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Arturo Solís Heredia

Por fin conocí, con boleto pagado en mano, el Auditorio Estatal Sentimientos de la Nación, en el primer concierto de la Filarmónica de Acapulco (¿por qué no mejor de Guerrero?) dirigida por el maestro Eduardo Álvarez, luego de la privacidad cuestionable del concierto inaugural.
Debo decir que casi todo acerca del auditorio rebasó mis expectativas. El diseño arquitectónico, la comodidad del foro, su capacidad e infraestructura técnicas, por supuesto la belleza de los murales, y la propuesta artística de los espectáculos ofrecidos hasta el momento.
Está presumible, pues, para que me entiendan los chilpancingueños que hemos ido a los cuatro conciertos (dos de la Filarmónica, uno de Lila Downs y uno de Pablo Milanés), y que hemos salido con ánimo de ciudadano satisfecho y actitud cosmopolita.
Como cuando asistimos a la inauguración de los Cinemas Jacarandas, hace más de 30 años, para ver el estreno ¡nacional! de la nueva versión de King Kong tras los huesitos de Jessica Lange. Uf, salimos fufurufos, diría mi padre, con la idea de que el pueblo era ya, menos pueblo. Pero ahora salimos con una mejor idea, de que Chilpancingo era ya, más ciudad que pueblo.
Pero digo que casi todo me gustó, por dos detalles, uno pequeño y otro no tanto.
Uno, el precio de los boletos es demasiado alto, si pensamos en el ingreso promedio de la mayoría de los guerrerenses, a los que supongo debería dirigirse principalmente un proyecto público de fomento cultural, como éste.
Dos, persiste la práctica del privilegio y el trato preferencial a los funcionarios, representantes populares e invitados especiales del gobierno, cuando se supone que el auditorio es un recinto abierto al público en general, y que los asientos preferenciales los puede reservar y ocupar cualquier persona, pagando el boleto respectivo.
A menudo, las escenas que mejor definen la cultura política de una sociedad que se ostenta como democrática, son las que reúnen, en aparente igualdad civil, a gobernados y gobernantes en espacios públicos y colectivos. En este sentido, si nos atenemos a lo que sucede en los conciertos del auditorio, pareciera que aún nos falta mucho por andar.
Porque en los cuatro conciertos posteriores al inaugural, los asistentes han encontrado al menos las primeras siete filas de la zona preferente y los dos palcos principales de la zona del mismo nombre, reservados para invitados especiales.
Uno entiende, con un poco de buena voluntad, que en la inauguración oficial del auditorio sea necesario apartar lugares especiales para los invitados que se consideren especiales, desde la lógica protocolaria de estas ceremonias, a pesar de que sea un tanto difícil entenderla.
Me explico: si la obra inaugurada es pública, se entiende que se construyó con recursos públicos y en beneficio de la sociedad civil. Entonces, ¿por qué la mayoría de los invitados especiales no son los ciudadanos comunes, sino los que trabajan para ellos?
Pero bueno, se entiende la ocasión especial, incluso se entienden los reservados para el concierto de Pablo Milanés, siendo parte de las actividades oficiales de la conmemoración de la fundación del estado (para eludir el albur de la erección). Se entiende que el gobernador se reserve algunos lugares preferentes para sus invitados oficiales y, por qué no, hasta personales.
Pero no es fácil entender por qué, en un concierto normal, es necesario y justo el trato preferencial a servidores públicos y representantes populares (la antonomasia habla por sí sola). ¿No es un contrasentido ostentar tales cargos sin asumirlos? ¿Por qué debe pagar su boleto la gente que le paga al que no lo paga?
Aceptemos incluso, sin conceder, la pertinencia de que en un concierto normal se reserven boletos para algunos personajes importantes. ¿Por qué es necesario sentarlos juntos y aislados en una zona? ¿Por qué no pueden sentarse en el lugar que sea, al lado, adelante o atrás de la gente común?
Escuché historias nostálgicas de chilpancingueños en el concierto de Lila Downs, sobre los tiempos en que los gobernadores asistían a espectáculos deportivos o artísticos, como cualquier vecino, sin guardias, séquitos ni comitivas.
Entiendo, sin embargo, que esos tiempos no son estos, que ahora es peligroso y hasta imprudente que los gobernadores o los alcaldes acudan a eventos públicos sin protección logística.
Pero sería agradable, para variar, descubrirlos en el asiento de al lado, aunque no hayan pagado su boleto, como si fueran lo que son, ciudadanos tan comunes como el resto.
Estoy seguro de que el gobernador Ángel Aguirre o el alcalde Héctor Astudillo, por citar dos ejemplos, no tendrían más necesidad de protocolo y protección, que un par de guaruras y el respeto y afecto de la gente de su pueblo.
Por lo pronto, felicidades a los arquitectos y diseñadores del auditorio, y felicidades a la directora del IGC por la propuesta de eventos. Esperamos más.

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