Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

José Gómez Sandoval

POZOLE VERDE

*Un relato cachetón / 2 y último

*Por dentro y para dentro, como los perros, empezó a rascarse el gatito hermoso y tierno. Las primeras gotas de mayo le salpicaron el azoro del mostacho y empezó a descubrir las azoteas de la gente… Orinaba su territorio, y cuando estaba en casa se la pasaba husmeando trapos íntimos, estirando la cola y rascándose la panza descamisada como si viniera de un viaje infinito del que, sin embargo, no tenía nada qué contar.

Yo llego corriendo, camino por mis ojos como una loca, aunque mi cuerpo siga recargado en la puerta, como en el fondo de un espejo. No le abro la llave al gas, pero tampoco ando presumiendo recuerdos bonitos… Tú, en cambio, traes la fiesta de entrada, en tu propio pellejo. Y para qué tanta pinche intensidad a ciegas, si, como dijera Mona Bell, tú no sabes nada de-la-vida. Juegas. Te echas. Rondas. Olisqueas. Comes. ¿No te das cuenta, idiota… –espérame porque ya ni las chapas me salen redondas–, que cada que cruzas la calle o te metes a la casa de alguien, le trastornas la vida? Y ¡ándele, tarugatote!, ¡está lista la mona!, ya estuvo el pómulo pomarrosa de la mona monísima, que en este humilde y modesto caso… ¡soy yo misma!… ¡Tú ni con menjurjes, carnalito, el de las antenas embarradas de leche, el de los pedos sin tronido!… Ni con las mesas abarrotadas por borrachos impertinentes enviándote saludos y jaiboles, ni con los focos llenándote los ojos de humo y billetes, ni aunque te repecharan con botanas de importación, te ibas a dar cuenta de que la pachanga es pa’ amanecer y de que, en honor a tu provocativa intimidad con la naturaleza, aquí se mueve no sólo alcohol y chispazos de alegría, sino también problemas y corajes a lo cabrón. Y cómo no, si hasta el mínimo revoloteo de una mosca está dispuesto a que no pases de la noche vivo y coleando… Tú, ¡como la fresca paloma!… Chiquitiando la copa, castigándome tras los lentes oscuros. ¡Ay, qué bruta, te estoy imaginando tras un jaibol –¡no puedo creerlo!… Ay sí, ¡por qué chingaos no!…, una noche de estas te voy a llevar a mi centro de trabajo, para que bebas y aplaudas y maúlles leperadas a lo que des, para que saques pedos y traumas con Pimpinela y sus dramones y le agarres las nalgas a… ¡pues a Dayana… ¡y a nadie más! Te voy a dedicar esa de: Este amor es mío, mío!…, y –¡quieto, cabrón!– de nadie más.
¡Lista… la madre! ¡Dios mío, cada vez me salen peor las cejas, la derecha quedó como bigote zapatista!… ¿Y si nomás la mocho?
Imposible, es la ceja que levanto cuando salgo tronando el látigo en las mesas. Acomódate bien y cállate un minuto. Ya falta poco…
¡Quieto cabrón!
Perfecto…
Si cuando quieres colaboras, gatito comprensivo. Frente a ti, que eres un príncipe encantado, yo soy una princesa verdaderamente señorial disfrazada de campesina extraviada en la música y el baile y condenada a deshojar las margaritas que encuentro en el bosque de fresas: ¿te gusta?… ¿Eh?… ¡Cuánta envidia… se-va-a-despertar!… ¡Cuántas coosas diraás-tú-de-mí!… la alegría de todas mis horas… Ya mero me siento en tus piernas. Ya merito te doy un beso de lengüita, a ver si te desencantas, mi príncipe soñador. Que al menos te quedes con el rumor de una canción con la que me vas a recordar para siempre. Que nunca olvides el giro de lentejuelas de Dayana Ros en la pista, los fantásticos ojos que le prestó la naturaleza para alegría de gatos y humanos y que, ande peda o a medios chiles, nunca cambian. ¡Me vas a amar con rabia! Vas a decirme mi alma, mi chingonauta, mi loca consentida, mi piquiquirimiau. Quiero que pases por mí a las cinco, pero en punto, para que me lleves a almorzar unos chilaquiles bien picosos por ahí. No quiero que andes platicando con la Yuri, esa flaca es putísima y ojeta como ella sola. Sí, amor, esta noche no voy a chupar. Te lo prometo. ¿Me vas a esperar al rato, cariño?
¡Y ¿bueno?!… qué, ¿vas a seguir jugando?… ¡Lo único que te estoy pidiendo es que no me hables al tiro cuando me estoy acicalando!…, porque de estas pinceladas vivimos los dos. Sardinas en aceite, alitas de pollo doradas, atún a la vinagreta, ancas de rana al aire, si te apetecen. Mi hermana no tarda en acabar el suéter que le encargué para ti y en cuanto me lo entregue nos vamos a ir de paseo por ahí, para presumirlo. Pero ahora, guárdate… tus uñitas. ¡No, gatín…, ¡que no, gatucho infame!… ¿No te das cuenta de que suceda lo que suceda entre nos es a largo plazo y que no tiene caso que me jures amor eterno?, ¿no te fijas que lo único que ahorita importa… es lo que tus miserables ojos están viendo, gato deslumbrado y chismoso?…
¡Pocos mortales que han tenido oportunidad de asistir a la transformación mágica, molto maestosa e molto –aquí entre nos– milagrosa de una sirena de mar nacida al este de El Paraíso, municipio de Meteloaquiyac, quien aquí en confianza y para quienes tengan especial interés en saludarla personalmente responde al nombre de Sirenia Calva de las Cejas y Viuda del Hoyo!…Para los demás soy la cantante de timbre poderoso y emotivo, la artista más delicada y sensual que ha aparecido sobre la tierra desde que a Ángela Peralta se le enfriaran las cuerdas por el exceso de frapé en las medias de seda y de que Aristóteles Onasis calló a María para casarse con Jacquelín, y… ¡y!…: con ustedes, desde el trópico helado y candente de Nueva Orleans…, desde la fuente griega que surte de sensualidad y misterio a las grandes cantantes del mundo, con ustedes… la única, la genial, la sublime, iridiscente y fogosa… ¡Dayana… Ros!…
Y restello la punta de mi látigo en el respaldo de las sillas, entre los tarros de cerveza. De vuelta muevo la cola a lo María Victoria y les pongo los ojos de borrego al revés con la precisión vocal y la sensualidad sin par que tengo por maldita costumbre. Aunque por el momento sea el único papel que me deja hacer la Alex. Ahí estás bien, es el papel que mejor te sale. Me dice. Nomás arréglate bien las cejas, cada noche te salen más chuecas, manita… Antes de largarse a supervisar luces y sonido y a picar con su lengua viperina en otro camerino, dice que el arte empuja y que hay que darle chance a las jovencitas, ¿qué no ves que cada día hay más putos que cantan?… No niego que últimamente bebo con los clientes hasta sin ficha, ni que he engordado más de lo estéticamente permitido, pero de ahí a tener que meterme en las chaparreras de la Tariácuri, ¡estás pendejo, Alexota!…
¡Atreverse a ponerme barreras a mí, que, gorda o flaca, siempre me ando saliendo de mí misma!… ¡Alma y talento en un solo cuerpo de amor, para servirles…!
Ahora… ¡hasta baragato tengo, tú!
Discúlpame, pero… en el punto gé de su profesionalismo y madurez, Dayana prefiere irse radiantemente vestida desde que sale del camerino de su casa. ¿Mejoré un poco… chamacuelo? ¿Eh? ¡Venga pacá, mi primor, déjame decirte mi primor!…
Ay, no sabes cómo me fascina tu ternura, tan callada, tan fina que hasta parece de otro mundo. Me enloquece que me trates como a una dama y que me maúlles mentirijillas de amor y me engatuses como quieras, y cuando sólo me lames los cachetes y te callas, también me excita, porque eso quiere decir que estás pensando en mí.
Sin pico ni garras, gacotorro, te ibas a morir de tristeza, viéndome. Era un gato tan pero tan aburrido que cuando sonreía se le agrietaba el maquillaje. No sabía disimular la dentadura de burro mazorquero y con semejantes ojeras daba toda la pinta de mapache. El gacotorro sólo era capaz de decir las palabras que había oído.
¡Ya, perigato, ¡le pones otra pizca de filin a tus cariños y me echas a perder la seda –uñitas de fierro!…
Me gustaría… arrancar las estrellas de tus ojos y clavártelas en las nalgas, como lentejuelas, a ver cómo reaccionas con la música, en el barullo de luces y sombras, ante mil miradas babeantes y ni un solo amor verdadero. ¡Ni miau di-rías, papirrico!… No te atreverías a abrirte la camisa y declamar este corazón es mío, y es para ustedes… El que lo quiera, ¡tómelo! ¡Menos si tienes alrededor a un ejército de locas deseando que cada noche te tropieces y hagas el ridi!… Si llegas a oír a la Alex cuando me grita que le baje al pozole y a las picaditas, o que es hora de que vaya a la clínica por mi dosis de hormonas, ¿le vas a responder por mí como la barbajana se merece? ¡Ay, más bien te pareces a los peces!… Gatotontón. Hermoso y distante. En tu impugnable mundo de cristal. ¡Algo has de ver desde ahí, supongo!
Y fíjate… que chí: ya me gusta hasta cuando te haces ojo de pescado y te largas a la calle a sabiendas de que me dejaste llorando. Lo bueno es que regresas. Ya es ganancia que a tu fantasma, a tu eco, a tu modo de amar, le guste el chupe, tú. ¡Ese gatu belo tenía el cuero del alma más duro que sus pezuñas!… ¿Te gusta eso? ¿Eh?
¡Espero que sí, simple y sencillamente porque ya estoy entrando… al fastidio… feliz, de colocarme la ondulante cabellera. Se dobla así, espurgando de la malla las puntas de yute para que no se maltrate ni un solo pelo, y… Le pasamos el cepillo con agüita por aquí, por allá, y ¿cómo la avestruz…, mi amigo pocopelo?… –y ¿qué crees?…: ¡Pocopelo te voy a poner, porque nunca-nunca te he visto querer! ¡Pocopelo… Pooco-peelo…!
¡Ya mero te llevo al chou, papa… cheto!…: ¡Dayana Ros y su gato Pocopelo! ¡Fenomenal!… Dayana ha tenido una de sus geniales ocurrencias y esta noche calientita y lunera se saldrá de su línea habitual, esa línea sinuosa y provocativa que tanto conocemos y amamos, para cantarnos una canción… ¡excepcional!: ustedes la identificarán: ustedes quedarán enamorados con el nuevo estilo de esta cantante universal: con ustedes…, con todos nosotros y de una vez para siempre: ¡Dayana Ros y… su gato Pocopelo!
Imagínate de moño, con los bigotes envaselinados cual archiduque de Francia, y a ver si mañana te enseño a bailar chachachá porque ya es tardísimo y hay que apurarse, gatito tremendo. Te lo voy a decir de nuevo. Un secreto entre tú y yo: esta noche tomaré la primera hasta después del chou.
¡A ti te dedico el giro televisivo de mi cabellera plateada, de leona en brama!… –siempre y cuando a ti no te parezca muy vulgar…
¡Órale cabrón, no vayas a rasgarme las medias –uñitas por dentro!
Por dentro y para dentro, como los perros, empezó a rascarse el gatito hermoso y tierno. Las primeras gotas de mayo le salpicaron el azoro del mostacho y empezó a descubrir las azoteas de la gente… Orinaba su territorio, y cuando estaba en casa se la pasaba husmeando trapos íntimos, estirando la cola y rascándose la panza descamisada como si viniera de un viaje infinito del que, sin embargo, no tenía nada qué contar.
Su mujer pasaba la mano y le preguntaba: ¿te gusta? El buen bato mamarrucaba y se abría de piernas, pero… ¿Te gusta, dices, eso quieres decirme?, insistía su mujer, o, mejor dicho, hubiera insistido, si no tuviera tanta prisa… y no estuviera advirtiendo lo chueca, dijera la Alex, que me quedó esta ceja traicionera. Le ponemos su puntita de ave del paraíso, la rabadillita… de un cometa sideroso, y ya no sigo…: si de por sí, con la cruda, traigo cara de Zona del Silencio, un chingado rayón más ¡y voy que vuelo pa Triángulo de las Bermudas!…
Te dejo tu leche, tus croquetas de cordero y una lata de sardinas de la marca que te gusta.
Un cerillo doblado en dos en cada… fosa…, respinga la nariz, ¡…y a echar pulgas a otra parte!… ¡Dayanas para Dayana, con chinchín!… Zapatillas de raso y plata; por la abertura probaditas de muslo… y, con el ánimo hasta arriba, en su esplendor, el prodigioso chichamento!…
Un collar senci…, aunque nada humildito, de corte clásico pues esta noche arde Troya ¡y tú ni en cuenta, Aquiles!, o lo ques-lo-mesmo, ¡esta noche cenas, Pancho!
El control de la tele está entre las cobijas, pero si quieres duérmete. No voy a aceptar copas o cervezas ni de chiste y voy a regresar temprano a casa. Ya te lo prometí.
Y Dayana Ros siempre cumple su palabra…

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