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Saúl Escobar Toledo

Presupuesto base cero: ¿crecimiento cero?

La caída mundial de los precios del petróleo que se presentó en el segundo semestre del año pasado ha llevado a México a una situación compleja y difícil. Si la producción nacional del chapopote venía cayendo sostenidamente desde hace unos años y, con ello, las exportaciones y el ingreso de divisas a nuestra economía, con el desplome de precios del año pasado las cosas se pusieron peor. Y es que el gobierno no ha encontrado la manera de compensarlas a corto plazo: hay menos recursos fiscales, menos divisas para financiar la balanza de pagos y por lo tanto menores expectativas de crecimiento. Aún más, la famosa reforma energética, la privatización de petróleo y electricidad que prometía, según el gobierno, atraer miles de millones de dólares en nuevas inversiones puede sufrir un revés pues dadas las condiciones del mercado mundial, los inversionistas quizás decidan esperar mejores tiempos.
Pero eso no es todo: a los males derivados de una producción y venta de petróleo a la baja, habrá que sumar una tendencia estructural de bajo crecimiento que se arrastra desde hace varias décadas y un entorno político marcado por la violencia, la inseguridad y la ausencia de Estado de derecho en varios territorios del país. Pero no para ahí la suma de complicaciones: habrá que agregar también un entorno mundial poco propicio, por el crecimiento de Estados Unidos y, sobre todo de Europa. Aunque en el primer caso hay cierta mejoría, el problema mayor es la esperada alza en las tasas de interés que aplicarían las autoridades norteamericanas en algún momento de este año. Esto último es particularmente sensible para nuestra economía pues encarecería el costo de la deuda externa y propiciaría la fuga de capitales y de los flujos de inversión mundial de México hacia nuestro vecino del norte. Y no es por ser pesimistas pero la grisis (los avatares del país helénico por resolver el problema de la deuda) puede agravar las cosas por lo menos a corto plazo.
En síntesis, se nos están juntando las adversidades, viejas y nuevas.
Todo ello junto pinta para un panorama sombrío. De ahí entonces que los pronósticos de crecimiento estén cayendo constantemente para este año y los siguientes. De ahí también que la situación haya hecho sonar las alarmas en el gobierno federal y los inversionistas nacionales y extranjeros.
Por parte del gobierno federal la solución que se les ocurrió consta de dos medidas: primero, mantener a toda costa el optimismo público y el control mediático de la situación. Y dos, ya más en serio, en lo que llamaron el Presupuesto base cero. Se supone que una medida como ésta debería significar una revisión puntual de todos los rubros y programas del Presupuesto de Egresos de la Federación para determinar cuáles son los prioritarios, evitar duplicidades y gastos innecesarios o improductivos. Y, con ello, proponer una política de gasto que sea más útil para el país. La base cero responde a la idea de que hay que hacer tabla rasa del pasado, que lo que se gastó ayer no necesariamente resulta útil para hoy.
El presupuesto base cero no significa necesariamente una reducción del gasto sino una mejor asignación de esos recursos. Tampoco quiere decir que los ingresos deben quedar sin cambios pues un nuevo esquema de gasto podría requerir un ajuste a la baja o al alza del lado de los recursos fiscales del gobierno. El presupuesto base cero es un ejercicio que debe realizarse con base en criterios claros de política económica, con metas transparentes de lo que se quiere suprimir y de lo que se quiere fortalecer, pues de otro modo las restas y sumas no tendrían sentido. No es pues un ejercicio tecnocrático de unos cuantos expertos o funcionarios, sino un ejercicio que debería debatirse públicamente para que la sociedad pudiera opinar sobre lo que sirve y lo que no sirve.
El problema es que en México nada de esto último está sucediendo y, en cambio, la Secretaría de Hacienda está elaborando el presupuesto base cero sin que nadie sepa a qué le están tirando. El pasado 1º de julio entregaron a la Cámara de Diputados un primer paquete en el que proponen una disminución del 22% de los programas presupuestarios para el 2016: de mil 97 pasarán a 851, siendo los más afectados los administrativos (dependencias del gobierno federal, Presidencia de la República, PGR, y tribunales administrativos) que pasarían de 818 programas a 605.
Pero esta información es todavía muy oscura pues no se dieron a conocer montos ni exactamente qué programas se suprimen y por qué. Podría tratarse entonces de que el presupuesto base cero fuera una medida de ajuste al gasto, es decir un recorte disfrazado. Una medida que, como hemos visto en otros en nuestra historia reciente no han resuelto los problemas de fondo ni traído nada bueno para mejorar la calidad de vida de los mexicanos.
Estamos pues quizás ante la posibilidad de que se impongan otra vez políticas que premian la estabilidad macroeconómica pero que ahondan la recesión: como dicen los economistas, medidas procíclicas (pues alientan un bajo crecimiento) que afectarán el empleo, el crédito, las políticas sociales y la inversión en rubros esenciales como infraestructura productiva, salud y educación. Durante este año, 2015, ya se han recortado inversiones, por ejemplo en Pemex, afectando aún más la producción y la viabilidad de esta empresa tan importante.
Ante los problemas que enfrenta la economía mexicana puede haber otros caminos. En primer lugar, la Cámara de Diputados debería tomar en sus manos el debate sobre el presupuesto base cero y fijar metas de política económica y de gasto para el próximo año y no esperar pasivamente a que el gobierno diga qué es lo que se recorta y qué no, y en qué magnitud. Ese debate debe ser abierto e incluyente. No importa que esta Legislatura esté a punto de terminar.
En segundo lugar, habría que retomar las propuestas y leyes iniciadas que ya están sobre la mesa. Por ejemplo sobre el seguro de desempleo, la universalización de la salud, y en particular sobre los salarios mínimos. No hay razón para mandarlas definitivamente al archivo muerto del Poder Legislativo.
También debería reabrirse el debate sobre la reforma fiscal. México sigue siendo un país con muy baja recaudación según los parámetros internacionales y los requerimientos de nuestra economía y de las demandas sociales. Sin mayores recursos fiscales difícilmente se podrá avanzar en combatir la pobreza y atenuar la desigualdad. Tampoco se podrá hacer mucho para invertir en una infraestructura productiva que tiene un retraso de décadas. El chiste es acordar una reforma fiscal que no afecte el consumo y grave un poco a los superricos de este país.
De manera destacada se tiene que discutir seriamente la política salarial y el papel que juega el mercado interno en el estancamiento económico actual y las posibilidades futuras de una política de reactivación que no dependa solamente de las exportaciones. Los resultados del modelo económico que ha seguido México en las últimas décadas demostrarían que una mejor distribución del ingreso basada en mejores salarios y empleos es indispensable para alentar el crecimiento. También se requiere elevar el crédito para superar el estancamiento crónico de nuestra planta productiva, dividida en un sector muy moderno pero rodeado de un conjunto muy amplio de empresas atrasadas e ineficientes.
Hay más propuestas. Estas pueden consultarse en un trabajo reciente elaborado por el Grupo Nuevo Curso de Desarrollo, con sede en la UNAM, que tiene por título Memorándum ante la situación y la perspectiva económica y social, disponible en este sitio: www.nuevocursodedesarrollo.unam.mx.
Este trabajo concluye así: “Hacemos un llamado a deliberar sobre la necesidad de superar la circunstancia actual de desaliento e irritación social, de tan baja credibilidad y confianza en las instituciones, por medio de acuerdos sociales que… hagan posible un crecimiento con equidad, basado en la generación de empleos dignos y bien remunerados…”.

Twitter: @saulescoba

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