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Silvestre Pacheco León

El Santiago Apóstol

Con la visita del señor obispo de la diócesis de Chilpancingo, Alejo Zavala Castro, el viernes se celebró la fiesta patronal de Santiago Apóstol en Quechultenango, con una colorida participación popular en la que sigue sobresaliendo el fervor por el santo milagroso.
Es el mediodía cuando la misa termina con el anuncio de que será el 18 de agosto cuando se concrete el cambio que se ha anunciado en la jefatura de la diócesis que la Iglesia católica tiene establecida en la capital del estado.
Con el estruendo de cohetes que es propio en las fiestas de pueblo, Quechultenango atestigua en estas fechas la obra del encauzamiento del río Huacapa con grandes, altos y gruesos muros de concreto que de todas maneras no alcanzan a dar confianza a la gente que vivió la inundación del pueblo en septiembre del 2013.
Entre cohetes, música de viento y el nostálgico sonido del tambor y la flauta que son propios de la fiesta patronal, ahora se suma al ambiente el melodioso anuncio de la hora que da el reloj de la iglesia con un sonido tan claro, que suena como si estuviera dentro de las casas.
El calor sofocante no impide la manifestación de los creyentes que van a la misa oficiada por el obispo quien llega de Chilpancingo media hora después de su programación.
Cuando termina el servicio del obispo los fieles salen de la iglesia católica con las dos imágenes del Santiago en andas y caminan junto con las danzas de Las Cueras, Los Tlacololeros, Los Viejos y Los Diablos, en medio del estruendo de cohetes y la música que toca sin concierto. Van todos de regreso a la casa de los mayordomos donde grupos de voluntarios los esperan para ofrecerles bebidas refrescantes para recuperarse de la insolación.
A pesar de que la mayoría de los fieles devotos al Santiago se encuentran en las casas de los mayordomos donde predomina el ambiente de fiesta, algunos más se dirigen al templo provistos de ramas con gladiolas rojas en la mano, las cuales frotan en el cuerpo y el caballo del santo, después de hacer fila en la formación que sube, de uno en uno hasta el nicho del altar mayor donde se encuentra.
La danza de Las Cueras, compuesta por 16 parejas en las que se incluye al Santiago, los pilatos, el escudero, y los alférez, seguidos de decenas de macehuales, continúan siendo el principal atractivo de la fiesta, pues aunque están lejos de bromear y de hacer reír al público, su baile acompasado al ritmo de la flauta y el tambor es casi místico y quizá por eso seduce y atrae la atención.
En esta fiesta menudean las pláticas de promesas y los milagros para agradecer, sea para que el santo sane a un enfermo, o para pasar la frontera y conseguir un empleo en el vecino país del norte, sea para aprobar un examen de admisión, o hasta para salir indemne de algún hecho de violencia.
Por eso los aspirantes a ocupar un lugar en la danza del Santiago se deben anotar con años de anticipación, igual que lo hacen los aspirantes a mayordomos, responsables de hacer los gastos para sacar (hacer) la fiesta, que incluye recibir y resguardar en su casa, durante un año, cualquiera de las dos imágenes del santo que andan fuera de la iglesia.
Don Enrique Luna, uno de los mayordomos de este año, esperó 18 años para cumplir la promesa que hizo su mujer, Sofía Muñoz Deloya, para tener al santo en su casa. Aunque la esposa murió hace tres años, su marido cumplió lo ofrecido por su mujer.
Don Enrique llora emocionado mientras reparte reliquias a los fieles que entran a su casa para saludar al Santiago. La fila de visitantes parece no tener fin. Algunos llevan flores y la mayoría dinero que dejan como limosna en una gran alcancía instalada frente a la imagen del santo.
Mientras el mayordomo reparte las reliquias en su casa de la calle Guerrero en el centro del poblado, aparece en la puerta una señora con su hijo jalando un chivo cada quien, para entregárselo, y él, agradecido y diligente, los lleva al patio trasero donde esperarán la hora de ser sacrificados para alimento de la gente.
Hasta hoy son seis toros y diez chivos que el mayordomo ha recibido y cuenta que tiene el propósito de entregar un ejemplar a cada uno de los próximos mayordomos como su aportación para la fiesta, pues se confiesa halagado por la cantidad de donaciones que ha recibido, desde maíz, frijol, azúcar, aceite, leña, además de los chivos, cerdos y toros.
En la calle la familia del mayordomo acondicionó un techo contra la lluvia y el sol. La gente ocupa las decenas de bancas y sillas colocadas en fila mientras les ofrecen mezcal, agua de Jamaica, y el pozole que ahora sirven en platos de unicel.
En esta cauda de visitantes que vienen a ver al santo uno de los fieles es Manuel Grande acompañado de su hija. Él fue agente del Ministerio Público durante muchos años y cuenta que hace más de 25 años asumió el compromiso de regalarle un vestido nuevo cada mes a una pequeña imagen del Santiago que alguien en Chilpancingo le regaló sabiendo de la fe que le tiene.
De los vestidos que Manuel le cambia a la imagen de su casa cada mes, hace reliquias que lleva a regalar, cada año al mayordomo de la fiesta.
Pero la fiesta patronal que se rodea de la feria organizada por el ayuntamiento con actividades que inician el 23 de julio y terminarán el 15 de agosto, varios días después del baile del Ocoxúchilt programado para el próximo fin de semana, ahora parece demeritada, pues contrario a otros años, el bullicio, el número de puestos comerciales y la llegada de visitantes, se muestran reducidos.
Las razones parecen ser varias, pues hay quienes dicen que son ciertas desavenencias públicas entre el párroco y la Hermandad del Santiago lo que inhibe y desalienta el interés de la gente en la festividad.
Otros, en cambio, aducen que además del temor que ahora embarga en la gente la temporada de lluvias por las recientes catástrofes naturales, sigue siendo el clima de inseguridad prevaleciente en toda la cañada del río Azul lo que explica esa ausencia.
Lo que también es notorio es el aumento del estruendo por la cantidad de cohetes y pólvora que se queman, así como el incremento en el número de hombres y mujeres que ven en la fiesta un motivo para emborracharse.

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