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Humberto Musacchio

Inconveniencia de ver en blanco y negro

Con el país sacudido por crímenes masivos y una violencia en aumento, resulta alarmante el discurso pronunciado por el habitante de Los Pinos ante los niños que recibieron las becas Bicentenario. La peroración tuvo como fin tranquilizar a los infantes, “tristes, preocupados, molestos –dijo Felipe Calderón– por la violencia que algunos criminales han desatado en contra de los mexicanos”.
Las palabras anteriores implican que es un “extraño enemigo”, un extranjero, el que mantiene a los mexicanos inmersos en el actual clima de violencia. Lo reiteró el michoacano cuando anunció que seguirá la guerra contra esos alienígenas, lo que, adelantó, “tomará su tiempo”, pero “los vamos a derrotar porque somos mucho más fuertes los mexicanos”.
Como es obvio, para Calderón hay un enfrentamiento entre los mexicanos y un contingente maligno salido de quién sabe dónde. Se trata, según la visión del panista, de dos fuerzas en combate: los buenos (los mexicanos) y los malos (los otros). Si resulta difícil identificar a los malos, más complicado es definir quiénes son los buenos.
Es difícil saber quiénes son los buenos, tan lo es, que Calderón informó a la chamacada “que sí había policías o autoridades que no sólo no enfrentaban a los criminales, a los malos (sic), sino que hasta los protegían y se corrompían con ellos”. Dicho en buen romance, entre los buenos había malos, si bien, por el empleo del pretérito, cabe preguntar si ya no los hay, si ya fueron destituidos y sometidos a proceso todos los policías y autoridades coludidos con las mafias.
La colusión de policías y autoridades con los criminales la mandó Calderón al pasado, pero abundan los testimonios de que en Monterrey, en los momentos del atentado contra el Casino Royale, varias patrullas se mantuvieron estacionadas cerca del lugar de los hechos, con la humareda a la vista, sin que uno solo de los genízaros diera un paso para auxiliar a los ciudadanos que habían sido objeto de una agresión criminal.
Pero todavía peor es que el presidente municipal de Monterrey, Fernando Larrazábal, haya salido en defensa de esos policías indolentes e ineptos. La razón, tal vez, está en que el hermano del mismo alcalde se dedica a recoger gruesas sumas de dinero de los casinos regiomontanos, según la información de Reforma (31/VIII/2011), ampliamente ilustrada con fotografías en las que figura el señor Jonás Larrazábal en las mesas de juego embolsándose fajos de billetes, dinero que no ganó en la ruleta ni en el póker. También aquí cabe hacer preguntas: ¿Jonás es un facilitador y pasa a cobrar por el tráfico de influencias? ¿Es sencillamente el cobrador de su hermano Fernando?
Lo inadmisible es el intento de trazar una línea precisa que separe a los buenos de los malos, pues ya se sabe que entre los buenos hay malos y seguramente entre los malos hallaremos algunos buenos, o todos, buenos y malos, están formados de la misma arcilla y unos y otros son tan capaces de pecar como de hacer el bien.
Lo mejor es aceptar que las fuerzas que combaten la delincuencia están formadas por seres tan débiles o tan fuertes como cualquiera, capaces del mayor heroísmo y de las peores acciones. El asunto está en hacerlos actuar en la dirección que conviene al Estado y a la sociedad. Eso se logra con rigor, disciplina, inteligencia, energía, tenacidad y una implacable aplicación de las leyes y reglamentos. Lo demás es creer que un contingente de arcángeles con espadas flamígeras llegue a salvarnos del mal. Eso no lo creen ni los niños que recibieron las becas Bicentenario.

 

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