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Se niega Ameyaltepec a perder su lengua y su tradición del festejo de Día de Muertos

Anarsis Pacheco Pólito

Chilpancingo

Ameyaltepec, pueblo de pintores de amate, se niega a perder la tradición milenaria de las ofrendas para recibir a sus muertos, además de resistirse a perder la costumbre de difundir su lengua.
Pasar un día de muertos en Ameyaltepec es viajar en el tiempo a un lugar que no ha sido tocado por los efectos negativos de la globalización, los jóvenes y viejos parecieran empeñados en mantener a toda costa sus tradiciones y su ejemplo de vida.
Eusebio Díaz, rezandero y pintor de historias en amate, comentó que es una tradición aprendida desde la infancia, de la que recuerda a su abuela y a su abuelo explicándole la importancia de preparar la comida para sus familiares muertos.
“Yo creo que después de la muerte, si hay vida, las almas regresan a sus casas en la noche de día de muertos y nosotros debemos recibir la visita con fervor”, señaló.
Don Eusebio Díaz vive a las afueras del poblado, es jefe de familia integrada por su esposa y cinco hijos de los cuales dos ya terminaron la telesecundaria, pero decidieron no seguir estudiando.
“Antes de que hubiera luz eléctrica en el pueblo, se acostumbraba a alumbrar el patio de las casa con velas, hasta llegar a la habitación donde se había colocado la ofrenda”, agregó.
El artesano indicó que de esa manera las ánimas podían encontrar fácilmente el camino a sus casas para no perderse en la noche oscura del pueblo que aún no contaba con la luz eléctrica.
Enfatizó que esta tradición es necesaria mantenerla, pues los muertos son parte de la sociedad, “es gente que fue parte de nuestra vidas y merecen” ser recordadas a través del tiempo.
También comentó que antes las cosas eran más difíciles, pues el camino era más largo y pesado, al igual que el adquirir dinero para comprar los insumos destinados a la ofrenda. Recuerda con tristeza que en esos mismos años se podían cosechar calabazas y sandias, pues era más abundante el agua en la zona que hoy vive sólo a expensas de un pequeño ojo de agua que poco a poco se va reduciendo.
El rezandero aseguró que es bueno que las nuevas generaciones sean parte de esta tradición, pues al respetar a los muertos también respetarán a los vivos, y es mejor mantenerse alejado de costumbres de otros países.
“Soy lo que me enseñó mi padre; el que no quiere a sus costumbres no quiere a su patria”, enfatizó.
Dijo que él no quiere que se pierda una tradición tan importante para todos los mexicanos, pues si se olvidan de los muertos se olvidan de su pasado y de la gente que los vio crecer y de quienes les enseñaron a hacer su arte.
Comentó que también es importante que las familias muestren respeto llevándole ofrendas a sus muertos en las casas donde perecieron o vivieron la mayor parte de su vida, en el caso de su padre van a dejarle comida a la casa de su madre donde ahora vive sola.
Eusebio Díaz afirmó que también es importante que se ayude a mantener viva la lengua náhuatl, pues es un rasgo característico que le ha dado vida a su pueblo, y que aún se mantiene constante pues sus hijos la hablan además del español sin avergonzarse de sus raíces.

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Santa Sirenio de la Rosa, prepara cada detalle de su ofrenda con los recuerdos de sus muertos que habitan en su mente, pues al momento de cocinar el primer platillo de la ofrenda, recuerda los buenos momentos con su madre.
“Cuando comienzo a hacer el atole me acuerdo de cómo le gustaba a mi mamá, con mucha canela para que le de un sabor más fuerte”, señaló.
Explicó que a ella le gusta mucho esa fiesta, pues es como si los muertos fueran de “pasada”, hacen una visita en la que nuevamente pueden compartir el alimento en la mesa, en donde pueden aprovechar para contar sus preocupaciones y saber cómo han estado.
“A mi me gusta recibir a mis parientes en estos días, me gusta el olor de copal que llena la habitación y quiero que mis hijas hagan lo mismo cuando yo muera”, expresó.
Comentó que cuando vivía su abuela le había dicho que quería que le pusiera su ofrenda para que ella pudiera regresar por estas fechas al pueblo en el que nació, y desde entonces doña Santa se dedica a ponerle su plato de atole para recibir a su abuela.
Insistió que sus hijas ya saben que ella también va a querer que le pongan la ofrenda para que platiquen con ella mientras viene a visitarlas y hasta les ha dicho cómo quiere su plato de atole.
Comentó que parte de su rezo para iniciar a poner su ofrenda dice pequeños fragmentos en náhuatl, para que las almas encuentren rápidamente su casa y no se pierdan para llegar entre tantos rezos.
“Es importante que los muertos sepan que los recordamos y que nuestro amor no se acaba cuando ellos dejan de estar con los vivos”, afirmó.
Cuando se camina en el pueblo árido uno tiene la impresión de ser extranjero, de estar en otro país, pues lo más común es escuchar a lo lejos y cuando uno trata de hablar con cualquier habitante la lengua originaria náhuatl y sobre todo con las mujeres es difícil lograr que hablen con uno en español.
Un logro más de su pueblo es haber conseguido, en la lucha por conservar sus raíces que la escuela sea bilingüe, pues creen que para una mejor educación es necesario aprender a respetar sus orígenes, y al contrario de lo que sucede con los pueblos urbanizados aquí no es vergüenza hablar la lengua de sus ancestros.
Es precisamente aquí donde el tejido social es tan unido que marca un fuerte contraste con afectadas por la violencia del crimen organizado o los abusos del poder, Aquí los pueblos se unen para evitar el acceso no de turistas sino de gente extraña que promueva el crimen o que quisiera cometer algún ilícito.
Con orgullo los pobladores cuentan como han evitado que el crimen entre y lacere a la comunidad, incluso han combatido abusos de las autoridades quienes en ocasiones han buscado “chivos expiatorios” entre los miembros del pueblo.
Elodia Cabrera Ramírez, artesana de la comunidad, por citar un ejemplo, se siente más cómoda hablando en su lengua natal que en castellano; incluso a la hora de platicar con ella en principio se negaba a hablar en español y hacía ademanes con las manos de que sí entendía todo lo que yo preguntaba y finalmente respondió en su lengua como reafirmando una vez más sus raíces.
La situación precaria de la familia Cabrera Sánchez era un poco más evidente que las demás, pues como único platillo se había colocado sólo pan y dulce de calabaza, sin la presencia del atole.
Elodia Cabrera Ramírez, explicó que no pudieron comprar más cosas para sus muertos, pero no podía dejar de hacer la ofrenda pues el viaje de las almas era muy largo y debían ser recibidos con alimentos.
Incluso en esta ofrenda era tan diferente a las demás que el día del caldo de gallina se colocaba chile huaje y un refresco de marca Yoli porque era el preferido por el difunto abuelo de la señora Elodia, quien trataba de a completar una buena ofrenda.
La casa que habita es de techo de cartón con paredes de adobe y piso de tierra, en donde recibe el sol de lleno pues no cuenta con ni un árbol alrededor, pero justo en el lado izquierdo de la casa fue colocada su ofrenda llena de pan dulce y el dulce de calabaza.
Cabrera Ramírez, le dedica sólo oraciones a sus antepasados en náhuatl, durante la colocación de cada uno de los componentes, además de que al finalizar vuelve a rezar para llamar a los suyos.
“Me siento orgullosa de recibir a mis muertos; quiero que cuando yo muera me reciban mis hijos y mi familia con las cosas que a mi me gustaban porque así no se perderá esta tradición”, concluyó.

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