Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Alcaldes de Acapulco (XIX) Porfirio Díaz en Guerrero

La Providencia

Porfirio Díaz es autor de la jiribilla que compara la hacienda de La Providencia (Acapulco), con la lejanísima ciudad de Pekín: “porque aquí como allá solo se consigue ayuda siendo “paisanito” o llevando mucho dinero”. No obstante, sin lo uno ni lo otro, la solicita a su propietario el general Juan Álvarez para reconocerse equivocado cuando aquél se la brinde. Amplia y generosa consistente en 200 fusiles de percusión, municiones y víveres, además de una orden para que todas las autoridades del territorio lo provean.
La presencia del treintañero general liberal reaviva recuerdos juveniles en el viejo cacique. Lo colma de lisonjas y obsequios, incluida una vieja pistola atesorada como botín de guerra. Llegará incluso a lamentar no poder incorporarse a sus filas por causa de las rodillas que ya le truenan. “Que sea para menos”, ataja Diego, el hijo y gobernador, francamente molesto por tanta zalamería de su padre para aquel oscuro militar oaxaqueño. “Que sea para más –retoba enérgico don Juan. Que sea para más porque, óyelo bien, Dieguito, este hombre está destinado a grandes cosas al servicio de la patria. Síguelo, no lo pierdas de vista”.
El general Díaz tendrá que escuchar, en sesión solitaria, la queja amarga y dolida de don Juan sobre sus nietos Antonio y Juan, hijos de Encarnación, muerto tiempo atrás.
“Son desobedientes, majaderos y desobligados. Como si los señoritingos se avergonzaran de vivir entre gente pobre, cultivos y animales. Aunque le diré una cosa, amigo Díaz, lo tengo bien merecido. Estoy endeudado hasta la coronilla por cumplirles todos sus caprichos, Especialmente ese de irse a estudiar a la mismísima Francia y luego a los Estados Unidos. ¿Y todo para qué? ¡Para qué regresaran más burros y majaderos de lo que se fueron! ¡Cabrones desagradecidos! No me lo va a creer, general, pero de viejo tacaño, ignorante y pendejo no me bajan. Me lo dicen en inglés y en francés creyendo que no les entiendo, pero ahí está Nachito (Ignacio M. Altamirano) me traduce todo. El vive aquí con su familia. Es un hombre que, sin haber salido nunca de Tixtla, es más chingón que los dos pobres diablos. Ahorita parece que andan en los Estados Unidos y ojala no vuelvan nunca”.

Díaz, ¿guerrerense?

La versión de que Porfirio Díaz nació en territorio guerrerense no posee ningún matiz de oportunismo político y mucho menos deturpador de su centenario funesto. Se trata de un viejo relato rescatado por Ricardo Heredia Álvarez (Anécdotas Presidenciales de México), bisnieto por cierto de don Juan Álvarez. Lo adjudica a ometepequenses como doña Fortunata Polanco viuda de Guillén y Adolfo Reguera, entre otras.
Es este: El matrimonio formado por don José de la Cruz Díaz, español, y doña Petrona Mori, mixteca, se asienta en Cerro Verde, municipio de Xochistlahuaca, al cuidado de un rancho propiedad del cura párroco lugareño, hermano de don José. Allí nacen Porfirito y Félix además del “bastardo” José Mariano, habido entre don José y una indígena amusga. Este, José Mariano, casi de la misma edad con Porfirio, guardaba un enorme parecido con él. El mismo conservó un horcón de la casa paterna con la inscripción de la fecha natalicia de Porfirito. Los Díaz-Mori saldrán huyendo de Guerrero cuando el curita se vea metido en un lío de faldas y se vea obligado a vender el rancho.
Heredia Álvarez incursiona en la novela de espionaje cuando habla de la desaparición de registros parroquiales en Xochistlahuaca. Los correspondientes a los nacimientos de Porfirio y Félix Díaz Mori, en los ochocientos treinta. Serían los autores personas interesadas en que Porfirio, Presidente de la República, no apareciera como guerrerense.

Las batallas de Díaz

Las batallas de Porfirio Díaz contra el invasor francés en territorio guerrerense serán sus primeras acciones importantes como jefe del Ejército de Oriente. Nada parecido, por cierto, a un ejército formal y disciplinado, sí con una “turba patriótica”, premiada a sí misma con pillaje y violaciones. En Taxco, Díaz se gana el sambenito de “réprobo ateizante” por parte del clero y las beatas. Ello cuando se le escuche exclamar : ¡“Si Dios está con los taxqueños que fulmine a mis soldados!” El periódico francés L´Estafette le reprocha permitir el saqueo siendo él uno de los “más bravos y honorables jefes juaristas”. ¿Qué serán los otros?, se pregunta. Los taxqueños, por su parte, los injurian y maldicen.
El oaxaqueño recluta tropas en Chilapa para ir en auxilio de Tlapa, dominada por los galos. Ante aquella presencia las tropas austriacas se repliegan hacia Puebla, dejando en Tlapa únicamente a los tiradores del cruel Vizoso. Díaz logra sorprenderlo para luego hacerlo huir. Se entera aquí de la decisión de Juárez de prorrogar su mandato, “por necesidades de la nación”. Hace el entripado de su vida pero se lo traga porque bien sabe que en boca cerrada no entran moscas.
Después de todo este periplo hay que identificar al estado de Oaxaca como el destino final de Díaz, asiento del Ejército de Oriente. Luego de dos días en Taxco se dirige a Iguala, defendida por Juan Vicario, quien se repliega de puro miedo permitiéndole al general descansar plácidamente. En Tepecoacuilco entrega a los prisioneros hechos en Taxco y marcha hacia Chilapa. Descansa y se avitualla para seguir esta ruta: Atlixtac, Ayotzinapa, Tlapa, Ixcateopan, Tlalixtaquilla, Yucuyachi, Tonalá, Huajuapan de León y Oaxaca, capital. Aquí lo apresa más tarde el francés Bezaine y lo lleva a Puebla.
Iguala

El general Porfirio Díaz regresa al estado de Guerrero ya en las postrimerías de su mandato presidencial, el 1 de mayo de 1910. Viene a inaugurar la carretera Iguala-Chilpancingo, construida durante tres años por el gobernador Damián Flores. Obra singular ejecutada por la mano de obra forzada de presos comunes y políticos, letal para muchos de ellos. No obstante, el alcalde igualteco, Antonio Lavín, agradece el señor presidente los cuantiosos recursos aplicados a ese camino vital para los sureños.
Lavín, emocionado hasta las lágrimas por “haberle permitido la vida estar frente a un hombre fuera de serie. Llama a Díaz “valiente héroe de la paz y la prosperidad nacionales y asombro del mundo entero”. Urgido por los custodios del mandatario, apenas enterados de que Huitzuco, la tierra de los Figueroa, está a tiro de resortera, el alcalde concluye: “Iguala le dedica, señor presidente, esta humilde a recepción”.
–No acepto, señor alcalde Lavín, que sea humilde la recepción que me brinda Iguala, replica el mandatario en su turno. La conceptúo magnífica y solemne como la que se me ofreció en tiempos aciagos para el país. Mi cabeza tenía precio y yo temía menos por ella que por la causa de la República. Sin embargo, llegué a Iguala y aquí encontré amigos y asilo. ¿Cómo olvidarlo?

Chilpancingo

La llegada de la comitiva del dictador a Chilpancingo adquiere características de apoteosis. La plaza de Armas, donde se ha dispuesto la recepción, luce como una mar de sombreros en movimiento y la blancura de la ropa de los asistentes refracta los rayos solares. “Tuvo que venir don Porfirio para que la indiada estrenara calzón y sombrero”, comentan dos diputados. “Y comieran”, añade un tercero. La exigencia de silencio es imperiosa. El alcalde capitalino, Manuel Olea, dará la bienvenida al héroe de carne y hueso. Pregunta: “¿Cómo no sentir gratitud sempiterna y cariño singular por usted si toda vuestra vida la ha consagrado a honrar y enaltecer el suelo bendito en que descansan los restos de nuestros padres y mecen las cunas de nuestros hijos? ¿Cómo no admiraros y quereros si os parecéis en vuestra ancianidad ilustre a esas montañas inmaculadas, que a través de los tiempos continúan alimentando ríos y siendo las primeras en mirar al sol?
El edil hace un breve respiro y se lanza a fondo: “En estos momentos veo en mi fantasía suavizarse el ceño de Morelos, humedecerse las pupilas de los Bravos y relampaguear los ojos de Guerrero. Son los padres de la patria que os saludan como a un hijo predilecto”.
Al alcalde Olea le recorre un sudor frío por todo el cuerpo hasta hacer un charco a sus pies. Esto cuando el presidente de la república pide atención para hacer una rectificación a su discurso de bienvenida. (¡Pinche viejo, de por sí me va a correr, se dice!). Pero no, el propio Díaz le advierte que se trata de una simple anotación.
No fue en Miahuatlán, señor orador, sino aquí mismo, en Guerrero, donde empecé verdaderamente mi carrera militar, siempre apoyado por el inolvidable Juan Álvarez. Fue él quien me proporcionó a 500 valientes y aguerridos infantes con quienes derrotamos al enemigo en Jamiltepec, sitio donde le quitamos armas al enemigo, las primeras de mi carrera militar. Este estado es mío, aquí conocí la luz del sol y estas montañas son testigos mudos de mis luchas por la libertad; todo se lo debo al estado de Guerrero y a don Antonio Reguera, que me salvó la vida para bien de la patria (el ometepequense, en efecto, recogió en un campo de batalla a un Díaz moribundo).

El banquete

Un banquete para 200 personas se sirvió en honor del presidente Díaz y su comitiva en los corredores del palacio de gobierno. El escenario lució una réplica escenográfica de Ciudad Juárez, rememorando la entrevista Díaz-Taff. La mesa de honor fue ocupada por Díaz, el vicepresidente Ramón Corral: el ingeniero Leandro Fernández, secretario de Comunicaciones y Obras Públicas y el gobernador Damián Flores.
No es que temiera enfrentarse a un menú con pozole y mezcal. El mandatario tenía la costumbre cargar para todos lados con su chef francés. Tantito que su esposa Carmelita le había contado sobre la muerte de dignatarios envenenados en comelitones, tantito que temía que los Figueroa mandaran a sus cocineras a echarle un sapo a la sopa, mínimo.
El menú preparado por el chef galo Sylvain Dumont consistió en sopa de pescado (fresquecito de Acapulco), consomé de pollo, ensalada de legumbres, asado de tortuga (de aquí, también), filete de res y truchas estofadas con salsas dulces y picantes. A los postres, natillas y helados. Se sirvieron vinos de Burdeos y Borgoña, champaña Rouge, jerez gaditano y coñac Martell. (“¡Pinche maricón, le hizo el feo a nuestro mezcal de punta!”, se escuchará en una mesa ocupada por chilpancingueños. Hablaban de Dumont, por supuesto)
La vajilla de Sevres de la residencial presidencial fue trasportada con gran cuidado, lo mismo que la cuchillería de plata, las copas de cristal cortado y la mantelería de lino yucateco con ribetes de bolillo. Arreglos frutales de gran colorido, adornaron las mesas.

La despedida

Más tarde, el dictador inaugura la estatua del general Vicente Guerrero, ceremonia en la que se escucharán el discurso del licenciado Alberto Jiménez y una declamación a cargo del niño Alberto Saavedra Torija. El gobernador Flores, maestro universitario de matemáticas y cosmografía, desea una larga vida al pacificador de México. Por su parte, el presidente Díaz agradece “la oportunidad de venir a contemplar de cerca el espectáculo de un pueblo varonil, empeñado en acumular y preparar los elementos que han de constituir su progreso colectivo”.
Un año más tarde embarca al exilio parisino y allá muere hace cien años, cumpliditos.

468 ad