Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Lágrimas, risas y amor en el cementerio de Huizachal

Gregorio Urieta

Huizachal

Ubicado en el límite de lo que fuera en la antigüedad el imperio purépecha, el cementerio es visitado por los familiares de los muertos, como todos en este día. Desde la mañana se comienzan a elevar columnas de humo producto de las hogueras que las personas hacen con la basura y maleza quemada.
Al principio todo es silencio. Las personas que llegan trabajan en la limpieza de los panteones, los que pronto van adquiriendo una nueva fisonomía en la que sobresalen los colores amarillo y rojo púrpura.
Conforme van llegando los grupos de familias, el cementerio se va llenando de ruidos de voces que pululan entre las tumbas. Son decenas de grupos pequeños, la mayoría. Uno que otro numeroso.
Uno de estos últimos llegó como a las 11 de la mañana. Eran tres mujeres mayores de unos 35 años. Dos hombres casi de la misma edad y tres casi adolescentes. Numerosos comentarios se escuchaban entre ellos, los cuales eran festejados por una de las mujeres con estruendosas carcajadas.
Cada carcajada se escuchaba en todo el viejo cementerio ubicado al costado de una yácata antigua, vestigio de un asentamiento purépecha. Risas y más risas. Carcajadas. Pareciera que la familia estaba en un programa cómico.
Eran ya las 12:30. Muchas familias se habían retirado ante el fuerte sol. El cerro Chuperio de Pungarabato reverberaba a la distancia, rodeado por la unión del Cutzamala y el Balsas. Débiles columnas de humo de copal se podían ver y oler entre las tumbas.
De pronto, el grupo familiar que departía alegremente comenzó a cantar Las Mañanitas ante una de las tumbas arregladas bellamente con flores de cempazúchil y terciopelo. “Despierta mi bien despierta//Mira que ya amaneció, Ya los pajaritos cantan//La luna ya se metió”. En el primer verso la mujer que se carcajeaba antes, soltó un grito de dolor.
Los vecinos de las tumbas nos miramos como entendiendo que tal vez la mujer pensaba en la imposibilidad de que su familiar pudiera despertar en esos momentos al estar muerto. Los demás integrantes de la familia continuaron con el canto que indicaba que ese día, el Día de los Muertos, su familiar había nacido. “¡Qué linda está la mañana// en que vengo a saludarte, Venimos todos con gusto//y placer a felicitarte”…
En esos momentos el dolor de la mujer que antes se carcajeaba no pudo ser soportado. Se desmayó. Los gritos de angustia de sus familiares, las prisas y rápidos movimientos, así lo mostraban.
“¡Échenle aire! ¡Traigan el alcohol! ¡Agua fría, guaches! ¡Muévete, hijo, con una chingada!”
Unos momentos después se pudo escuchar el llanto doloroso de la mujer, lo que indicaba que había vuelto en sí. Era un llanto débil, pero profundamente lastimero. ¡Ay, mi madre, mi madre, mamita chula! El resto de la familia sollozaba.
Cuando las cosas se calmaron, los adolescentes corearon juntos, seguidos por los adultos: “¡queremos pastel, pastel, pastel!” El pastel fue partido y le tocó hasta a algunos de los vecinos de la tumba de esa familia.
Al final, cuando el grupo familiar se retiraba, uno de los hombres mayores comentaba en voz alta, a manera de explicación para quienes no sabían a ciencia cierta lo que había pasado: “siempre le pasa lo mismo, se desmaya por el dolor cuando está cantando. Ya le dijimos que no venga al panteón, porque siempre nos da el susto”.

468 ad