Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Tomás Tenorio Galindo

OTRO PAÍS

* Desesperación y lodo perredista

El jefe del Gobierno del Distrito Federal, Miguel Ángel Mancera, hizo ayer un diagnóstico del estado moribundo en el que quedó el PRD tras su paso por las elecciones del 7 de junio. Lo hizo indirectamente y en sólo unas líneas, al decir que no pensaba por el momento afiliarse al PRD, lo que significa por consiguiente que tampoco le atrae ser candidato presidencial por ese partido en el 2018, posibilidad ésta que se ha ventilado públicamente en estos días.
En todo caso, supeditó implícitamente esa candidatura a una renovación del PRD. “Lo que debemos construir aquí es un trabajo importante de contacto con la ciudadanía, a mí me parece que la ciudadanía debe tener conocimiento de cuáles son los proyectos directos. Y si hay un planteamiento de transformación, como yo he escuchado, por supuesto de manera especial, respecto a la pregunta del PRD, me parece que esta transformación debe ser con la gente”, dijo Mancera.
La transformación, renovación o restructuración del PRD es un tema del que se habla desde la renuncia de Andrés Manuel López Obrador a ese partido en septiembre de 2012, y con mayor intensidad desde la renuncia de Cuauhtémoc Cárdenas el 25 de noviembre del año pasado, salida que se originó en la profunda crisis partidista causada por el ex alcalde Iguala, José Luis Abarca, miembro distinguido de la corriente Nueva Izquierda que tiene el control del partido.
En septiembre del año pasado se presentó la oportunidad de que el PRD reencauzara su destino con la cesión consensuada del liderazgo a Cuauhtémoc Cárdenas, iniciativa que Jesús Zambrano, Jesús Ortega y el actual presidente nacional Carlos Navarrete rechazaron con un alarde de prepotencia, pero sólo unos días más tarde su suerte cambió y quedó anclada al criminal que todos ellos protegieron en Iguala.
Las pérdidas sufridas por el PRD el 7 de junio fueron cuantiosas, gigantescas, especialmente en el Distrito Federal donde perdió la mayoría de la Asamblea Legislativa a manos de Morena; en Guerrero donde perdió todo: la gubernatura y el Congreso, y en la Cámara de Diputados donde perdió más de cuarenta curules.
Con motivo de esa caída generalizada que no alivia ni siquiera el triunfo en Michoacán, Jesús Ortega ha planteado una “gran reforma del PRD” y realizar un “examen profundo como la izquierda italiana”, cualquier cosa que eso signifique o él entienda. “El PRD, como todo partido, es un instrumento y cuando ese instrumento tiene muchas carencias pues hay que corregir esas carencias”, dijo. “No descartemos nada, abrámonos en la mente y en el pensamiento a todas las ideas y propuestas, a todas las sugerencias, lo peor que puede hacer uno en procesos de renovación es poner límites, en realidad nada debe de ser indiscutible. Debemos estar abiertos a cualquier posibilidad”. (El Universal, 18 de junio de 2015).
A la italiana, a la francesa o a la mantequilla, la única reforma que necesitaba el PRD el año pasado era que Los Chuchos fueran educadamente echados de la dirigencia nacional. Sólo así habría quedado abierta la posibilidad de que el partido fuera renovado después de los tratos oscuros que Los Chuchos hicieron con el gobierno de Enrique Peña Nieto y el PRI. Eso buscaba Cárdenas. Pero hoy ya ni eso salvaría al PRD de la conversión a un partido irrelevante, inservible incluso para hacer negocios con el poder. No le sirve ni a Mancera, que se vio precisado a expresar su repulsa a Los Chuchos.
En Guerrero, donde la caída perredista es un desastre completo, la sana y enriquecedora reflexión autocrítica que el PRD anunció fue aplazada para una mejor ocasión, que es nunca, y reemplazada por la táctica de echarle la culpa a los demás.
Esa estrategia ha adquirido la forma de una aguda negligencia intelectual, pues para explicar el regreso del PRI al gobierno, ese partido ha optado por responsabilizar, en ese orden, al Movimiento Ciudadano, al gobierno federal y al crimen organizado. El único que no tiene ninguna responsabilidad es el propio PRD, que no se acuerda de los diez años que gobernó el estado, ni de la matanza y desaparición de los estudiantes normalistas cometida por un presidente municipal de sus filas, ni de la desvergonzada corrupción del ex gobernador Ángel Aguirre Rivero. En esos y muchos otros hechos se encuentra la explicación de los 85 mil votos de diferencia con los cuales el candidato del PRI, Héctor Astudillo Flores, le ganó a la candidata del PRD, Beatriz Mojica Morga, que estaba destinada a la derrota incluso si Luis Walton, el aspirante de Movimiento Ciudadano, hubiera declinado por ella.
Pero la desesperación y la irresponsabilidad del PRD, de Carlos Navarrete, Beatriz Mojica y Guadalupe Acosta Naranjo, alcanzó un nivel insospechado cuando todos ellos atribuyeron la victoria priísta a la intervención del crimen organizado, y llevaron esa presunción hasta la PGR, donde presentaron una denuncia, mientras en la vía electoral impugnaron la elección con el argumento de que Astudillo rebasó el tope de gastos previsto para las campañas. Seguramente el PRI sí rebasó el tope de gastos, como lo hacen todos los partidos y como sin duda también lo hizo el PRD, pero es realmente improbable que Beatriz Mojica pueda demostrar tal hecho, como tampoco sería fácil probarlo en el caso del PRD.
Se ignoran los términos de la denuncia que el PRD presentó en la PGR por el presunto financiamiento y participación de la delincuencia organizada en la campaña de Héctor Astudillo, pero todo indica que el objetivo de esta maniobra es tender una cortina de humo sobre las causas que produjeron la derrota de Beatriz Mojica.
El único dato en que el PRD sustenta sus acusaciones contra Astudillo es la noticia publicada por el diario Reforma de que el criminal Carlos Sánchez Villafuerte o Ulises Hernández Ramírez, operador financiero del Cártel Independiente de Acapulco (Cida) y capturado el 3 de junio, cuatro días antes de las elecciones, organizaba un acto de apoyo al candidato del PRI en el mercado central de Acapulco, y sobre todo en la curiosa coincidencia de que en el momento de su detención vistiera una playera con los emblemas de la campaña de la coalición PRI-PVEM.
Por supuesto que lo más conveniente es que sea debidamente aclarado el episodio de la captura y el presunto vínculo de este delincuente con la campaña del PRI, pero entre tanto, parece más bien un montaje con el objeto de ensuciar la victoria priista. El mismo propósito parecen tener las declaraciones hechas por Carlos Navarrete y Beatriz Mojica, quienes se dijeron perseguidos y amenazados, cuando a todo lo largo de su campaña la candidata perredista alardeó de no temer a la inseguridad, y llegó casi a la burla cuando Luis Walton fue interceptado y encañonado en Chilapa por un comando armado.
Ninguna de estas actitudes y reacciones por parte del PRD muestran disposición para impulsar una reforma del PRD, sino más bien otra superchería al estilo de Los Chuchos, que nomás no entienden. Si entendieran, no habrían llevado a la presidencia municipal de San Luis Potosí a Ricardo Gallardo, un individuo de turbio pasado que ya es conocido ahí como el Abarca potosino y cuyo hijo está encarcelado por nexos con el crimen organizado. Pues sí, Mancera sabe de lo que habla.

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