Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Aurelio Peláez

Francisco Tario, el fantasma que deambuló el Acapulco de los 50

Como el poeta Amado Nervo en su momento se decantó por Sor Juana Inés de la Cruz, una figura de la literatura mexicana que, como acepta Octavio Paz (Las trampas de la fe, 1982), dejó así “de convertirse en una reliquia histórica para convertirse en un texto vivo”, el escritor Alejandro Toledo recupera a un personaje hasta entonces clasificado como autor de textos raros, de ficción, fantásticos, y cuyos lectores pertenecían casi a una secta, Francisco Tario, y lo actualiza para la literatura del país.
Francisco Tario fue un escritor, pero ante todo un personaje, que publicó lo que sería propiamente su primera obra, La noche, en 1943, un libro de cuentos que aparece en el contexto de una literatura nacional inmersa en el costumbrismo y en la narración todavía viva de la Revolución Mexicana; amigo de Octavio Paz, Elena Garro y de José Luis Martínez; portero, pianista, comerciante, tímido y antisocial –de alguna manera factores que se interpusieron en la promoción de su obra– pero ante todo, amante de Acapulco.
Esto se cuenta en Universo Francisco Tario, de Alejandro Toledo (Conaculta, 2014), libro que resume tres décadas de investigación sobre este escritor de mediados de siglo pasado, ignorado por cierto en las ferias del libro estatal y de Acapulco, pese a ser una edición reciente, bien viva y elegante, de 380 páginas, con fotografías de su paso en Acapulco y que incluye además correspondencia privada del escritor y de su hermano, el pintor Antonio Peláez, y una bien documentada reseña sobre su literatura.

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En 1993 La Fundación Cultural Televisa reeditó Acapulco en el sueño, cuya primera edición se dio en 1951. El libro contiene textos de Tario y fotografías de Lola Álvarez Bravo. La portada estuvo a cargo del pintor Carlos Mérida. A decir verdad, gana la presencia de las imágenes de la fotógrafa –seleccionada por el mismo Tario– sobre el texto del autor, quien entonces (en 1951) residía en Acapulco y cuyo trabajo (el libro), le fue encargado o fue respaldado por el entonces presidente de la República, Miguel Alemán Valdés, por mediación del empresario Melchor Perusquía, quien (el presidente, que iniciaba el año de Hidalgo y bien), se aprestaba a fraccionar Acapulco, del cual él se quedó con una parte y hasta se hizo un hotel.
Como es el destino que corren la mayoría de las ediciones privadas (las que patrocinan los bancos o los consorcios empresariales con aires de mecenas), el ejemplar no salió a la venta. Se distribuyó como regalo de Televisa a empresas amigas, y algunos cientos llegaron al Ayuntamiento de Acapulco, que en 1993 presidía Rogelio de la O, y en donde se obsequiaba a visitantes distinguidos como parte del protocolo del anfitrión. Así, una nueva generación pudimos agenciárnoslo –vía matanga (el reportero intercepta a la secretaria del primer edil con la charolita de los presentes, y un chino queda huérfano de souvenir), pues la primera edición ya era o inencontrable, o ignorada (del verbo no la conocemos y por eso también la ignoramos).
En la edición de 1993, de la que hay una o dos copias en la Biblioteca municipal,
se advierte en el prólogo que no aparecen diez de las primeras fotografías del libro primero, por haberse perdido negativos de la original, y se sustituyeron, por parte de Lola Álvarez Bravo, por diez nuevas.
El puerto descrito aquí por Tario es el Acapulco original, casi virgen, antes de que la misma política alemanista lo fraccionara, le diera vocación turística (como eufemísticamente se definiera el despojo a los propietarios originales a favor de los consorcios hoteleros, que incluso, se apoderaron de las playas de todos), y esto se derivara en la caótica ciudad que es hoy.
Escribe Tario en Acapulco en el Sueño: “La historia, aquí, pertenece a la tierra. Es decir, a la tierra, al agua, al viento. La incauta Historia a que se refieren otros pueblos aquí no cuenta. Y el hombre cuenta como un quinto y maravilloso elemento, producto íntegro de esta tierra, de esa agua y ese viento…
La tierra, el agua y el viento han escrito aquí una historia de asombro, de belleza y espanto”.

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Francisco Tario era el seudónimo como escritor de Francisco Peláez Vega y nació un diciembre en la ciudad de México. Sus padres eran del poblado de Llanes, en Asturias, España, un acantilado frío y sombrío donde rompían las olas, y murió en diciembre de 1977 en Madrid, a dos década de abandonar el país.
Su obra está poblada de fantasmas y de cielos sombríos; de personajes errantes, tristes y de protagonistas que son buques, ataúdes, trajes, perros o gallinas.
La obra es creada entre dos mares, el de Llanes, del Atlántico, donde pasó los primeros años de su infancia, y el Pacífico, el luminoso Acapulco, donde redactó parte de la misma pero que paradójicamente, salvo Acapulco en el sueño, que es una retrato de la ciudad en que vivía, no lo integra a su literatura.
Como B. Travén, quien habría residido aquí entre 1929 y 1959, no utilizó el escenario porteño para desarrollar sus historias. Digamos que una ventana fresca con vista al mar serían su inspiración, aunque su casa estaba en la avenida Gran vía Tropical, atrás del frontón y cerca de la plaza de toros y no se veía el mar.
A los 19 años de edad fue portero del Club Asturias, en una liga que sería la Primera División de hoy en día: “Era conocido en las canchas como Paco Peláez, El Elegante Peláez e incluso El Adonis Peláez, y vestía con ropa y suéteres a lo Rodolfo Zamora (el gran arquero español); una revista lo definió en su portada como ‘el portero de más clase en México’. Tres años después se retira tras de una agresión: el atlantista Juan Trompo Carreño clava sus tacos en los riñones del guardameta; las zapatillas de entonces eran casi armas punzo-cortantes, y la lesión lo empujará al retiro”. Se dedica a estudiar piano y a escribir. Se casaría en 1935 con Carmen Farell, una mujer hermosa a decir de las confesiones de su entorno de amigos y familiares y de las fotos distribuidas a lo largo del libro. El mismo Octavio Paz la ponderaba.

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Hace tres decadas, Tario fue el muerto que se le subió a las espaldas a Alejandro Toledo (ciudad de México, 1963). Fue al conocer un texto suyo en un taller literario de la preparatoria.
“Yo tengo el fantasma de Francisco Tario alojado en mi casa; lo escucho a ratos tocar al piano algunas piezas de Chopin, oigo su voz en algunos fragmentos que han quedado de su adaptación de Drácula, lo veo andar por la playa en la recuperación de una cinta de 16 mm, filmada en la isla La Roqueta en 1952”.
El también cronista deportivo se dio desde entonces a conseguir su obra en librerías de viejo, a entrevistar a familiares y conocidos del personaje. A sus reseñas, críticas y antologías, sucedió el interés por conocer a este escritor que algunos colocan en la antesala de los cuentos fantástico de Borges, Bioy y Cortázar, y que otros lo ubican como el Lovecraft de la lengua española.
De ese interés y esa obsesión de Toledo se dan las reediciones (Aquí abajo, Conaculta, 2011; Dos guantes negros, INBA, 2011; La noche, Atalanta, 2012).
Y entre ese hurgar en sus baúles de la familia Toledo encuentra la cinta de 16 mm que la fonocoteca de la UNAM digitaliza en el 2013:
“Son dos rollos de película que fueron filmados hace ya más de 60 años y que contienen, cada uno, dos minutos de escenas familiares en la isla de La Roqueta. En uno se ve a dos niños, de entre 7 y 9 años, que corren hacia el mar y chapotean un rato. Luego se mira caminar por la playa a un hombre alto y fornido, muy bronceado y con la cabeza rapada, al que acompañan una mujer hermosa y los dos niños del comienzo. El grupo se detiene y observan todos hacia el mar. La cámara se demora en la mujer, recostada en la arena; se diría que la contempla.
“En el segundo rollo se ve a un anciano (lentes redondos, cabellera como cepillo, blanca) que da la mano a los pequeños. Es José Peláez, el abuelo, fundador de la Casa Peláez, negocio de ultramarinos que por muchos años estuvo en la calle de Mesones, en la ciudad de México. Enseguida los niños practican futbol playero; se alternan en un arco imaginario construido con dos montoncitos de arena. Fin de la filmación. (Confabulario, suplemento cultural de El Universal, agosto del 2013).
Esta cinta fue exhibida durante una muestra –poco visitada– de la vida y obra de Tario en la Casa de los Vientos, la ex residencia de Dolores Olmedo convertida en recinto cultural, en octubre del 2013.

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Francisco Peláez Vega se instala en Acapulco en 1947. Ha comprado dos cines, el Salón Rojo y el Río, con la herencia que el padre le dio en vida. En las calles del puerto se le distingue: alto, rapado –se cortó el pelo en 1943, tras publicar La noche– de piel blanca, atlético, rozando los 40 años. Lo distinguen los taxistas en su ropa holgada cuando va al trabajo; los pescadores cuando camina en la playa en short.
Lo habría convencido de invertir la fortuna familiar en Acapulco Melchor Perusquía, el amigo del entonces presidente Alemán Valdés (1946 a 1952), quien lo relaciona con el jet set del puerto. Aquí con su esposa conoce a los actores de Holywood Lana Turner y Robert Mitchum, entre otros, y lo visita su amigo, el torero español Luis Miguel Dominguín.
Pero la fortuna debió cambiar con la salida del presidente Alemán. Llega otra burocracia, rapaz como la anterior, que extiende los tentáculos por cualquier lugar en donde se puede hacer fortuna. El cine, con intervención estatal, no estaría exento de eso. Quizá a Peláez Vega, un cinféfilo, le comenzaron a mal vender las películas, o a venderle malas películas. Quizá el moche, la cuota. Un día estalla después de terminar una llamada por teléfono.
-¡Nos vamos!
Y en 1956 malvendió los cines, el piano, la casa y se fue a Madrid con la familia. No a la ciudad de México, cuyo crecimiento ya le agobiaba, sino a España, de donde ya no regresó jamás. En Acapulco también comenzaba el boom urbano. De todos modos esta ciudad de espanto lo habría expulsado.

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Acapulco en la vida:
Concierto de voces de su hermano Antonio Peláez, sus hijos Julio y Sergio, la actriz Rosenda Monteros y los escritores José Luis Martínez y Ester Seligson, sobre Acapulco en la vida de Tario-Peláez:
–Acapulco fue su paraíso. Lo del cine era sólo un pretexto para vivir allá. Descalzo recorría la Costera, saludaba a quienes encontrara en el camino y le entretenía platicar con los marineros.
–Por las mañanas iba a la playa. Era una figura imponente, renegrido ya por el sol, muy alto, bien plantado, con su cabeza rapada y sus anteojos oscuros.
–El sitio donde encontró la verdadera libertad fue en Acapulco. Lo recuerdo con una impresionante condición física; era capaz de remar sin interrupciones y a gran velocidad hasta La Roqueta. Ahí se inició una etapa de plenitud en la que escribió la mayor parte de sus libros.
–Acostumbraba en el furor solar vestir ligeras caminas de color turquesa, pantalones cortos y guaraches… o caminaba descalzo buscando la frescura de las calles: al verlo los taxistas que lo conocían le gritaban: “Don Paco, lo llevo”.
–Para él había dos mares: el de Llanes, violento en sus acantilados, y el de Acapulco, tan diferente y tan rico.
-Toda su vida extrañó Acapulco cuando ya ni en el puerto pudo encontrar la paz que tanto apreciaba. Fue también el primero en tenerle miedo a la ciudad de México, cuando el ritmo de vida se hizo desmedido.
–Se convirtió en un personaje excéntrico, fuera de lo común, pero sin molestar a nadie.

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Se anuncia una reedición de las obras completas de Tario por Conaculta (La Jornada, 10 de febrero de 2015). Otra vez Alejandro Toledo viene detrás. Actualmente es conseguible La Noche, de donde se extrae parte del cuento La noche del perro:
“Mi amo se está muriendo. Se está muriendo solo, sobre su catre duro, en esta helada buhardilla, a donde penetra la nieve.
“Mi amo es un poeta enfermo, joven, muy triste, y tan pálido como un cirio…”.

 

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