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Egresan de Ayotzinapa jóvenes formados en el dolor, en la lucha, en la alegría y en la esperanza de tener un país mejor

Óscar Ricardo Muñoz Cano

1.Diez de la mañana y el sol se niega. Las nubes sacan fuerza para mantenerse unidas y ofrecer un cielo gris a quienes esperamos desde muy temprano y en medio del silencio la ceremonia de clausura de cursos en la Normal Rural de Ayotzinapa. No obstante, “si la mañana no nos desvela para nuevas alegrías y, si por la noche no nos queda ninguna esperanza, ¿es que vale la pena vestirse y desnudarse?”.
El frío campea sobre la explanada principal de la escuela fundada en 1926 y que está decorada con las pinturas de los 43 desaparecidos en Iguala el año pasado; Armando Bartra, filósofo y maestro, padrino de generación con gesto adusto señala que estamos en un lugar “donde todo nos recuerda la violencia, la agresión, la muerte, la cárcel, la tortura y no podemos estar sonrientes, alegres…”.
De a poco, la gente comienza a llegar y a ocupar las decenas de sillas colocadas para la ocasión: unas para los normalistas que egresan, otras para sus familias y otras para los padres de los 43.
El sol se asoma y Bartra ajusta, “Ayotzinapa vive, Ayotzinapa sigue, los jóvenes se reciben, se van maestros, son jóvenes formados en el dolor, formados en el sufrimiento, pero también formados en la lucha y, espero yo, formados en la alegría, formados en la esperanza, y esta esperanza hace que nosotros que no somos maestros normalistas podamos tener esperanzas en el país”.

2.

El murmullo crece y pasa sin un ruido intermedio al griterio; las risas de los niños, las lágrimas de felicidad de las madres y padres, las miradas de las novias y los nervios de los egresados que, en su mayoría, portan el traje que el gobernador Rogelio Ortega les regaló como parte de un paquete de más de un millón de pesos y quedar bien con ellos.
Quizás (y especulo), en un acto para mejorar su imagen, especulación que quizás (y vuelvo a especular), comparten al menos cinco estudiantes que rechazaron dicho regalo porque portan la camisa en tono lila del uniforme con el escudo de la escuela en el pecho y un moño negro en el brazo izquierdo.
Pero la ceremonia no empieza, hay que esperar a Elenita que viene tarde, y mientras, dos canciones a la guitarra con Lenin Fernández.
A un lado, los rostros serios de los padres de los desaparecidos.

3.

Los honores a la bandera y después la presentación de la mesa de honor y los discursos; Elena Poniatowska, Marta Lamas, Juan Villoro, Gabriel Retes, Héctor Bonilla, Armando Bartra, Luis Hernández Navarro, Rafael Barajas y Paco Ignacio Taibo II (que no llega porque anda en la Semana Negra de Gijón, España), los padrinos de generación.
Una mención especial a Jo?e Mujica, ex presidente de Uruguay, porque también es padrino de generación, en ausencia.
Tres discursos a destacar; el de Taibo II porque, aunque grabado, no falta su ácido para señalar que un país sin maestros es una mierda de país, y el de Villoro porque cuando dice que “la venganza no es una forma de la justicia”, una voz cuyo rostro no identifico pregunta ¿entonces qué es, cabrón? Yo pregunto también ¿qué significado tiene la justicia en un estado como Guerrero?
Y sí, el discurso de Elenita, discurso cargado de pasión que sube de volumen mientras su voz crece conforme aumenta su pasmo por todo lo que sabe.
“Seguramente muchos de ustedes (refiriéndose a los egresados) darían su vida con tal de poder abrazar a los que nos faltan, pero justamente porque ellos nos faltan tiene ustedes que seguir de pie”.
Luego, ya al final, pide levantar las manos para abrazarnos, “porque al hacerlo 43 veces estaremos abrazando ya no la fotografía de un normalista sino la lucha que todos queremos emprender contra la desaparición forzada”.
Me descubro atrapado en sus palabras y me conmuevo con la corona de flores que los jóvenes de la generación Sangre, resistencia y esperanza colocan en un rincón de la escuela, donde está el altar para los 43, mientras gritan “Ayotzi vive, la lucha sigue, Ayotzi vive, la lucha sigue…”.

4.
Los 117 alumnos de la generación reciben de manos de sus padrinos y autoridades de la escuela sus papeles; las sonrisas se multiplican, los aplausos, los vivas, los flashes de las cámaras, pero antes, la promesa de que, a pesar de egresar, estarán con la Normal.
En voz del representante de la generación se escucha, “tenemos el compromiso de acompañar a los padres de familia, a los compañeros de la escuela, en la lucha, en la defensa de la escuela y en la búsqueda de la justicia”.
¿Pero qué es justicia? dice de nuevo la voz al fondo y que especulo (para no variar) es de uno de los chicos de camisa en tono lila que durante la ceremonia mantuvo un gesto desafiante.
¿Qué es justicia, pregunto yo, luego de escuchar a Villoro decir que sólo el Chapo Guzmán sabe que es la libertad? Pareciera que la justicia en Guerrero no es la reina de las virtudes republicanas como decía Bolívar, ni es el hábito de dar a cada cual lo suyo, como profesaba un jurista romano.
En todo caso, nuevamente especular, que la justicia fuera algo así como la chica de esta mañana, que de vestidito lila y piernas largas, pelo largo y rizado que se me apareció antes de venir a Ayotzinapa, en la terminal; que como fantasma escurridizo volví a encontrar en Chilpancingo tan sólo para que me presumiera con una amplia sonrisa que, a pesar de que salió después, llegó antes de lo que esperaba, pero llegó.

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