Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Tomás Tenorio Galindo

OTRO PAIS

* Al poder por asalto * La democracia de Televisa

La movilización de una poderosa red de intereses políticos y económicos dio como fruto ayer el triunfo de Enrique Peña Nieto y la reinstalación del PRI en el poder. Los siete puntos porcentuales de ventaja que los datos del IFE le dieron anoche sobre el candidato del Movimiento Progresista, Andrés Manuel López Obrador, provienen de esa vasta operación subterránea. La corte de palafreneros del candidato del PRI saltarán de inmediato a celebrar la formalidad democrática con la que Peña Nieto fue llevado a la Presidencia, harán a un lado la profunda ausencia de consenso social que se halla detrás de la victoria priísta, y arrojarán agua bendita sobre el rastro de irregularidades, actos de corrupción y secretos inconfesables que permitieron la consumación de este colosal asalto al poder.
La difusión de la idea de que un fraude electoral era imposible, tarea emprendida más que con entusiasmo desde plataformas de propaganda que tienen como eje a Televisa, tuvo como objeto sembrar, en los días previos a la elección, un argumento habilidoso, cuya máxima expresión fue el pacto de civilidad firmado el jueves pasado por los cuatro candidatos presidenciales en el Instituto Federal Electoral con el patrocinio de la iniciativa privada: todos los aspirantes quedaron ahí comprometidos a reconocer el resultado, fuera éste cual fuera y, se entiende, en las condiciones que fueran bajo el supuesto de que un fraude era “imposible”. Pero el pacto mismo era una anomalía, resultado de una presión –propuesta, en el casto lenguaje de sus promotores– ejercida por el Consejo Coordinador Empresarial y cuyo objetivo real era extraer del candidato de la coalición Movimiento Progresista, Andrés Manuel López Obrador, la promesa de que no realizaría ninguna movilización de protesta si perdía las elecciones pues éstas eran impolutas. Como si fuera representante del país, el presidente del organismo que aglutina a los empresarios, Gerardo Gutiérrez Candiani, dijo el primer discurso durante la ceremonia de firma del pacto realizada en la sede del IFE. En virtud de ese pacto, que además del compromiso de reconocer el resultado contenía disposiciones tales como no emplear recursos públicos para obtener votos y fomentar la paz pública, López Obrador carecería formalmente de toda razón si incurriera en la herejía de insinuar que su derrota fue consecuencia de hechos fraudulentos.
Sin embargo, en el momento en que el pacto de civilidad era firmado proliferaban las pruebas de que Peña Nieto hacía tiempo que era favorecido y protegido por una aplastante maquinaria extra legal, definitivamente inmoral, que se mantuvo activa por lo menos desde seis años atrás, y que se había mantenido fuera del alcance de la normatividad electoral. Esa misma maquinaria extra legal encabezada por Televisa es la que alentó ese pacto de civilidad, la que lanzó la versión de la imposibilidad de un fraude electoral, y la que, en resumidas cuentas, se encargó de ahogar el proyecto de los partidos de izquierda, de borrar la historia negra del PRI y de edulcorar la imagen de Peña Nieto. No se usó en esa tarea la etiqueta de que López Obrador era “un peligro para México”, como en el 2006, pero el eficaz aparato del que se valió Peña Nieto propaló insistentemente eso mismo con otras palabras. Según esa fórmula falaz y manipuladora, Peña Nieto unía al país y López Obrador lo dividía. El voto de los poderes fácticos ya había sido emitido y su veredicto era inapelable.
Finalmente, la del 2012 fue una elección como la del 2006, con la diferencia de que el orden establecido, el statu quo en su expresión material, se reagrupó y refinó sus métodos con el aparente propósito de infligir el más severo castigo a quien seis años atrás tuvo la osadía de desafiarlo a través de la denuncia y la movilización popular. Pero ni la más exquisita formulación intelectual podría suministrar un argumento para legitimar la guerra sucia empleada contra López Obrador hace seis años, ni para convalidar ahora no un “fraude electoral” pero sí las argucias y mecanismos fraudulentos mediante los cuales la izquierda vio brutalmente taponado el acceso al poder presidencial.
La obturación de la visión de izquierda como una opción para el país, no en el corto plazo de las campañas sino en el más largo y permanente de las pantallas de televisión y otros medios de comunicación, fue uno de los factores determinantes del triunfo de Peña Nieto, quien, en contraste, fue modelado e impuesto como se fabrica e impone cualquier otro producto, al margen de su calidad, su sustancia o su utilidad. No era una metáfora la presunción de que era el candidato de la televisión: anoche mismo en ningún lugar había más euforia que en los estudios de Televisa.
Por desgracia, la evidente manipulación social que produjo el regreso del PRI al poder –incluida la compra de votos– está destinada a convertirse en un trauma colectivo avanzado el gobierno peñanietista, en un desencanto sin remedio. Sin los soportes de un auténtico liderazgo construido con esfuerzo, con una obra legítima y con una propuesta sustancial, Peña Nieto se derrumbará inevitablemente como fue el caso de los dos gobiernos federales del PAN, pues el haber ganado no lo hace mejor. Sucedió con Vicente Fox y con Felipe Calderón. A peña Nieto lo imposibilita precisamente todo aquello que le permitió encumbrarse a la cima, los compromisos adquiridos en el camino a su candidatura y el hecho de que esté sostenido en la vieja estructura del PRI. Es una tontería por eso sugerir que su triunfo no supone la reinstauración del viejo régimen. Sí implica una restauración, entendida como el regreso a la corrupción y el autoritarismo, y para comprobarlo basta con examinar los escandalosos expedientes públicos acumulados tan sólo en el transcurso de la campaña priísta, con los casos de los ex gobernadores Humberto Moreira y Tomás Yarrington, y otra vez con los pactos secretos con Televisa. Esos escándalos causan asombro en el extranjero, pero aquí son apenas una anécdota: así de omnipotente es la televisión para ocultar lo que no le conviene.
Es irrelevante plantear si López Obrador detonará un conflicto postelectoral o encabezará una protesta, o si dispone de margen de acción para ello. Es indudable que Peña Nieto no habría podido obtener el triunfo en las urnas si antes no se hubiera desarrollado esa gigantesca estrategia de manipulación de las conciencias, pero ese es un género de fraude no clasificado en la ley ni penado por los opinadores de televisión. Ante los hechos consumados, es más importante subrayar la importancia que tiene la gestación en estas elecciones de un movimiento social de alcances impredecibles, destinado a generar transformaciones de gran magnitud. No es solamente el movimiento #yosoy132 de los jóvenes, que desnudó a Peña Nieto y Televisa, sino también la enorme demanda de transparencia y rendición de cuentas que ejercieron medios independientes, que en unas semanas expusieron a la luz pública información de gran trascendencia para la elección y para el aireamiento de la vida pública del país. Toda esa información pudo haber derribado a cualquier candidato en una democracia rigurosa, y si no lo hizo en el caso de Peña Nieto fue por la red de protección con la que siempre contó, particularmente de los medios electrónicos. Pero en el ejercicio del poder, Peña Nieto no podrá ignorar el ímpetu de ese movimiento todavía amorfo, que empieza a dar un nuevo rostro al país a contrapelo de la marcha atrás que significa su victoria. En una perspectiva histórica, el golpe asestado ayer nuevamente a la izquierda no la destruyó; la transformó en Yosoy132, la nueva ruta.

[email protected]

468 ad