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Jorge Salvador Aguilar

Carta de Maquiavelo a Calderón

Excelentísimo señor Felipe Calderón de Hinojosa Señor del Estado Mexicano. Espero disculpéis que un hombre de ínfima condición como yo, se atreva a discurrir sobre asuntos de Estado con un príncipe de tan alto linaje como vos, pero es mi convicción que de la misma manera que aquellos que dibujan paisajes se sitúan en los puntos más bajos de las llanuras para mejor apreciar las tierras altas, y para estudiar los lugares más bajos ascienden a las montañas, así, de la misma manera, para conocer la naturaleza de los pueblos hay que ser príncipe y para conocer bien la de los príncipes hay que ser parte del pueblo. Si me atrevo a escribiros es porque me entristece sobremanera la forma tan torpe en que habéis gobernado vuestra nación. En los catorce años que fui secretario de la República florentina, y traté con papas, reyes y tiranos, nunca vi tanta destreza para arruinar un Estado. Ni la Italia de mi tiempo, rodeada de monarcas voraces, acosada por los turcos, sometida al bandidaje de los condotieros y a la voracidad de sanguinarios tiranos, vivió tamaña tragedia como a la que estáis sometiendo a los mexicanos. Tendría que remitirme a las cruzadas para recordar tanta sangre de cristianos vertida tan inútilmente. ¿Qué insensatez ha llevado a tamaña catástrofe? Después de platicar en el infierno con algunos insignes mexicanos, que antes condujeron esa nación, como Juárez, Madero y Lázaro Cárdenas, con los que recorro el oscuro reino hablando sobre los asuntos del poder público, he llegado a la conclusión de que los actuales gobernantes mexicanos no entienden nada de la ciencia del Estado; son lo contrario de Hierón de Siracusa, de quien el historiador Justino decía: nada le falta para reinar excepto el reino; los actuales gobernantes mexicanos lo único que tienen de hombres de Estado, es que la casualidad los puso frente al gobierno ¡qué desgracia para un pueblo tener líderes como estos! Pero es su caso el que me interesa señor Calderón, pues a vos ha correspondido llevar a vuestro país a la debacle y la ignominia. En un opúsculo, que por tener apenas quinientos años, tal vez aún no habéis tenido oportunidad de leer, he hablado de que una de las formas de obtener un Estado es por las armas y la fortuna de otros. Y creo que actualizando mis razonamientos a esta época, es vuestro caso. Señor Calderón, habéis llegado al poder no por méritos propios, sino por la voluntad de otros, como les sucedió a muchos en Grecia, en las ciudades de Jonia y del Helesponto, en las que fueron hechos príncipes por Darío, para que se las mantuvieran para su propia seguridad y gloria. Quienes así llegan a gobernantes están simplemente supeditados a la voluntad y fortuna de quien les ha concedido el Estado, en vuestro caso los poderosos nacionales y extranjeros. Al carecer de fuerza propia, concebisteis una absurda guerra que os diera legitimidad. Por vuestra falta de ingenio y virtud, no percibisteis que la legitimidad que no es dada por el pueblo, se desvanece como la oscuridad al salir el sol. Pero no sólo no conseguisteis el tan ansiado aval popular, sino que en ese afán, se esfumó la tranquilidad de la nación mexicana, hundiéndose en el caos y la violencia, lo que está lastimando a miles de familias y debilitando al Estado. Las más elementales leyes de la política y el sentido común, dicen que quien adquiere territorios nuevos y desee mantenerlos, ha de tener en cuenta dos cosas: una, que es necesario aniquilar al antiguo príncipe y a su familia, otra, que no hay que alterar ni las leyes ni los impuestos. Alguna noticia habrá llegado a vuestros asesores de mi opúsculo, pues desde vuestra llegada al poder habéis perseguido con saña a vuestro adversario, para evitar contrapesos molestos, y para aliviar un agudo complejo de inferioridad, al verlo a él aceptado por amplios sectores de la población y a vos rechazado por éstos. Cualquiera que se haya ocupado de estudiar la política, sabe que aquel que llega al principado con la ayuda de los grandes, se mantiene con mayor dificultad, que el que llega con la ayuda del pueblo. No se puede honestamente y sin ofender a otros satisfacer a los grandes, pero sí se puede satisfacer al pueblo: porque el del pueblo es un fin más honesto que el de los grandes, ya que éstos quieren oprimir y éstos no ser oprimidos; vuestra cultura conservadora jamás os permitió comprender algo tan elemental. Vuestra desgracia y la de la República excelencia, es que una carrera política tan fugaz como la que habéis hecho y la cultura que de ella asimilasteis no os ha permitido entender que a un príncipe le conviene contar con la amistad de su pueblo, de lo contrario no tendrá remedio alguno en la adversidad. La división entre las ciudades, la corrupción y torpeza de los príncipes y tiranos italianos de mi tiempo, entregaron a mi bella península italiana a las garras de los voraces imperios europeos. De nada sirvió la rica herencia cultural heredada de Dante, Petrarca y Boccaccio, para defender nuestra tierra de la bárbara gente del norte. Qué casualidad, excelencia, hoy la brújula de la ignominia apunta en la misma dirección. Si los mexicanos no sois capaces de aprender de la historia, su nación caerá en la misma postración que mi patria, pero hoy el único Mastín del que los mexicanos pueden esperar la salvación, no es el hombre providencial, anunciado por el divino Dante, sino uno de millones de cabezas llamado pueblo. Todo indica que muy pronto habréis de escuchar el rugido de esta criatura portentosa. Servidor, Nicolás Maquiavelo,Tercer Círculo del Infierno * Texto leído el 29 de septiembre pasado en la presentación de su libro El príncipe de Florencia. La invención del poder en la Cámara de Senadores. Se publica como un homenaje a Salvador a un mes de su sentida muerte ocurrida el 12 de octubre pasado. El título es de la mesa de redacción de El Sur.

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