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Ponen a la venta 10 volúmenes de poetas mexicanos marginales condenados al olvido

Agencia Proceso

Ciudad de México

En sus portadas aparecen viñetas: un pez fuma y pasea en una carriola; un hombre con cabeza de ventilador monta una bicicleta; una serpiente desciende de un panal de abejas; una piña gira encima de la máquina que Leonardo da Vinci inventó para volar.
José Vicente Anaya (1947), Carlos Isla (1945-1986), Roberto López Moreno (1942), Jaime Reyes (1947-1999), Miguel Guardia (1924-1982), Kyn Taniya (1900-1980), Ramón Martínez Ocaranza (1915-1982), Carlos Gutiérrez Cruz (1897-1930), Alfredo Cardona Peña (1917-1995) y Raúl Garduño (1945-1980) renacen en esta serie de 10 volúmenes compactos y coloridos de Ediciones Malpaís.
Muchos de ellos fueron catalogados como poetas comprometidos, poetas sociales, poetas combatientes, poetas malditos, poetas marginales o poetas estatales.
“Vertientes –todas ellas– que en México han sido continuamente invisibilizadas o, la mayoría de las veces, comparadas con estéticas centrales únicamente para evidenciar sus diferencias, sus carencias”, señala el investigador Israel Ramírez en el ensayo introductorio al libro Patología del ser, de Martínez Ocaranza.
La colección Archivo Negro de la Poesía Mexicana es un festín de la marginalidad. Aunque son poemas viejos, no huelen a fruta podrida. A algunos se les acusó de imitar a Paz y a otros de burlarse de él. Ellos no pretendían hacer juegos eruditos con las palabras, ni ocupar un lenguaje exquisito, eran mundanos; quizá eran tan vanguardistas que la misma vanguardia los dejó al margen.
La crítica los calificó de falsos surrealistas, los acusaban de estar en defensa de la tontería, la charlatanería y la improvisación. Sin embargo, algunos de ellos no buscaban la perfección rítmica, la regularidad estilística o la precisión conceptual; ellos buscaban, en lo antisolemne, hacer poesía como un ejercicio del pensamiento.
En conjunto los poemarios forman una constelación de agujeros negros verbales. Ejercicios intertextuales como los que hace Roberto López Moreno en Morada del colibrí, o “la poesía testimonial” de Jaime Reyes, o los poemas de furia y desencanto de Luis Quintanilla del Valle (Kyn Taniya).
Cada libro es refractario, algunos guardan un eco estridentista, y otros el aullido del infrarrealismo. A través de su compromiso cínico y mamarracho con la realidad, estos poetas no se quieren explicar a través de la tradición, ellos tratan de escapar con sorna a las ínfulas de ser poeta. Ellos no quieren estar en los directorios o en las compilaciones de vanguardia. Ellos son los poetas no laureados. Los que le dieron la espalda al canon y a la seriedad, lo que les costó permanecer en una zona del olvido.

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