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Considera el historiador Lorenzo Meyer casi una obligación estar en la oposición Cuando ha sido necesario salir a la calle no lo ha dudado. “Soy casi un profesional de las manifestaciones”, dice

Erika P. Buzio / Agencia Reforma

Ciudad de México

A Lorenzo Meyer la vida diplomática nunca lo tentó. Siempre ha considerado casi una obligación estar en la oposición, del lado de la crítica. “Nunca me tentó servir al gobierno”, zanja el historiador, quien compartió las aulas de El Colegio de México con futuros embajadores. Cuando si ha sido necesario salir a la calle no lo ha dudado. “Soy casi un profesional de las manifestaciones”, dice. Protestó contra la Guerra de Vietnam y la represión del movimiento del 68 cuando estudiaba en la Universidad de Chicago, como antes marchó en México para apoyar la Revolución Cubana. Las manifestaciones eran más “canijas”, recuerda, había que correr de los garrotazos y gases lacrimógenos, huir de los policías disfrazados de civiles que llevaban escondido un garrote en el periódico. “Esa violencia del Estado, cuando llega a eso…”, se interrumpe. “Es una sensación de impotencia, injusticia, humillación y miedo porque un garrotazo bien puesto lo deja a uno loco o lo manda al otro mundo”. Decidió que su oposición no sería armada sino intelectual. En tres meses, el profesor emérito dejará su cubículo en el Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de México. Ha llegado la hora de su jubilación. Se dedicará, dice, a escribir los muchos libros pendientes. Su candidatura al Premio Nacional de Ciencias y Artes prosperó en el segundo intento. Su primera reacción fue negarse, pero fue tal la insistencia del Colmex que terminó por aceptar. “A lo mejor porque ya me voy están muy contentas, hay el refrán ‘A enemigo que huye, puente de plata…”, suelta. En cuatro grandes cajas, que duda haya abierto el jurado, metió las copias de libros, artículos y conferencias impartidas en México y el extranjero. Meyer se impuso discreción y no le contó a nadie, no quería pasar la pena de la primera vez. Acepta el galardón porque, dice, se lo otorgan sus pares y el presidente, quien lo entrega, es sólo un intermediario. “Si lo decidiera, sería otra cosa, ahí sí”. Tampoco es la primera distinción que obtiene: a los 39 años ganó el Premio de la Academia de la Investigación Científica que recibió de manos de Luis Echeverría y el Nacional de Periodismo se lo entregó Carlos Salinas. “Esos son gajes del oficio, pequeñeces, este es un premio (el Nacional de Ciencias y Artes) instituido en 1945, presidentes van y vienen, malos y peores, buenos no recuerdo ninguno de 45 a la fecha”, ataja. Lorenzo es el mayor de tres hermanos: Francisco y Rosa María también son historiadores. Su pasión por la historia se remonta a su niñez. Cuando tenía ocho años cayeron en sus manos los tomos de El tesoro de la Juventud. “Y ahí me metí yo solito, sin más, a leer sobre los griegos y sus guerras con los persas, o dar el salto y ver las guerras napoleónicas y creo que hasta la Segunda Guerra Mundial”, rememora. Es el primer universitario en su familia. Su padre, también de nombre Lorenzo como su bisabuelo alemán, era soldado y fue enviado a Ensenada, Baja California, en la zona militar del Pacífico comandada por el general Lázaro Cárdenas, cuando México entró a la guerra en 1942. Un regaño de Daniel Cosío Villegas por llegar tarde el primer día de clases fue su bienvenida al Colmex en 1961 para cursar la carrera de Relaciones Internacionales. Su ingreso, ataja con modestia, fue accidental. Nada sabía del prestigio de la institución pero sus tías lo alentaron a inscribirse al saber que habría becas. El joven Lorenzo se había negado a ir a la Universidad de Chapingo aún cuando había aprobado el examen y hasta había considerado una carrera en el ejército después de la preparatoria en la Academia Militarizada México. Cosío Villegas lo entrevistó y lo despachó a su casa: no tenía licenciatura y tampoco sabía inglés. Meyer no quería esperar dos años para intentarlo otra vez, ya consideraba la posibilidad de irse a la UNAM cuando llegó el inesperado telegrama. En el Colmex, insiste, se le abrió el mundo. Ahí se produjo su encuentro profesional con la historia política moderna, la impronta dada por don Daniel al CEI. Dedicó su tesis doctoral al conflicto petrolero de México con Estados Unidos. “Es un tema donde me metió el antiimperialismo, una de las pocas luchas exitosas de México a(…) Ahí sí lo decidí, quiero ver a los Estados Unidos como adversario”, insiste.

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