Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Silvestre Pacheco León

RE-CUENTOS

–Bueno muchacho cabrón, ¿por qué estás matando las gallinas?
–Mi mama me dijo “sube las gallinas y las matas”.
–¡Ella te dijo que subieras  las matas que están en las macetas, tarugo!

Pué que

Como dicen que el hilo se revienta por lo más delgado, en el pueblo la fama de que la hermana menor de Peneyo había dejado de ser señorita, ocupaba a más de una persona, y sabiendo que el hermano a veces tenía lances de franqueza con gran peso de ingenuidad, no faltó el vecino pícaro que trató de aprovecharse de esa característica de Peneyo para saber de su parte sobre la intimidad de la hermana.
–Cuéntame Peneyo, ¿es cierto que tu hermana ya no es virgen?
–Pué que –respondió Peneyo con naturalidad.
Esa respuesta de Peneyo bastó para que el vecino corriera la voz confirmando que la susodicha ya no era señorita.
La mamá de la muchacha, con justa razón salió a defender la honra de su hija y en cuanto averiguó quién de los vecinos había sido el responsable de propalar esa noticia, lo llamó a cuentas ante la autoridad.
–A ver fulano, dijo el juez, por qué andas diciendo que la muchacha ya no es señorita, ¿A ti te consta?
–No señor Juez, pero fue lo que me dijo su hermano Peneyo.
La madre, más indignada que antes con la confesión que había escuchado, estuvo de acuerdo con la orden del juez para traer a Peneyo ante su presencia.
En cuanto Peneyo entró a la oficina del juez sintió tan amenazante la mirada de su madre que le heló la sangre.
–A ver Peneyo, ¿es cierto que le dijiste a este fulano que tu hermana ya no es señorita? –le preguntó el juez
–No, señor, yo nunca dije eso.
–Sí es cierto, terció el acusado, tu me lo dijiste.
–No, yo nomás dije, pué que.
–Y eso de pué que, ¿que quiere decir? –inquirió el juez a Peneyo.
–Que como pué que sí, pué que no, respondió Peneyo pretendiendo salir bien librado ante la amenaza de su madre.

Mi mama me dijo que las matara

Peneyo en Zihuatanejo era el personaje ocurrente cuya fama sirvió también para que se le adjudicaran hechos y dichos que seguramente tenían a otros actores.
En todo caso muchas de las anécdotas que se cuentan del personaje popular son el reflejo de la picardía y el ingenio propio de los costeños.
Ya he contado aquí la versión aquella de cuando Peneyo mató las gallinas que se escaparon del gallinero y dieron cuenta de las matas de mariguana que sembraba para su consumo.
Cuando su mamá lo sorprendió apaleando a los animales con la escoba en un ánimo de venganza, creyó contener la reprimenda respondiéndole:
–¡Es que la mafia no perdona, mama!
Otra versión parecida a esa ocurrencia, que tiene que ver con el doble sentido de la palabra matas, para referirse a las plantas que se siembran, y la escasa lucidez de Peneyo, me la contaron hace poco.
Cuentan que la madre de Peneyo se estaba mudando de domicilio y que con el menaje de casa subido ya en la camioneta de carga, nomás le restaba a la señora subir sus tres gallinas y unas dos macetas con sus plantas que, como en muchas otras partes, la gente les dice matas: una mata de chile, una mata de jitomate, etc. La otra acepción, como se sabe, es la orden de dar muerte.
Entonces, mientras la señora iba a despedirse de sus vecinos para subirse a la camioneta, le encargó a Peneyo.
–Sube las gallinas y las matas mientras regreso.
Obediente como era, Peneyo procedió conforme al mandato: subió las gallinas a la camioneta y comenzó a retorcerles el pescuezo para matarlas.
Cuando el ruido de las gallinas asustadas llegó hasta el chofer, éste reaccionó sorprendido.
–Bueno muchacho cabrón, ¿por qué estás matando las gallinas?
–Mi mama me dijo “sube las gallinas y las matas”.
–¡Ella te dijo que subieras las matas que están en las macetas, tarugo!

La perra obediente

El Tololoche era el sobre nombre del músico de Petatlán reconocido por el enorme instrumento musical que cargaba a cuestas, y también por sus ocurrencias que a menudo hacían reír a la gente.
El Tololoche tenía una perra que lo acompañaba a todas partes. Con ella se distraía y la afamaba porque le había enseñado a obedecer.
–Esta perra es más inteligente que cualquiera de mis hijos –presumía El Tololoche.
Cada vez que El Tololoche tiraba un pedazo de madera, la perra iba corriendo, lo buscaba, lo encontraba y lo traía con presteza, no importa si lo lanzaba al agua o lo confundía entre la maleza.
Un día alguien le dijo al Tololoche que en la poza de la Calera había muchas truchas de regular tamaño, que bastaba tirar un cuete para que cientos de ellas flotaran muertas, nomás para recogerlas.
No tardó mucho El Tololoche en subir a esa parte del río provisto de algunos cuetes para pescar.
La perra que no lo dejaba solo, iba solícita tras él.
En cuanto El Tololoche preparó el cuete y lo tiró al centro de la poza miró impotente que su perra se lanzaba tras él repitiendo mecánicamente lo aprendido como juego con su amo.
Con destreza el animal llegó hasta el cuete, lo tomó por el extremo y regresó con él hasta la orilla con la intención de entregarlo a su amo.
Fue por demás que El Tololoche intentara con gritos que la perra soltara el cuete del hocico mientras él trataba de poner distancia del animal.
Pero entre más corría El Tololoche más llamaba la atención de la perra que iba tras él sin saber del peligro.
Iba El Tololoche corriendo con desesperación cuando escuchó el estruendo del cuete que reventaba a sus espaldas confundido con el ruido de la perra que no llegó a ser ni ladrido, ni aullido.
Caído de bruces El Tololoche volvió hacia atrás para ver lo que había quedado del animal mientras rectificaba en su apreciación:
–No es cierto que mi perra fuera tan inteligente.

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