Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Rogelio Ortega Martínez

Guerrero en estos días. Trasíbulo de Atenas. La amnistía

(Octava entrega)

En la entrega anterior les anuncié a mis cinco lectores (ya gané otro, se incorporó mi amigo y compañero universitario: Justino Téllez) que mi artículo de hoy versaría sobre el tema de la amnistía. En mi apasionamiento obsesivo por los griegos y su cultura, me apoyaré en Trasíbulo de Atenas y en otros clásicos de tan apasionante y significativo asunto de la polis, de la respública.
Cuando tomé protesta como gobernador interino, el 26 de octubre de 2014, me comprometí a revisar los procesos jurídicos de las y los luchadores sociales encarcelados y coadyuvar para lograr su libertad. Hace algunos meses, en mesas de diálogo con líderes del Movimiento Popular Guerrerense y la CETEG, me enteré por Bertoldo Martínez que en Guerrero más de cincuenta hombres y mujeres se encuentran en prisión por causas y motivos políticos. No sabía que fueran tantas, tantos; ni tampoco de la magnitud de sus juicios, acusaciones, litigios y delitos atribuidos. Para cumplir con este compromiso y convicción establecí un acuerdo básico con familiares, líderes sociales y abogados defensores, para trabajar conjuntamente en una ruta jurídica que acelerara los debidos procesos. Aunado a lo anterior, me comprometí a enviar al Congreso del estado de Guerrero, una iniciativa de ley general de amnistía que favoreciera a todas y todos los luchadores sociales adscritos en el concepto genérico de presas y presos políticos. El 5 de junio envié la iniciativa al Congreso.
En esta ruta jurídica y con la coadyuvancia del licenciado Roberto Campa, subsecretario de Gobernación, trabajamos juntos los abogados defensores: Vidulfo Rosales y Rogelio Téliz, de Tlachinollan, para que fueran trasladados a Guerrero Marco Antonio Suástegui, Arturo Campos y Gonzalo Molina, presos en los penales federales de alta seguridad de Tepic y de Almoloya, los que, al no tener delitos federales, no había razón legal alguna para estar recluidos en prisiones federales de alta seguridad. Los abogados de Nestora: Alejandra Gonza, de la Clínica de Derechos Humanos de la Universidad de Washington, Seattle, Estados Unidos, y Leonel Rivero, de Defensa Estratégica en Derechos Humanos AC, decidieron que fuera trasladada a la cárcel de mujeres de Tepepan, DF, y se respetó su decisión haciendo las gestiones administrativas y jurídicas pertinentes. Mi esposa Rosa Icela Ojeda, viajó con Nestora de Tepic a Tepepan, en un acto de convicción, solidaridad, acompañamiento y coadyuvancia. Marco, Gonzalo y Arturo fueron trasladados a penales de Guerrero. Los policías comunitarios presos en Chilpancingo y Acapulco, a petición de sus familiares, el MPG y la CETEG, fueron trasladados a Ayutla.
Con la amnistía se pretende dar un gran paso más en la ruta de la reconstrucción del tejido social en Guerrero, la reconciliación entre todos los liderazgos de los movimientos sociales con la clase política y las instituciones del Estado, la búsqueda de la armonía para establecer un nuevo marco de concordia y respeto compartido entre todos los sectores sociales, sectores amplios de la sociedad agraviada y las autoridades gubernamentales, sin que por ello desatendamos, antes al contrario, a quienes se sienten ofendidos y litigan por las actividades realizadas por las y los presos políticos, ahora sujetas y sujetos a la amnistía.
Estoy absolutamente seguro que la aprobación de la amnistía será como un bálsamo milagroso que cure una parte sustantiva de las heridas abiertas, con especial virulencia, con la tragedia de Iguala y sé que ayudará hondamente en la consecución de la armonía y la paz social para la construcción de la nueva gobernabilidad democrática. Si el Congreso de Guerrero, las y los diputados de esta LX Legislatura aprueban la amnistía general e irrestricta para las y los presos políticos, pasarán a la historia del pueblo de Guerrero y sus nombres se escribirán con letras doradas al lado de nuestro Héroe del Perdón, nuestro gran general Nicolás Bravo. En el ámbito sociopolítico y el de toda la sociedad y el pueblo de Guerrero, en la convivencia con las instituciones del Estado, contribuiremos para entregarle al nuevo gobernador de Guerrero, al licenciado Héctor Astudillo, un estado con mejores condiciones para la nueva gobernabilidad democrática. De no hacerlo, o por lo menos intentarlo, la historia nos juzgará y reclamará nuestra mezquindad, falta de generosidad, solidaridad y bondad humanitaria.
Al respecto del proyecto de ley de amnistía, por cierto con deficiencias y errores involuntarios y no atribuidos a mi convicción, he recibido críticas de algunos para los que la iniciativa es timorata, cuando no fraudulenta o que no refleja las verdaderas demandas del movimiento popular. Para otros, la sola idea de la amnistía es interpretada como muestra de debilidad cuando no de connivencia con aquellos que se beneficiarían de la misma. Para los radicales en contra de la amnistía, se trata de criminales de alta peligrosidad que deben quedarse en prisión a perpetuidad, sin más. A Maximo Mejía, profesor oriundo de Teloloapan, prisionero en la cárcel de Tecpan desde 2009, junto con su esposa y dos compañeros más, en marzo pasado lo sentenciaron a cincuenta años de prisión. A Nestora, apenas el 15 de junio, la Fiscalía del estado de Guerrero le liberó tres órdenes de aprehensión más por secuestro, homicidio y robo. Una vez más, la agresividad con que me cuestionan desde polos opuestos me hace sentir que no voy por mal camino. Mi ruta radica en alejar a Guerrero de los polos opuestos y antagónicos, para llevar el barco a buen puerto. Otras críticas son más razonables y proceden del Congreso del Estado. Pero justo para eso, aunque haya quienes no lo crean, existe la división de poderes para que, a expensas de que el Congreso, legitimado para ello por nuestra Constitución, reflexione, confirme, modifique, suprima o añada, según lo que su leal saber y entender resuelva; así también, cuanto considere necesario y cuanto quiera escuchar del debate público, para normar su sabia decisión.
La idea del perdón y de la amnistía (aunque no son estrictamente lo mismo) tiene profundas raíces en nuestra civilización, si entendemos por tal el conjunto de valores y principios que constituyen la base de la convivencia humana desde hace más o menos tres siglos. Es difícil no concordar con el intelectual francés Edgar Morin, cuando dice que “una primera verdadera conquista de civilización es detener el ciclo de la venganza y renunciar al talión. La venganza arrastra a la venganza en un círculo vicioso permanente. Las enemistades jamás se apaciguan con la enemistad. Se apaciguan con el tiempo, con la reconciliación, con la clemencia, con la mansedumbre, con el perdón (…) El perdón supone a la vez la comprensión y el rechazo de la venganza. Víctor Hugo dice: ‘Intento comprender a fin de perdonar’. El perdón se basa en una comprensión. Comprender a un ser humano significa no reducir su persona a la fechoría o al crimen que (supuestamente) ha cometido. Saber que tiene posibilidades de redención el perdón es una apuesta ética; es una apuesta por la regeneración de quien ha faltado o fallado (…) El perdón es un acto de confianza. (…) Es cierto que se puede burlar la confianza. Pero la confianza misma puede vencer a la desconfianza. La confianza es incierta pero necesaria. Esa es la razón de que el perdón, acto de confianza en la naturaleza humana, sea una apuesta”.
Y por cierto que Edgar Morin, de cuyo libro sobre la ética procede el texto anterior, es una buena muestra de las vicisitudes del perdón y el castigo. Judío, de origen sefardí, nacido en París, y por cierto, originario de Grecia, estudiaba Derecho y Ciencias Políticas cuando los alemanes invadieron Francia. Se unió a la resistencia antinazi, agrupado en el Partido Comunista Francés, del que más tarde fue expulsado por su independencia de criterio y su capacidad crítica, como sucedió con muchos, víctimas del totalitarismo e intolerancia estalinistas.
De regreso, en nuestra Atenas, la historia da cuenta de la primera amnistía de que se tiene constancia y, por cierto, la propia palabra tiene su origen en aquellos rumbos y en aquellos asombrosos tiempos que hemos recordando en estas entregas. Su significado viene a ser “sin memoria”, aunque en su sentido más actual en ocasiones se usa con un matiz diferente: perdón sin olvido. También se asocia su origen al vocablo amnesia, sin recuerdo y con olvido.
Rota la democracia ateniense tras la derrota en la guerra del Peloponeso contra Esparta, la ciudad ganadora impuso en Atenas el poder de los llamados Treinta Tiranos, pues como tales ejercieron. Restablecido poco después el gobierno democrático, su principal dirigente, Trasíbulo, promulgó una ley de perdón para los colaboradores del régimen anterior, “una sabia y prudente medida con la que la República recobró su antigua pujanza, la paz y la libertad”, así afirma Vicente Joaquín Bastús y Carrera.
De amnistías trata también la historia de otro gran personajeque inspira mucho de lo que trato de hacer para recuperar la armonía social en Guerrero. Ulises, como bien saben los que me siguen en esta saga que me ha permitido escribir El Sur, es mi modelo en el diseño de la estrategia de la Ruta; pero mi referente en la gestión de la convivencia es Nelson Mandela. Recordemos su vida y sus circunstancias: miembro de una familia aristocrática de su etnia, los xhosa, en la zona sur oriental de Sudáfrica, se licenció en derecho y se implicó en la lucha contra el sistema de segregación racial en su país. Encarcelado, se convirtió en el símbolo del rechazo al apartheid, ese oprobioso régimen que excluía de todo derecho a la población originaria sudafricana. Pasó veintisiete años en prisión. Durante su reclusión, tuvo la noble inteligencia de hablar con sus carceleros, con los directos y con sus jefes. Una de las partes más entrañables de su historia tiene que ver con la amistad que le unió a quien era el responsable directo de su custodia. Nos lo podemos imaginar: a la hora del desayuno, el guardia introduce la comida a través de la rejilla, mientras que Mandela le pregunta “¿Cómo está su familia, sargento Brand? ¿Se recuperó el niño de la gripe?”. Dialogó, desde la prisión, con los responsables políticos de su encarcelamiento y con todos los líderes del Consejo Nacional Africano, en especial con los más radicales para que suspendieran las acciones violentas y renunciaran a la lucha armada como vía para la supresión del régimen del apartheid. Este diálogo –y otros factores– hicieron posible que en 1990 las puertas de la prisión se abrieran para Nelson Mandela, y en 1994 fuera elegido presidente de Sudáfrica. ¿Y saben lo más increíble? Aceptó que su vicepresidente fuera nada menos que el líder político que lo había mantenido en prisión los años anteriores. Perdonar y armonizar para convivir en paz, sin importar el color de la piel, las diferencias sociales, económicas, políticas, ideológicas, religiosas o sexuales. Y si alguien duda del efecto mágico de la amnistía y el perdón, busquen como botón de muestra y solo para sorprenderse, las estrofas del Himno Nacional de Sudáfrica y sentirán la emoción que yo siento cuando pienso en todas y todos los guerrerenses entonado nuestros himnos y canciones que nos unen sin distingo alguno en nuestra identidad suriana, encontraran como que su letra, escrita en el idioma de los anteriores oprimidos, contiene también versos en la lengua de los opresores. Reconciliación y armonía, hasta en el himno. Mandela, como Aquiles, no quería guardar la ira en su corazón, sobre todo porque no hay convivencia que se construya sobre el rencor. El proyecto de ley de amnistía se sustenta en ese principio: diluir el rencor en la armonía social y fortalecer los cimientos de la paz democrática. Así  lo entendieron en su momento compatriotas ilustres que hicieron frente a desafíos y, por cierto,  mucho más intensos que los que me ha tocado en estos días y noches largas, violentas y pletóricas de incomprensión. Por ejemplo, cuando le avisaron al general Nicolás Bravo que los realistas habían fusilado a don Leonardo, su padre, contestó de inmediato con un alto gesto de nobleza, sin más, indultó y dejó en libertad inmediata a 300 prisioneros de guerra, cautivos en su campamento, en sus filas insurgentes. Recordemos cuando el Benemérito de las Américas, Benito Juárez, promulgó una amnistía en 1870 “en favor de los enemigos de la República”.  O nuestro general Lázaro Cárdenas, que emitió dos. Una cuando era gobernador de Michoacán, consiguiendo con ello aminorar la intensidad de la insurrección cristera y la otra, ya siendo Presidente, para aquellos “militares que hubieran cometido el delito de rebelión, y a civiles responsables de delitos de rebelión, sedición, asonada o motín”.  Más de diez mil fueron los beneficiarios de esta notable decisión. De esa dimensión era el Tata. Si ellos supieron ser generosos, en circunstancias mucho más difíciles, ¿por qué no podemos nosotros hacer un esfuerzo de reconciliación, esfuerzo que asfalte la ruta hacia la nueva convivencia y gobernabilidad democrática en Guerrero?
Por eso también he ido a las prisiones a hablar personalmente con quienes allí están, privados de su libertad. Encontré en Marco la fortaleza de sus ideas; el carisma y determinación justiciera en Nestora; la sencillez y recias convicciones en Gonzalo y Arturo, junto con sus siete compañeros policías comunitarios presos con él en Ayutla, sencillos como es nuestra gente campesina, oriunda de nuestros pueblos originarios, na savis, con sus ojos vivaces llenos de esperanza. Les he visto también reflexivos, humildes, serenos como Máximo y su esposa, junto con sus dos compañeros en la cárcel de Tecpan, pensando que las nuevas circunstancias que enfrentamos en Guerrero exigen nuevas formas de pensar y accionar. Hay más de cincuenta, dice Bertoldo. Iré a donde están, les llevaré la fe y la esperanza de la libertad para que se incorporen, al salir de las prisiones, a construir junto con todas y todos, las y los guerrerenses la armonía, la paz y la nueva gobernabilidad democrática. Juntas y juntos podemos.

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