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Humberto Musacchio

Una extraña demostración de fuerza

En la sede nacional del PRI, en medio de un impresionante dispositivo de seguridad, se realizó un acto intitulado “Unidad para continuar la transformación de México”, el que diversos medios consideraron como una demostración de la fuerza priista y del apoyo de que goza Enrique Peña Nieto entre la gente de su partido.
Además de los cuadros de dirección partidista, hasta las instalaciones de Mina y Buenavista llegaron gobernadores, los líderes de ambas cámaras del Congreso, miembros del gabinete, alcaldes y líderes del sindicalismo charro que cobijaron a quien de esa manera quisieron presentar como el hombre fuerte de México, el que cuenta con todo el respaldo de los suyos, lo que se supone que deberíamos dar por descontado.
Pero el apoyo al mandatario parece que se le ofreció no “gracias a”, sino “pese a”. Al menos esa impresión dejó el discurso de César Camacho, quien pidió a la sociedad mexicana no anidar desconfianza, aunque “es cierto que los esquemas de seguridad han sido vulnerados” y “que el entorno económico dificulta el crecimiento”.
La fuga de Joaquín El Chapo Guzmán, con toda su importancia, pertenece al ámbito delictivo, a la nota roja, pero el caso fue magnificado por la realidad que lo rodea, un entorno dominado por las mafias que se han apoderado de grandes extensiones del país. Como está a la vista de todos, estamos en un contexto en el cual el gobierno recurre invariablemente a las opciones equivocadas y el éxito no corona ninguna de sus políticas, a menos que se crea que la onerosa y bajuna campaña contra los profesores de la CNTE llegó a buen puerto, cuando apenas comienza la batalla.
En el debe del Ejecutivo está la devaluación de 25 a 30 por ciento en lo que va del sexenio, nuestro 60 por ciento de pobres, la pésima gestión económica y las pérdidas de la Comisión Federal de Electricidad curiosamente ahora, cuando cobra la energía más cara que nunca. En contra de todo optimismo opera la desastrosa situación de Pemex, a la que han condenado a la extinción.
Peña Nieto centró su discurso en una serie de recomendaciones para el PRI, partido que, dijo, “tendrá la oportunidad y la obligación de darle valor y prestigio a la política con acciones concretas a favor de la transparencia, la rendición de cuentas y el combate frontal a la corrupción”. ¿Tendrá la oportunidad? ¿Qué no debió hacerlo desde siempre? Pues no, no lo hizo, porque está impedido genéticamente para asumir esas tareas.
Los consejos/órdenes de Peña Nieto bien pueden entenderse como una injusta crítica a la gestión de César Camacho al frente del Comité Ejecutivo Nacional del PRI, lo que daría el pretexto para negarle la coordinación de los diputados electos de su partido, quienes en unos cuantos días asumirán sus cargos. Sin embargo, en medio del desastre, al PRI no le ha ido tan mal cuando debió irle peor, pues con sus comparsas llegará a San Lázaro con mayoría.
Pero una cosa es ganar con patiños y votos comprados y muy otra es convencer. Peña Nieto demanda que el PRI “se consolide como un espacio de participación de los jóvenes”, que atraiga a más simpatizantes y que “regrese a las universidades para despertar el entusiasmo de la juventud”. En realidad el PRI nunca ha estado ausente de las universidades. Sus porros sólo han dejado de amedrentar, extorsionar y agredir cuando son echados por los propios estudiantes, aunque se debe reconocer que no pocos rectores pertenecen al PRI y son, en gran medida, los responsables de la baja calidad académica.
Carece de viabilidad un PRI que despierte el entusiasmo de los jóvenes y que atraiga a más simpatizantes. Los muchachos saben o intuyen que la triste situación en que se encuentran mayoritariamente, sin acceso a la educación superior y sin empleo, es resultado de lo que han hecho y dejado de hacer los gobiernos de la derecha, tanto los priistas como los panistas. Por otra parte, no hay base para considerar que el partido de los enriquecidos en el poder pueda suscitar la simpatía social. Menos aún puede ganar adhesión una política que deliberadamente atenta contra el interés nacional y que despoja al país de sus riquezas. Más bien, todo eso concita un muy razonado rencor.
El acto “Unidad para continuar la transformación de México” no ha sido una demostración de fuerza, sino la evidencia clara de que, pese a su irreprimible triunfalismo, tenemos un gobierno anémico, débil, enfermizo, sin futuro.

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