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“El gobernador tiene que responder por la muerte de mi hijo”, reclama la madre de Gabriel

Ayer fue sepultado en Tixtla el estudiante Gabriel Echeverría de Jesús, que murió con tres balazos en la cara. El gobernador no pudo controlar a los ministeriales o nunca ordenó que “se portaran bien y no fueran a matar”, dice la señora María Amadea de Jesús Tolentino

Rosendo Betancourt Radilla

Tixtla

“El gobernador Ángel Aguirre Rivero tiene que responder por la muerte de mi hijo”, exige en el velorio del joven asesinado por fuerzas policiacas el lunes, Gabriel Echeverría de Jesús, su madre, María Amadea de Jesús Tolentino. Con la breve vida del estudiante de la normal rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, se va el principal ingreso de una familia indígena azotada por la pobreza, se va también el buen ejemplo para su hermano menor, se van los sueños de una madre indignada y se va la esperanza de un padre por verlo titularse como profesor rural. Ayer se veló y se sepultó al joven que mientras exigía al gobierno del estado que se incrementara la matrícula en Ayotzinapa, recibió tres balazos en el rostro. Su padre piensa que fue a quemarropa, pues los impactos son en una misma área, uno en el cuello, otro en la mandíbula y el tercero en la mejilla. “Por el cuerpo de mi hijo puedo decir que lo arrastraron por el suelo, porque tiene la espalda y un brazo todos pelados, después cuando estaba en el suelo le dispararon a quemarropa en la cara”, dijo. Gabrielito, como conocían al joven, tenía 22 años y trabajaba cargando bolsas en el mercado; era campesino como sus padres y cuando podía se alquilaba como peón de albañil para darle unos pesos a su madre. Antes de morir le prometió a ésta que él la mantendría en la vejez, por eso estudiaba fervientemente y por eso no tenía novia, no bebía alcohol y no fumaba. El trabajo, la familia y la escuela eran sus únicas ocupaciones. Ayer durante el velorio, su madre, una mujer indígena nahua, analfabeta y pobre, pidió a los medios de comunicación que manden un mensaje al gobernador: que investigue, porque los asesinos son sus empleados y bien sabe quién fue; también le pregunta: si le hubieran matado un hijo, ¿qué haría? El lunes por la mañana Gabriel le dijo a su madre que iba a marchar, que iba a pedir espacios para que otros jóvenes en situación de pobreza como él pudieran estudiar. La señora Amadea nunca pensó que sería la última vez que hablaría con su hijo. Cuando habla con la prensa, la madre de Gabriel calza unas sandalias de plástico que dejan ver sus pies curtidos por el sol, y lleva un vestido negro muy gastado y un suéter de estambre café. Carga consigo indignación, rabia, impotencia y tristeza. Cada uno de estos sentimientos le afloran durante la entrevista. Al referirse a Gabriel, su madre habla en presente como si aún se encontrara vivo, toma fuertemente de la rodilla a una reportera y recuerda cómo le llegó la noticia del asesinato de su hijo: “me hablaron por teléfono y me dijeron ‘resígnate comadre’, ya perdimos a Gabrielito”. Cuando una persona exige sus derechos mediante la protesta, dice la madre, “el gobierno tiene que escucharlos en lugar de mandarlos a matar… si no son perros, no son basura, no son animales”. La causa del asesinato, expresa, se debió a que el gobernador no pudo controlar a los policías ministeriales que dispararon contra los jóvenes. Peor aún, nunca dio instrucciones de que “se portaran bien y no fueran a matar”. También considera que si los estudiantes de Ayotzinapa con sus protestas estaban cometiendo excesos, asesinarlos no era la manera de parar el conflicto, “aunque sea los hubieran llevado presos, en la cárcel sé que algún día iba a salir o podría visitarlo, pero si ya está muerto nunca volveré a ver a mi hijo”. Ya exaltada, la mujer dice que escuchó “en las noticias” que habían matado a los jóvenes por haber detonado una bomba, y se pregunta “cómo jijos’ de la chingada iba a tirar una bomba, si yo no crío delincuentes”. Con 57 años a cuestas, originaria de la comunidad nahua de Zoquiapa, la señora María Amadea sufre de hipertensión, es huérfana de madre y padre desde su infancia y tiene dos hijos migrantes, un hombre y una mujer, que viven en Estados Unidos. Ahora, sin Gabriel, vive con su hijo menor, Francisco Javier, y su marido Gabriel Echeverría Huerta. El padre de Gabriel sufrió una embolia cerebral y está incapacitado para trabajar. Francisco Javier se fracturó el brazo y no puede ir a trabajar de chalán ni a cargar bolsas en el mercado, tareas que hacía con Gabrielito. “Sólo quiero justicia” En el punto más intenso de la entrevista, Amadea de Jesús toma de la mano a una reportera que está sentada a su lado, no puede contener el llanto y deja de intentar contenerlo, con la voz cortada y los ojos llenos de lágrimas dice: “me duele, señorita, mi hijo era tan trabajador y estudioso… sólo quiero justicia, que me expliquen por qué mataron a mi hijo”. Frente a ella, a unos 10 metros de distancia se encuentra su esposo, quien sólo escucha, aprieta los labios y consiente a las exigencias de justicia. Más aún, el calor del momento, la pérdida de su hijo y los oídos ávidos por escucharle le hacen soltar un sentido “quisiera que me pusieran enfrente al que le disparó a mi Gabriel, lo golpearía, no sé pelear pero por mi hijo yo daría la vida”. Dice que no pudo hacer nada por salvarlo, “yo estaba en Chilpancingo cuando me avisaron que estaban golpeando a los jóvenes, fui corriendo a buscar a mi hijo pero ya sólo encontré su cuerpo tirado en la calle, en un charco de sangre”. Ya en el Servicio Médico Forense (Semefo), platica, “les dije cara a cara a los que estaban ahí que tenían muy poca madre, vi el cuerpo y por el cuerpo de mi hijo puedo decir que lo arrastraron por el suelo, porque tiene la espalda y un brazo todos pelados, después cuando estaba en el suelo le dispararon a quemarropa en la cara”. Y suelta el llanto; los reporteros se enjugan las lágrimas, lo abrazan, él llora y pide perdón por no poder contener las lágrimas. Se le pregunta sobre el dictamen forense y dice tenerlo, pero no sabe ni quiere acordarse de dónde está, pero dice que no trae datos respecto del calibre de las balas que acabaron con la vida de su hijo. Un joven ejemplar Los reporteros se van, la madre entra a atender a las 35 personas que se encuentran en la cerrada de la calle Profesor Carlos González Navarro, en la pequeña casa marcada con el número cuatro. Muchos la abrazan, muchos lloran. En el pasillo donde dio la entrevista sólo queda un joven. Bajo de estatura, un metro 60 a lo mucho, espalda ancha y de tez oscura. Casi parece un adulto pero llora como un niño desconsolado, aprieta los puños. Se encuentra solo, completamente solo. Es Francisco Javier, el menor de los cuatro hijos del matrimonio que dio vida a Gabriel. Al preguntarle sobre el carácter de su hermano mayor responde que “era serio y amable, no era nada desmadroso”. Gabriel le enseñó a trabajar, le enseñó a ser respetuoso y le inculcó amor a los estudios, amor a los libros. Recuerda que él lo llevó por primera vez a trabajar como peón de albañil, “nos alquilábamos para mantener a la familia”. Ahora el futuro del joven es oscuro, no encuentra salida, llorando dice: “No sé qué voy a hacer, mi brazo se me quebró y no puedo trabajar, no puedo cargar, mi brazo no aguanta”. Al preguntarle sobre lo que le pasó a su hermano, pide cadena perpetua para quien lo asesinó y asegura que “los chavos de Ayotzinapa no llevaban armas como dice el gobierno, mi hermano me platicaba que les prohíben llevar armas”. “No sé por qué lo mataron, los policías son unos cobardes, mataron a gente sin armas, pido justicia para mi hermano, que les den cadena perpetua por asesinos”, dice entre el llanto. La charla continúa, el joven se desahoga, recuerda que su hermano era alegre, estudioso y trabajador. Quiere seguir sus pasos, “si Dios quiere el próximo año entro a Ayotzinapa a seguir su lucha, su muerte no puede ser en vano”. El sepelio en Tixtla Una procesión de al menos 500 personas acompañó los restos de Gabriel Echeverría hacia el panteón de Tixtla. El contingente lo formaban profesores, amigos, compañeros y familiares del joven asesinado por fuerzas policiacas el lunes pasado, mientras protestaba en Chilpancingo. La gente iba en silencio, muy pocos platicaban pero la banda de chile frito sonaba, entonaba las notas de las canciones Un puño de Tierra y Cielito Lindo. Al llegar al panteón la gente forma un gran círculo. Se hace el silencio y un par de mujeres rezan en el ataúd de Gabriel. Luego llega el momento de enterrarlo, los que están más cerca se despiden y arrojan pétalos blancos sobre el ataúd. Suena la banda de guerra de Ayotzinapa, las trompetas y tambores hacen brotar las lágrimas contenidas, casi todos lloran mientras cuatro pesadas losas son puestas sobre la tumba del joven que es sepultado por sus padres. Durante el transcurso del día, los asistentes pudieron charlar respecto de la actuación del gobierno del estado en el desalojo. ¿Por qué mandó Ángel Aguirre a policías ministeriales a una protesta social?, se preguntan todos. Ya todos saben que el procurador de justicia, Alberto López Rosas, y el subsecretario de prevención y planeación policial, general Ramón Miguel Arriola Ibarra, fueron cesados de sus cargos, pero eso, opinan, es una insignificancia. El profesor de la preparatoria 29 de Tixtla, Luis Honorato, dice que el clamor general es que metan a la cárcel a estos dos ex funcionarios, “que los quiten de sus cargos no les da derecho a escaparse de la justicia, tienen que meterlos a la cárcel por mandar a asesinar estudiantes”. También, consideró, es necesario que organismos externos al gobierno del estado realicen las investigaciones, pues el gobierno del estado podría evitar que se haga justicia.

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