Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Rogelio Ortega Martínez

Guerrero en estos días. La Ruta

(Séptima entrega)

Una vez más, para mis cuatro lectores, aunque no le gusta a Mario Saucedo que diga esto –ya otro se anotó–, vuelvo a los mitos del mundo clásico griego y al panteón de sus héroes, como referente de lo que hoy pretendo argumentar como La Ruta. Traigo a colación las vidas y los hechos de un personaje que, si bien se mira, es fundacional de otros que la literatura creó posteriormente. Revelador resulta que quizá uno de los libros más trascendentales de la literatura contemporánea, escrito por el irlandés James Joyce, se titulara, justamente, Ulises; así como también el de nuestro ilustre José Vasconcelos, quien al respecto nos legó su Ulises Criollo. Ulises el de Homero, el que partió a la guerra de Troya y, vencedor, emprendió La Ruta de un largo y azaroso viaje de vuelta a su patria: Ítaca.
A los 11 años de edad leí por primera vez la magistral obra de Homero. De La Ilíada, quedé fascinado con Aquiles, el guerrero por antonomasia, el Inmortal que muere por la fragilidad, la vulnerabilidad, por ello quizá nunca se me olvidó el consejo de mi abuela y mis grandes maestros: cuidar el Talón de Aquiles. Más tarde, en otra lectura, descubrí mi devoción por Héctor, el guerrero del otro lado de la muralla, el defensor de su patria, el que se llenó de gloria efímera creyendo que había matado en combate abierto y cuerpo a cuerpo al Inmortal Aquiles, cuando en realidad mató a Patroclo enfundado en la armadura de su amado. En otras lecturas y textos, descubrí las fortalezas y debilidades de las diosas y dioses del Olimpo, de las y los mortales, aqueos y troyanos. Alessandro Baricco, en su Homero, Ilíada, sustrajo a los dioses, sintetizó y destacó el valor y la valía de Héctor. Pero el que más me influyó para entender a Ulises ha sido Valerio Massimo Manfredi, en su obra Odiseo.
En la vida cotidiana, pero en especial en la guerra y en la política, resaltan más las virtudes y los defectos de las y los seres humanos. Así, Agamenón, el rey de reyes, el que comandaba la guerra y enviaba inmisericorde a sus soldados una y otra vez al combate y a la muerte para vencer la resistencia de las puertas de Troya, fue desafiado por Ulises herido y ante la inminente derrota de los aqueos. Sin más, Agamenón montó en su carro y marchó al frente de la vanguardia que se replegaba ante el embate de los troyanos dirigidos por Héctor, los heridos empuñaron de vuelta sus armas, los que corrían derrotados, escépticos y pusilánimes avanzaron de nuevo al combate y ganaron la batalla. Agamenón demostró sus destrezas de líder valeroso, sin regateo, pero no fueron estos los signos sustanciales de sus virtudes, su esencia fue siempre la codicia. Trascender la historia como el vencedor de Troya, pero sobretodo con el objetivo de ser el más acaudalado poseedor de las joyas de la ciudad más rica y esplendorosa del mundo. Helena, por su lado, la más bella entre todas las mujeres, la poseedora de todos los atributos femeninos, la que no fue raptada por Paris, aunque así se consignó y se hizo creer a los aqueos y a los troyanos; porque en realidad fue Helena la que sedujo a Paris y la que le pidió que se fueran a disfrutar de sus pasiones en los confines de Troya, finalmente, víctima de la venganza. Menelao, el agraviado, lleno de rencor y de rabia, el de la fuerza natural propia de su complexión y quizá ajena a su belleza varonil, en su mayor devoción siempre prevaleció la venganza. No fue por amor a combatir a Troya; fue a vencer o morir para lavar su honor de macho herido, para disfrutar con la mayor saña su venganza violando a Helena en los aposentos de Príamo y sacándola a rastras, jalada de sus rubios cabellos por las escalinatas del palacio real mientras ardía Troya. Ayax, El Gigante, el de cerebro de músculo, el que creía que todo se podía vencer y conseguir con la fuerza, hasta que perdió la vida al desafiar a Ulises en la disputa por la armadura de Aquiles.
Extramuros, las playas de Troya y, atrás de sus murallas, encarnados en forma de guerreros, con exaltadas mujeres, se disputaban las más altas motivaciones y las peores pasiones humanas: amor y venganza, gloria y avaricia, grandeza y codicia, templanza y soberbia, justicia y ambición. Allí estaban Aquiles, Agamenón, Héctor, Menelao, Príamo, Áyax, Patroclo, Helena, Casandra, Hécuba, Andrómaca y tantos otros y tantas otras. Pero sobre todo estaba Ulises. Ulises, el que eligió a Penélope y desdeño a la Bella Helena y, cuando esta lo interpeló le dijo: tú eres oro, y por tanto la codicia de todos; en cambio yo soy isleño, hombre de mar y de tierra, soy madrea, la que nace en la tierra y flota en el mar; en cambio el oro, si bien nace en las entrañas de la tierra, en el mar se hunde. Penélope, ciertamente, no tiene todos los atributos de tu exuberante belleza, pero me ama, admira y respeta con especial devoción, ella es hermosa porque entre la seda y el lino prefiere el percal y puede dormir en la intemperie, en el calor de mis brazos y en el fuego de mis besos.
Para la vida pública uno de mis modelos –estoy lejos de él, y lo sé– ha sido Ulises. Guerrero implacable en la batalla, bravo cuando se trataba de defender sus derechos y los derechos de otros, pero también sabio estratega, capaz de obtener lo necesario al menor costo y obstinado para procurar lo que consideraba, así sin más, moralmente bueno. Ulises, el que convenció a Príamo y a Agamenón para que terminara la guerra en un duelo entre titanes; el de la estrategia del Caballo, para penetrar en la fuertes murallas de la ciudad, más que con el afán de destruirla como era la obsesión de Agamenón y Menelao, para darle fin a la guerra, obtener la victoria y regresar a su zona de confort: Ítaca.
Arrogante con el triunfo, desafió a los dioses y ocasionó la ira de Poseidón quien lo castigó a enfrentar grandes y penosos desafíos narrados por Homero en La Odisea. Ulises sobrevivió a las Sirenas, a Caribdis y Escila, a los Cíclopes, a la seducción y extremos placeres de las Ninfas en la Isla de Calipso, donde sus compañeros fueron convertidos en cerdos y él fue sumiso prisionero imbuido en los encantos de Circe. Luego de reflexionar, con profunda humildad pidió perdón y misericordia a los dioses, a sus compañeros que murieron en el fragor del combate y en las inclemencias del mar y sus tormentas, y acabó llegando a su Ítaca, reencontrándose con su leal y bella Penélope, su hijo Telémaco y su fiel perro Argos, regalo de su abuelo Autólico, el héroe temido y odiado por todos. Recuperó a su amada esposa acosada y su reino asediado por codiciosos y egoístas conspiradores.
El  viaje de retorno de Ulises a Ítaca puede verse también como una metáfora de la vida, de nuestro discurrir por este mundo. Así lo entendió el poeta Konstantinus Kavafis, griego de Alejandría, que nos legó entre sus textos uno dedicado a la travesía y del que destaco algunas partes, de la traducción de Pedro Bádenas: Cuando emprendas tu viaje a Ítaca//  pide que el camino sea largo// lleno de aventuras, lleno de experiencias.// Ten siempre a Ítaca en tu mente.//  Llegar allí es tu destino.//  Más no apresures nunca el viaje.//  Mejor que dure muchos años, //  y atracar, viejo ya, en la isla,//  enriquecido de cuanto ganaste en el camino.// (…)// Ítaca te brindó tan hermoso viaje.//
Sin ella no habrías emprendido el camino.// Pero no tiene ya nada que darte.// Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.//  Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,//  entenderás ya qué significan las Ítacas.
El viaje es el conocimiento. Ulises, por consejo de Circe, no tapó sus oídos con cera para no atender el canto de las sirenas, como hizo con sus soldados. Prefirió amarrarse al mástil y escuchar por solo una causa: saber más, desentrañar la melodía del encantamiento que tantos barcos había llevado contra las rocas y tantos marineros al fondo de los mares. Ha habido cantos de sirenas también, en estos largos días y noches de violencia en Guerrero, en estos ya casi ocho meses en los que me ha tocado gobernar mi querido terruño suriano. En las horas de insomnio y reflexión, pienso en Ulises y en el bravío Mediterráneo, donde moraban esos seres mitológicos extraordinarios. Más cerca estaban, en el interior de las fronteras mexicanas, en algunas oficinas, en algunas redacciones y en algunos centros de poder aquellos cantos seductores. Y fueron cantos no melodiosos, sino gritos de guerra y represión. Voces que exigían reacciones autoritarias y de fuerza contra quienes se expresaban de manera distinta a la larga y cruel tradición caciquil y autoritaria.
Como Ulises –salvadas de nuevo todas las enormes distancias– preferí escucharlos, pero, a diferencia del héroe de Homero, no sufrí encantamiento. No fue necesario estar atado al mástil de barco alguno para resistir su seducción. Fue suficiente el fuerte mástil de mis principios y valores a los que siempre he estado anclado.
En otros episodios de su vida, Ulises, como señalé líneas atrás, dio prioridad al acuerdo, a la sensatez, la diplomacia y la paciencia. Y todo ello, que fue su guía para llegar a Ítaca, ha marcado –o así me gustaría que fuese– mi comportamiento para hacer frente a estos convulsos tiempos en que me ha tocado servir al público en Guerrero. En mi humilde opinión, el mayor servicio que puedo hacer es, llegado el momento, transmitirle al futuro gobernador una entidad en armonía y en paz, con sólidas bases para emprender la nueva gobernabilidad democrática.
Sin Ruta no hay destino. Sin proyecto, estrategia, táctica y organización no hay triunfo posible. La ruta se traza con determinación, con mucho de inspiración, audacia, valor y osadía. Al asumir el cargo y protestar ante la Soberanía del pueblo de Guerrero el 26 de octubre del año pasado, me propuse como programa servir al pueblo de Guerrero para recuperar su confianza en las instituciones, para demostrar que sí se puede gobernar de manera diferente, con la política como instrumento de vocación para servir. Como estrategia diseñamos la Ruta del diálogo y la tolerancia extrema. Como táctica fundamental: ir al frente de las negociaciones con todos los sectores sociales sin temor alguno, con diplomacia, sensatez, mesura y dando cumplimento cabal a los acuerdos. Como objetivo primario el acuerdo para salvar la economía de Guerrero, en especial la de Acapulco y lo logramos; en la temporada decembrina Acapulco estuvo a tope, al igual que Ixtapa-Zihuatanejo y Taxco. La Semana Santa y los puentes largos por igual. Se realizaron con éxito grandes convenciones como Ultreya, que congregó a más de diez mil católicos; la Competencia Mundial de Tiro al Blanco, que reunió a 46 países, presidida por don Olegario Vázquez Raña; el Mextenis; la Convención Nacional Bancaria; el Tianguis Turístico.
Hace ocho meses se afirmaba categóricamente que no habría elecciones en Guerrero. Las hubo. Y seguimos avanzando en la construcción de la armonía y la paz democrática. Hoy, los líderes sociales tienen garantizado su pleno derecho de manifestación, petición y exigencia de sus demandas legítimas a las autoridades. Hoy, está garantizado el pleno derecho de libre tránsito, libre elección y decisión de los maestros para participar en las convocatorias emitidas por las autoridades correspondientes para los exámenes de admisión, promoción y evaluación. El pueblo de Guerrero ha dado muestras de su rebeldía y combatividad, así como también de su alta civilidad democrática. Todavía hay, en La Ruta, mucho por hacer. Vamos a la recta final. Vamos camino a Ítaca. En la siguiente: la libertad de las y los luchadores sociales.

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