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Concluye la catalogación de los libros de Monsiváis que resguarda La Ciudadela

Jorge Ricardo / Agencia Reforma

Ciudad de México

Era la Francia de 1970, el hotel del Quai Voltaire. Pablo Neruda estaba en cama, fatigado, cuando dos Carlos, Monsiváis y Fuentes, lo visitaron. “¿Cómo se encuentra?”, preguntó Neruda al primero. “Sucede que me canso de ser hombre”, respondió Monsiváis, quien solía recitar de memoria los versos de quien ganaría el Nobel al año siguiente.
“¿Y qué hace en París?’”, insistió el anfitrión. “Juego todos los días con la mar del universo”. Entonces el chileno cayó en cuenta: “¿Y que escribe ahora?”, prosiguió. “Los versos más tristes.” “¿Cuándo?” “Esta noche”.
Fuentes contó este pasaje el 22 de junio de hace 5 años, tres días después de la muerte del cronista. De aquella visita queda como testigo un autógrafo en tinta verde en uno de los libros de la biblioteca de Monsiváis en La Ciudadela: “A Carlos Monsiváis fraternalmente, para hacer trabajar aún más su memoria. 1970 París”.
Es el registro de un episodio fantástico, como puede serlo también la existencia del Curso de historia de México, un libro de texto con el nombre del propietario en manuscrita: “Carlos Aceves Monsiváis 2° ‘a’”.
La catalogación de los libros que La Ciudadela resguarda del autor, de quien hoy se recuerda su quinto aniversario luctuoso, está concluida, asegura el coordinador de Bibliotecas Personales del Conaculta, Javier Castrejón.
En el camino hallaron obras desconocidas. Por ejemplo, su primer libro de crónicas, un tomo breve de 1969 –hasta entonces sólo había publicado su autobiografía y una antología de poesía, en 1966– con la cara de John Lenon en la portada. Principados y potestades fue impreso en 100 números por la Librería Madero para regalo de Navidad de sus clientes.
Monsiváis, por ejemplo, narra el estreno en Acapulco de la ópera rock Hair, y acude al debut de The Doors en México, con el tono de quien ha vivido con los ojos en la Biblia: “Y se hizo la oscuridad y los ojos se concentraron, para iniciar el cobro de los réditos. Y aparecieron John Densmore en la batería, Robert Krieger en la guitarra, Ray Manzarek y, finalmente, al cabo de todo, la leyenda sexual, el sí de las niñas, el superboy de Berkeley, Jim Morrison”.
Otras joyas son un Diccionario de La Onda (“acelerado”, “dar chance”, “bonche”, “aliviane”, “estar grueso”), un libro de dibujo autografiado por Diego Rivera y Sex, título de Madonna censurado en 1992 en medio mundo.
Daniel Bañuelos, encargado de la biblioteca, confía en que en tres meses abra al público la hemeroteca del acervo. Por ahora está en el Fondo Reservado: una crujía en desorden con estantes como torres, dos de los cuales son ocupados por 13 mil 550 revistas, entre ellas ejemplares de Su otro yo, con senos al aire, minifaldas y escotes en portadas; soft porn mezclado con textos de Monsiváis o García Márquez.
Su otro yo se publicó en los 70 y 80 y Monsiváis fue un colaborador habitual. Varios de sus textos están tachados, como si se hubiera arrepentido de lo escrito. “Lo que pasa es que ponía a escribir a su mamá, y luego no le gustaban”, dice Miguel Ángel Morales, antiguo jefe de redacción de la revista.
Bañuelos afirma que la de Monsiváis es la más visitada de las cinco bibliotecas personales de La Ciudadela. Se trata, dice, de un caos inagotable.

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