Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Margarita Warnholtz

Todavía hay esperanza

En uno de mis recorridos por el estado de Guerrero, me encontré con un señor como de 40 años de edad que desde septiembre del año pasado se dedica a buscar fosas, esas de las que está plagado el estado, fosas de cuerpos humanos y desaparecidos.
“Yo sé distinguir si son restos humanos y sé detectar las fosas”, dice. Prefiere andar solo porque así se siente en libertad de moverse para donde él quiera, para donde va viendo rastros. Nadie le paga, y no sólo eso, sino que tuvo que salir de su pueblo e irse a vivir a Iguala porque, “ya me tenían bien amenazado”, afirma. Así que con todo y su familia tuvo que irse a rentar un cuarto a la ciudad y abandonar su casa. Me pide que no revele su nombre ni el de su pueblo, “por mi seguridad”.
“Si encuentro algo voy y le digo a las familias de los desaparecidos, y ellos avisan a la PGR”. Cuenta que cuando llega la PGR sólo lo dejan escavar hasta que se ven los cuerpos o lo restos, y entonces, “luego luego me quitan y ya siguen ellos, después se los llevan”. Según dice, han encontrado algunos cuerpos con identificaciones, pero no les avisan a sus familiares, sino simplemente se llevan los cuerpos.
Él es albañil, trabaja en la construcción pero cada vez que puede, o cuando familiares de los desaparecidos se lo piden porque tienen algún indicio o información, emprende la búsqueda, aunque pierda el día de trabajo, sin importar que no le paguen.
Empezó buscando a los 43 de Ayotzinapa, pero siguió cuando empezaron a aparecer más restos. Si bien han encontrado muchos cuerpos, pocos han sido identificados. Cuando le pregunto a él porqué lo hace, responde: “Porque me siento contento cuando la gente encuentra a un familiar, porque si viera que se ponen bien alegres”.
No puedo más que pensar en qué clase de país vivimos y a qué grado de deterioro ha llegado nuestra sociedad, que hay personas cuyo sufrimiento ha sido tal, que se ponen alegres cuando encuentran los restos calcinados o dispersos, o con signos de tortura, de sus seres queridos. Sólo me queda creer que mientras existan héroes anónimos como este señor, todavía hay esperanza.

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