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Jorge G. Castañeda

Miguel Hidalgo, legalidad flexible

Fui a la escuela en Polanco durante cinco años en los sesenta pero nunca viví ahí hasta 2002. Hoy vivo en la calle de Tres Picos, una de las más bellas de México, sobre todo cuando florecen las jacarandas: en un departamento amplio, lleno de luz, en un condominio agradable y bien ubicado, en una calle silenciosa. Hasta hace poco.
Los tres predios ubicados en las esquinas de Rubén Darío, Lord Byron y Tres Picos se fusionaron en uno, y un desarrollador y una inversionista decidieron utilizar uno de los terrenos mejor ubicados y quizás más valiosos de México para construir departamentos. Estiraron al máximo los límites de la legalidad, pero durante más de tres años los vecinos logramos impedir lo que parecía un despropósito: varias torres de treinta pisos en una zona de difícil acceso.
Reconozco que la llamada legalidad en el DF es “flexible”, por decir lo menos. Exactamente qué se puede construir, con qué uso de suelo, con qué capacidad de estacionamiento, es algo siempre discrecional en manos de las autoridades delegacionales, Seduvi, jefe de Gobierno, etcétera. Después de una larga batalla con los vecinos, los propietarios del predio y los desarrolladores y arquitectos obtuvieron el permiso de las autoridades para construir una torre de treinta pisos dando a Rubén Darío, y dos de tres pisos cada una, dando a Lord Byron y a Tres Picos. Se suponía que esto respetaría las distancias entre edificios colindantes y los demás criterios impuestos por la autoridad al otorgar las licencias.
Siempre me pareció de mal gusto por parte de esta gente (no merecen otro nombre de mi parte) que en su proyecto arquitectónico talaran una buena cantidad de árboles de más de cincuenta años de existencia, y que se propusieran hacer todo sin consulta con los vecinos, sino únicamente negociando y en su caso apalabrándose con ellos. Pero finalmente fue lo que se decidió y parecía que las cosas iban por un camino legal más o menos acordado.
Resulta que la obra lleva parada más de un mes, afortunadamente. Aunque no he hecho yo gran cosa para contribuir a ello, hubiera deseado hacerlo. La razón aparente de la suspensión es que las promesas no han sido cumplidas. No se trata de una torre de treinta pisos sino de dos, no de dos torres sino de cuatro de tres pisos; no ciertas distancias con las construcciones aledañas sino otras. De tal suerte que otra vez en México estamos ante una legalidad aleatoria.
No sé si los desarrolladores y los dueños sobornaron de una manera u otra a las autoridades delegacionales pasadas y presentes y a los directores de Seduvi pasados o presentes. En un mundo ideal eso no sucedería; en la ciudad de México y la delegación Miguel Hidalgo parece difícil que suceda de otra manera. Espero que la nueva delegada electa revisará minuciosamente los proyectos entregados, las licencias otorgadas y la construcción realmente existente.
Por lo pronto supongo que la obra parada lo seguirá durante un buen tiempo. Espero que su costo aumente de manera exorbitante; que quienes compraron por adelantado, a diez mil dólares el metro cuadrado, demanden a los vendedores por no entregar a tiempo; que los vecinos y las autoridades se mantengan y hagan lo posible por detenerlo. Entiendo que algo se tiene que construir ahí: uno de los predios más atractivos del DF no puede permanecer baldío. Pero también creo que conviene ser más cuidadosos. Entre tanto les deseo la peor de las suertes a los dueños y la mejor a los vecinos que no tenemos nada que perder.

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