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Gaspard Estrada

¿Realmente Francia tiene la mirada puesta en México?

En los últimos días se han publicado numerosos artículos en la prensa nacional insistiendo en el significado histórico de la visita de Estado del presidente Enrique Peña Nieto a Francia. Si nos atenemos a los datos duros, en términos de protocolo se trata efectivamente del mayor nivel posible para una visita de jefe de Estado extranjero a Francia: encuentros con los poderes Ejecutivo (a nivel nacional como de la capital, París) y Legislativo al más alto nivel, cena de Estado en el Palacio del Eliseo, e invitación a la fiesta nacional incluyendo el desfile conjunto de tropas. ¿Cómo explicar tal deferencia hacia el Estado Mexicano?
Históricamente, la política exterior de Francia con relación a México (y más generalmente, hacia América Latina) ha sido ambivalente para algunos, errática para otros. Si bien en la “historia oficial” de la relación bilateral se pone de relieve la visita del general Charles de Gaulle en 1964, así como la iniciativa franco-mexicana de 1981 sobre el conflicto armado en El Salvador, raramente México ha formado parte de las prioridades de la política exterior francesa. La aparente lejanía geográfica entre Francia y México podría ser un factor explicativo. Sin embargo, la calidad de los intercambios culturales de siglos entre nuestras dos sociedades evidencia lo contrario. Otro factor podría ser el de la paz: Francia, al ser una de las grandes potencias del mundo, miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, tendería a centrarse en países en crisis y en países de relevancia global. México, al no estar involucrado en ningún tipo de guerra internacional, no estaría en el radar del Quai d’Orsay, donde se ubica el Ministerio de Relaciones Exteriores francés. Sin embargo, la existencia de una guerra interna, con un potencial desestabilizador más allá de nuestras fronteras, con decenas de miles de muertos a manos del crimen organizado, y violaciones diarias a los derechos humanos, tiende a relativizar esta afirmación de un país en paz. ¿Podríamos pensar entonces, por otro lado, que México se ha vuelto un país de relevancia global? Si bien el país es miembro del G-20, México no se ha destacado por tener las mayores tasas de crecimiento económico de los países emergentes, ni ha logrado modificar a su favor la geografía del poder internacional, obteniendo, por ejemplo, el nombramiento de connacionales en puestos de decisión de organismos multilaterales (el fracaso de la candidatura de Herminio Blanco frente al brasileño Roberto Azeredo a la cabeza de la OMC constituye un buen ejemplo de ello).
Sin embargo, la relación bilateral ha recibido un nuevo impulso a raíz de la llegada al poder de François Hollande. En primer lugar, el presidente del Partido Socialista consideró que una revaluación del diálogo político entre México y Francia le permitiría diferenciarse de su antecesor, Nicolás Sarkozy, de manera clara y sin tener que dilapidar su capital político. En efecto, México pasaba por una alternancia de gobierno en ese momento, y el nuevo presidente estaba dispuesto a entablar ese diálogo renovado. Como las relaciones se encontraban en un punto muerto en 2012 (a raíz del caso de Florence Cassez), ha sido posible mostrar rápidamente y sin muchas dificultades resultados concretos de esta iniciativa política conjunta. Es por eso que México, junto con Cuba, es, tal vez, el país donde esta “nueva prioridad” de la política exterior francesa hacia América Latina tiene mayor visibilidad.
En segundo lugar, Francia ha dado prioridad al aumento del comercio exterior, instaurando para ello una “diplomacia económica” liderada personalmente por el canciller Laurent Fabius. México, a pesar de su mediocre crecimiento económico, constituye un mercado importante para las empresas francesas, ya sea para vender sus productos en el mercado mexicano o bien para fabricar y luego exportar estos últimos a otros mercados, en particular a Estados Unidos y Canadá. Contrariamente a la mayoría de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y África del Sur), México no se posiciona en el escenario internacional como un país proteccionista, de tal manera que, para Francia, tener un aliado, miembro del G-20 no alineado a las posiciones de estos países, es un activo en las negociaciones comerciales y financieras internacionales.
En esta óptica, no podemos soslayar el hecho de que Francia organizará a finales de este año la COP-21, que será el principal acto diplomático de la presidencia Hollande. La obtención de un acuerdo vinculante constituye para éste una prioridad absoluta. De la misma manera que en las cuestiones comerciales y financieras, el apoyo de México en la construcción de este acuerdo multilateral (en particular, en los países de América Latina y el Caribe), es fundamental para el jefe de Estado francés.
Los gobiernos de México y Francia han avanzado paulatinamente en el restablecimiento pleno de la relación bilateral –teniendo para ello el apoyo de un Consejo Estratégico Franco-Mexicano. Pero, los dramáticos acontecimientos de Ayotzinapa, Tlatlaya, y el escándalo de la Casa Blanca, han modificado sustancialmente la percepción de la opinión pública internacional –en Francia en particular– con relación a la gestión gubernamental del presidente Peña Nieto. Por ende, el alto nivel de esta celebración conjunta, es fuente de críticas en los medios de comunicación franceses. La ambición inicial del gobierno de François Hollande de retomar con México la política de la “Mano en la Mano” del general De Gaulle, tal vez tenga un costo político mayor al previsto en 2012.

* Analista político del Observatorio Político de América latina y el Caribe (OPALC) con sede en París.

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