoyo de la independencia mexicana, contra el yugo español. Que trae órdenes del almirante O´Higgins de hundir toda embarcación navegando en el Pacífico con bandera española. Dicho lo cual el almirante será colmado con obsequios y vituallas –becerros, cerdos, gallinas y hasta iguanas–, negadas a Simpson aduciendo una terrible escasez en el puerto.
Cochcrane y su flotilla zarpan finalmente el 3 de febrero después de disfrutar aquí de grandes agasajos y, ¿por qué no decirlo?, de las caricias de unas alegres y suculentas “zambas” (nacidas de indio con negra) y también “zambaigas” (indio con cambuja: china con indio). Al despedirse deja saludos calurosos para el emperador Iturbide, junto con deseos porque tenga una larga vida y pueda ver coronada su lucha emancipadora del vasallaje europeo. Ofrece volver, si es necesario.

La Chilena

Durante tales festejos, los marinos chilenos cantaron y bailaron con las acapulqueñas su música tradicional –cueca o zamacueca–, gustando tanto a la gente de aquí que pronto las harán suyas. Arraigadas más tarde en la Costa Chica, allá le darán el ritmo preciso y la cadencia sensual. Honrará a aquellos hombres y mujeres el respeto para el origen de su música y baile llamándole justamente chilena. (La chilena guerrerense, Moisés Ochoa Campos, 1987).

Álvarez, jovenazo

Un treintañero Juan Álvarez, coronel a cargo de la seguridad del fuerte de San Diego, maliciará de la diarreica verborrea del almirante Cochrane. Lo llama, quien sabe por qué, “pinche viejo languzo”. Por lo que pudiera ofrecerse, el joven Álvarez había ordenado, a partir del arribo de La Araucana, la aproximación de la división a su mando. Para entonces ya estará instalada en puntos estratégicos de la ciudad. “De chile me como un plato”, dirá el bravo soldado. Álvarez, por cierto, asumirá la gubernatura del fuerte y la ciudad cuando Montes de Oca pida licencia por enfermedad.

Juan de Molina, el cuarto

El 1 de enero de 1823 asume la presidencia municipal de Acapulco el señor Juan de Molina. Lo acompañan los regidores Manuel de Oronoz, Blas Pablo de Vidal, Rafael Eslava, Ignacio Zavala, Antonio de Almeida y Joaquín Zenón Doria. Repite como secretario don Manuel Dublán.

Asia y Constante

Una preocupación permanente de los gobiernos centralistas de México era la desprotección de sus puertos, sin defensas mínimas para enfrentar una posible invasión extranjera. Acapulco figuraba muy sentidamente entre aquellos, urgiéndose entonces una defensa marítima eficaz de su bahía. La artillería de la fortaleza de San Diego, si bien poderosa, carecía de largo alcance .
Hablando del rey de Roma, se asoman a la bocana en junio de 1825 dos navíos de guerra con banderas españolas. Asia y Constante eran sus nombres, provocando el segundo de ellos malas lecturas por parte de los acapulqueños. Las dudas sobre aquellas extrañas naves en la bahía se disiparán muy pronto. Se conocerá algo inusitado: ambas estaban en remate, como las iguanas y los armadillos en el mercado. Una oferta nada confiable, ciertamente.
Y no lo era Asia y Constante eran producto de un doble hurto. Sus tripulaciones, amotinadas, se habían apoderado de ellas dejando a sus capitanes abandonados en alguna isla filipina. Toman luego rumbo al Pacífico Sur sabedores que en algún sitio del mismo hay una revolución. Aquí, por falta de una tradición marítima se ignoraban los cánones y las leyes del mar. Fue quizás por ello que en los barcos piratas ondearán muy pronto la bandera mexicana del momento.
Sobre los arreglos del gobierno mexicano y los piratas españoles nunca se supo ni media palabra, el caso fue que las naves Asia y Constante iniciaron con sus propias tripulaciones la vigilancia en la costa del Sur. Más tarde, se ordenará que el bergantín Constante se quede en Acapulco y el Asia pasará al golfo de México. No se trataba de barcos tipo Sea Cloud y Bonanza acapulqueños, que va, el emplazamiento de ambos era de 56 sonoros cañones.

*Moisés Ochoa Campos
Chilpancingueño (1917 – 1985), historiador, político y licenciado en Ciencias Políticas por la UNAM. Primer alumno titulado en esa facultad con la tesis La Reforma Municipal, mereciendo la distinción Magna cum laude. El doctorado lo obtendrá más tarde en la Universidad de Roma. Autor entre muchos textos de Guerrero, análisis de un estado problema, Historia del estado de Guerrero, El municipio y su evolución institucional y El maestro Ignacio Manuel Altamirano.

468 ad