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Humberto Musacchio

Cambiar de régimen, no sólo de personas

Cada vez que se suscita un escándalo como el que produjo la fuga de Joaquín El Chapo Guzmán, lo primero que se demanda es poner a unas personas en lugar de otras. Se piden cambios en el gabinete, cambios en la dirección de los penales, cambios de celadores y hasta del personal de limpieza.
Por supuesto, todo funcionario debe demostrar cada día su aptitud y honestidad. Un empleado público ladrón, indolente o inepto debe ser removido. De eso no hay duda. Pero tales especímenes, que nunca debieron llegar al puesto donde medran, están sujetos a remoción en todo tiempo, no sólo cuando ocurre algún hecho que por su proyección concita la condena pública y universal.
Las renuncias de ocasión no ofrecen la mejor salida en momentos de crisis. Por eso, cuando algún reportero le preguntó al secretario de Gobernación si renunciaría, éste negó en forma terminante que eso fuera a ocurrir. Qué bueno por él, que se crece al castigo, y qué mejor para el país que un funcionario tan directamente responsable de lo ocurrido se quede en su cargo y demuestre, si es el caso, que un hecho adverso por grave que sea, no se quedará sin la respuesta adecuada.
Pero esa respuesta no puede consistir solamente en algunos ceses, cierto número de encarcelados y la recaptura de Joaquín Guzmán. Un secretario de Gobernación digno de ese nombre tiene que ir mucho más allá del momento, atender los retos cotidianos de la cosa pública, sí, pero tener la capacidad del estadista para mirar más adelante que los demás, plantear las soluciones necesarias y tener la habilidad, la fuerza y la tenacidad para llevarlas a la práctica.
El profundo descrédito del gobierno ya no se revierte con medidas de ocasión. El problema que enfrenta México es la disfuncionalidad de sus instituciones, las que fueron construidas para otras épocas y otras condiciones. El viejo régimen está agotado y es hora de cambiarlo.
Los políticos de todos los colores saben muy bien que lo viejo ya no funciona, pero no se atreven a plantear soluciones para el indispensable recambio. Seguimos entrampados en el presidencialismo pese a que hace varios sexenios que el ocupante del Poder Ejecutivo dejó de ser el factótum, el que podía decidir y hacer todo.
Hoy en México el poder está ampliamente distribuido en diversos estamentos, pero hay quienes se empeñan en proceder como en los viejos tiempos, decidiendo desde arriba y aplastando a los de abajo con pésimos resultados, como lo demuestran los reiterados fracasos de la llamada lucha contra el narcotráfico, la canallesca cruzada desplegada contra los profesores, la ineptitud de quienes manejan la economía, el desastre del sistema de salud, el abandono del campo y mil problemas más que no tienen solución en las actuales condiciones.
Crece la complejidad y la extensión de la crisis en que está sumido el país, pero los políticos de todo signo hacen mutis cuando se requiere plantear sin rodeos la modificación de nuestro esclerotizado régimen político, origen de (casi) todos los males, pero igualmente puerta de solución para los retos de nuestro tiempo.
Ya son varias las voces que se levantan clamando por la instauración de un régimen parlamentario, lo que permitiría hacer a un lado la camisa de fuerza de los sexenios, pues el gobierno sería removible en todo tiempo, además de que liberaría a la Presidencia de funciones que hoy le representan un lastre para la gobernabilidad.
Otra ventaja que ofrece el paso a un gobierno parlamentario es que todas las fuerzas políticas pueden participar del cambio, no se desplaza a nadie y sí, en cambio, se abren oportunidades para cualesquiera de las fuerzas, las ya instaladas en la política y las que puedan surgir. Pero lo mejor es que, por su propia naturaleza, un gobierno parlamentario debe estar más dispuesto a negociar con la oposición, asumir compromisos y resolver problemas, pues de eso depende su estabilidad.
En fin, que pueden enumerarse otros beneficios de un gobierno de esas características, pero lo curioso es que los políticos profesionales no tocan el tema, ya sea porque mientras no cambie la actual situación ellos seguirán medrando como hasta ahora, o bien porque en el fondo de su corazoncito todos aspiran a ponerse la banda, pese a que ya terminó la era del presidencialismo absolutista Eso ya es pasado, pretérito imperfecto para ser exactos. La realidad llega a recordárselo todos los días.

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