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Desfiles de vestimentas, comerciantes, pieles asoleadas y bebidas en las playas de Acapulco

Mujeres jóvenes con bikini, maduras con trajes de baño de una pieza; hombres jóvenes en shorts o bermudas u hombres no tan jóvenes con pantalones, se asoleaban en las terrazas de los hoteles con vista al mar y en la arena

 

Karla Galarce Sosa

Después de permanecer tres horas bajo el sol, las blanquecinas pieles de los visitantes, la mayoría originarios del centro del país, se tornan rojas.
Mujeres jóvenes con bikini, maduras con trajes de baño de una pieza; hombres jóvenes en shorts o bermudas, u hombres no tan jóvenes con pantalones se asoleaban, tanto en las terrazas de los hoteles con vista al mar, de la certificada playa Icacos, como en la arena.
En la alberca del hotel Calinda, dividida por un pequeño puente, las pequeñas familias jugaban con sus hijos. Los bañistas solitarios utilizaron los camastros para acostarse un rato o para leer algún libro, hojear revistas o simplemente dormir bajo el sol, o cobijados por la sombra que formaba el edificio de la hospedería.
En la franja de arena, las masajistas dispusieron tres camas, todas cubiertas con su respectiva sombrilla, pero durante toda la mañana, no tuvieron suerte y ningún visitante necesitó un masaje de espalda o en el cuello.
El abrasante sol obligaba a los turistas a utilizar sus sandalias, huaraches o calzado para llegar de un extremo a otro de la playa. A lo lejos, el llamado con el sonido de un caracol se escuchó, y fueron pocos bañistas los que se acercaron para observar la pequeña barcaza, que contenía una gran variedad de conchas y recuerdos elaborados por los artesanos.
En el área concesionada del hotel Calinda, una solitaria pareja de jóvenes había comenzado un partido de voleibol, no obstante, el sol de las 2 de la tarde sólo les permitió mantener la disputa durante 20 minutos, y los obligó a correr para evitar quemar aún más los pies, los torsos o el rostro.
La costumbre de trabajar bajo el sol, parecía no generar ninguna molestia los vendedores que ofrecen sus productos descalzos a los vacacionistas. Aunque para evitar una deshidratación, algunos cubrían sus cabezas con toallas, enormes sombreros de palma o gorras, con playeras de manga larga, pero caminaban descalzos.
Apenas cubiertos con una gorra, una playera blanca, short color beige y con cartas en la mano, los meseros de la cabaña Saheva llevaban bebidas refrescantes, piñas coladas, cervezas, refrescos y uno que otro cóctel de mariscos a los bañistas que lo solicitaban, estos últimos, siempre sentados a la orilla del mar.
Como parte de la rutina entre los vacacionistas, y para el actualizar la información de sus redes sociales, se fotografiaban con sus teléfonos celulares. Hubo selfies, sólo que la mayoría contaba ahora con los bastones para aumentar la distancia en la captura y obtener un mejor paisaje desde sus asientos.
Sólo en pequeños tramos de la playa certificada Icacos se observaron elevaciones, que ligeramente distorsionaron la franja de arena, pues el fenómeno del Mar de Fondo modificó, hace apenas dos meses, el nivel de la playa. De acuerdo con los meseros de la cabaña Saheva, las autoridades tuvieron que intervenir con retroexcavadoras para reducir las dunas de arena y su altura.
El contraste en los colores de las pieles entre los anfitriones acapulqueños, y los visitantes era evidente. Los primeros apenas se disgustaban por el calor, al que sus cuerpos se sometían entre cada pedido que despachaban; y los segundos untaban sus cuerpos con grandes cantidades de bloqueador, llevaban encima además telas ligeras, y utilizaron siempre sandalias o calzado para ir de un lado a otro de la playa.
La piel de Rose, una jubilada canadiense, huésped del hotel Calinda era prácticamente café. Después de una semana de disfrutar del sol acapulqueño, es que adquirió ese tono, explicó.
Los distintos estilos de nado en la alberca de la hospedería fueron otro atractivo para quienes se sentaban en los camastros del asoleadero: los más pequeños de las familias iban de muertito, a nado al estilo mariposa o en nado libre. Iban y venían de un extremo a otro con la rapidez de un tiburón de la alberca para los más peqeños, aunque muchos de ellos ayudados por salvavidas, flotadores y chalecos para nadar.
Después de una hora y luego de hacer sonar el llamado del caracol, el vendedor de las piezas se retiró de la playa y se dirigió al mar, pues apenas hizo una venta de un pequeño montón de caracoles por 80 pesos, a unos turistas provenientes de Tlaxcala. “La venta está floja y hay que ir a otras playas donde la gente compre nuestras artesanías”, comentó antes de partir.
Llamó la atención de los bañistas, en la zona de alberca del Calinda, la llegada de una pareja, quienes ataviados con un atuendo formal se dispusieron a descansar bajo la sombra de una sombrilla en el asoleadero. La mujer llevaba un abanico en la mano y el hombre tenía un periódico. Ambos colocaron un cigarrillo en sus labios y comenzaron a fumar. Luego de que el mesero del bar les entregó la carta, pidieron dos bebidas.
La mayoría de las familias de visitantes en esa área, no rebasaban los cuatro integrantes, incluidos los ñiños y los adultos.
El desfile de trajes de baño y bikinis fue constante toda la mañana en la playa y tampoco cesó en los asoleaderos del hotel. Fue el mismo caso el desfile de bebidas preparadas, alimentos, libros, revistas, vendedores de artículos de playa y recuerdos.

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