Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Alcaldes de Acapulco (XXI)

En memoria de Felipe Salinas Galván, periodista.

El camino

Concluida la guerra de independencia, de la que el sur fue escenario fundamental, el camino México-Acapulco queda maltrecho, intransitable incluso para las bestias de carga. El puerto queda fuera de toda actividad comercial añorando la supremacía que mantuvo en el Pacífico por más de dos siglos. La población paga las consecuencias sin que se escuchen sus voces, sus lamentos.
Cuando el general Porfirio Díaz asume por primera vez la presidencia de la República (1877), luego de echar del país al presidente Sebastián Lerdo de Tejada, los porteños lo bombardean con quejas y denuncias en negro sobre blanco. Las cartas tardan meses en llegar al Palacio Nacional, pero llegan.
Antonio Pintos Sierra, un tepecuacuilense avecindado en el puerto desempeñándose como cónsul honorario de Guatemala, se suma a los muchos remitentes al buzón presidencial. No se puede hablar todavía de atrevimiento o temeridad porque Díaz venía llegando. Se presentaba entonces tan demócrata como Solón y México su Atenas. Pintos Sierra le habla al mandatario de la gravedad de la situación del comercio en Acapulco.
“El comercio en todo el sur está en la más completa ruina, al grado de que en Acapulco solo quedan dos casas comerciales y hasta eso, con escasas operaciones. Diez de estas casas, señor, con antigüedad de por los menos una década, han cerrado por quiebra. Dirá usted que soy exagerado, pero hace mucho tiempo que no se presenta aquí un marchante dispuesto a comprar mercancías con valor de cien pesos, al chas chas. Por lo que hace a quienes venden a crédito, todos se han arruinado o han pretextado estarlo como consecuencia de la guerra. No necesito decirle, señor presidente, que estas pérdidas son generales y las quiebras pronto lo serán”.

Lerdo de Tejada

A propósito del presidente Sebastián Lerdo de Tejada. Acapulco será escenario de sus últimas horas en el país luego de ser echado del poder por el general Porfirio Díaz y su triunfante Plan de Tuxtepec. Lerdo huye de la capital a Michoacán, pero muy pronto viaja Guerrero donde el gobernador Diego Álvarez le ha ofrecido protección. Los perros de caza del joven Porfirio le siguen los pasos de cerca. Aquí, las fuerzas del estado lo arropan acompañándolo hasta Puerto Marqués, donde deberá abordar el vapor que lo lleve al exilio estadunidense.
Apenas siente la nave en movimiento, Lerdo sube a cubierta para despedirse de su querido México al tiempo que dramatiza una confesión: “Juro por Dios no volver a esta patria dolorida mientras esté sojuzgada por la bota del sátrapa oaxaqueño”. Este será, sin duda, un dardo clavado en los entresijos del mandatario, quien buscará desde entonces la oportunidad para sacárselo. Le llega hasta 1889 con la noticia sobre el deceso de Lerdo de Tejada en Nueva York. El mandatario logra la extradición inmediata de los restos del ex presidente para depositarlos con honores en la Rotonda de los Hombres Ilustres.
–“¿No que no volvías, cabroncito?”, –dicen que musitó Díaz ante el féretro de Lerdo al tiempo de enjugarse una furtiva lágrima.
Pérfido malagradecido, le dirán aquí al presidente Díaz cuando combata al gobernador Diego Álvarez, hasta echarlo del poder. Y todo por facilitar la huida de Lerdo. “Rápido olvidó el “guajaco” que fueron precisamente los Álvarez quienes le proveyeron de hombres, armas, parque y vituallas para estrenarse como guerrero.
El relevo de Álvarez como gobernador será el general Francisco Otalora Arce, quien lo será en dos ocasiones más. El jalisciense no ejecuta obra trascendente para ser recordado, excepto el bautizo de la localidad calentana de Arroyo Grande como Arcelia. Nombre formado por su apellido –Arce–, y el de su señora esposa –Celia–: Arcelia, pues.
–¡Vaya gente tan ingeniosa ésta de Guerrero!, –adjudicará el gobernador a su propio bautizo.

Silencio

El silencio absoluto del presidente Díaz ante los llamados de auxilio desde Acapulco, divide la opinión pública. Unos acusan al mandatario de cruel y obcecado por castigar tan duramente al sur por haber facilitado la huida de Lerdo. Otros lo disculpaban ubicándolo dedicado en cuerpo y alma a diseñar el desarrollo del país, incluido Acapulco, desde luego. Todo a su tiempo, justificaban.
Sobre esto último, el maestro Eduardo Miranda Arrieta comenta en su estudio El puerto de Acapulco después del último Galeón del Pacífico: “Pese a que la orientación de la política porfiriana estaba dirigida a favorecer el desarrollo económico del país, fue desde esos momentos en que la marginación de Acapulco se hizo más manifiesta. Mucho tuvo que ver para esto la construcción de la red ferrocarrilera, cuyo diseño estuvo lejos de lograr el deseado sueño de “integrar al país con la frontera norte y hacer de él el centro de tránsito de mercancías entre Europa y Asia.
“Si así hubiera sido Acapulco habría quedado como uno de los puertos del Pacífico de mayor importancia comercial de la época. Ciertamente, hubo innumerables propuestas para comunicarlos mediante un ferrocarril con Veracruz, pero el tendido real de las vías se inclinó más a la vinculación del país con la potencia del norte y el mercado mundial que estas representaba, que buscar una integración más equilibrada de las regiones del país.”

Gato boca arriba

Diego Álvarez se defiende como gato boca arriba de la represión ordenada en su contra por Díaz. La encabeza su viejo enemigo, el general Vicente Jiménez, a cuya fuerza destruye en San Jerónimo de Juárez. Entonces marcha sobre Acapulco cuyos habitantes vivirán días de zozobra y terror, acosados por dos frentes. Bombardeados por un lado por el cañonero México, intentando aniquilar a Álvarez, y por el otro la furia desatada de las hordas de este mismo.
Con un machete en la mano derecha y un tenate en la izquierda para almacenar lo robado, aquellos desalmados forajidos pasaron sobre Acapulco matando y robando. El hijo del benemérito Juan Álvarez será comparado aquí con el propio Atila. No obstante, él mismo culpa de todo a Jiménez logrando así la tan ansiada reconciliación con Díaz. ¡Pelillos a la mar!

Cabildos

A tres lustros de que termine el Siglo XIX, el Ayuntamiento de Acapulco se formaliza con un nuevo Cabildo. Lo encabeza don Emanuel Bello y figura como síndico don Francisco Villamar. Son regidores Encarnación Salas, Juan Funes, Nicolás Uruñuela Elliot y Manuel Rojas.
Los nuevos inquilinos de la Casa Municipal serán el año siguiente: don Amado Olivar, presidente municipal, reapareciendo como síndico el dos veces alcalde don Faustino Liquidano Doria. Regidores: Anselmo Roldán, Pedro Delgado, Andrés Saucedo, Juan C. Clark, Donato Ocampo y Ramón Córdova.

Tiburonero

Fue este último, don Ramón Córdova Campos, todo un personaje en la vida del puerto. Dedicado a la pesca del tiburón y por ello conocido simplemente como Don Monche, El Tiburonero. Obtiene en 1920 una concesión federal para la captura de escualos, con base de operaciones en ¡Caleta! (entonces sin la compañía de Caletilla).
Don Monche y su gente no tenían que ir muy lejos por sus presas. Tendían las cimbras alrededor del islote para echarse luego a dormir en petates sobre la arena. Se ataban previamente las cuerdas a las piernas para sentir el jalón del animal al tragarse la carnada. Y esto era jalar y jalar. Se obtenían toros, gatas, cornudas, tintoreras y muchos cazones.
Venía enseguida el fileteado y el salado de las lonjas para ser enviadas en contenderos con hielo a la ciudad de México. Directos al mercado de La Viga , donde los chilangos daban un tratamiento especial a las carnes para ofrecerlas como bacalao legítimo (¡Bara, bara: bacalao noruego de Noruega, traído de volada en avión, bara, bara!).
Los hígados del tiburón tenían otro destino, la ciudad de Puebla. Y es que allá se elaboraba la Emulsión de Scott, aborrecida por la infancia mexicana. “El bacalao es fuente de vitamina D necesaria para el desarrollo de huesos, dentadura y músculos y contra el raquitismo”. Famosa y temida por su presentación, la de un pescador cargando en la espalda un bacalao de su propio tamaño. (¡Existe! La acabamos de ver exhibida en una tienda: ¡guácatelas!).
Cuando en 1927 se abra la carretera México-Acapulco y empiecen a llegar los chilangos para apropiarse de Caleta, don Ramón Córdova tocará la necesaria retirada.

Antonio Pintos Sierra

Quizás recordando las cartas de un acapulqueño en las que demostraba su interés y preocupación por la suerte de Acapulco, el presidente Díaz ordena en 1887 que don Antonio Pintos Sierra sea nombrado presidente municipal de Acapulco. Dado su talante irónico, los móviles del oaxaqueño pudieron ser otros y no los enunciados. Quizás decirle a su otrora osado remitente: “A ver, cabroncito, si como roncas duermes”.
El alcalde Pintos Sierra estará acompañado en sus dos primeras administraciones por el doctor Antonio Butrón Díaz, como síndico y ediles Nicolás Uruñuela Elliot, Juan Valeriano, Aristeo Lobato, R. Martínez, A Vizcaíno, Crispín M, Rivera, José Mendiolea. También, Marcial Rivero, Tomás Vejar, Juan Terán Clark y Andrés Saucedo. El secretario siempre fue Manuel Condés de la Torre.

Enrique Lellier

Contratado por el alcalde Pintos Sierra, previa anuencia del prefecto político de Distrito, Francisco Leyva, el ingeniero francés Enrique Lallier levanta en 1889 el primer plano topográfico de Acapulco. Un documento que consigna elevaciones, barrios y calles cuyos nombres se conservan hoy mismo. Figuran en tal enumeración cerros como los de La Pinzona, El Fortín y Las Iguanas. Los barrios El Capire, El Teconche, El Mezón, El Rincón( La Playa), La Candelaria, Petaquillas y Tabares (absorbido por el de Petaquillas).
(Los prefectos políticos eran los brazos ejecutores de la voluntad presidencial en todo el país. En uso de tales poderes omnímodos, no pocos prefectos cometieron actos execrables contra la población, recibiendo el castigo merecido como el linchamiento. Ello no obstante el terror impuesto por la gendarmería y la policía rural del dictador).
La monografía incluye las calles El Correo (Álvaro Obregón- Cuauhtémoc), Terraplén (Cinco de Mayo) y Zaragoza (Juan R. Escudero). Lellier calcula la población de Acapulco en cinco mil habitantes fijos y ocho mil flotantes, en tanto que sus temperaturas fluctúan entre 29 y 34 grados al sol y 24 y 32 a la sombra.
Un texto impreso en el mapa, precisamente en el área dedicada a la bahía (nunca Santa Lucía), precisa que Acapulco es ciudad cabecera del Distrito de Tabares y uno de los puertos principales de la República Mexicana. Hermosa bahía de 5 kilómetros de largo por tres de ancho y profundidad de más de 83 metros. Puerto costero circundando por montañas que le guardan de los vientos del Norte y hacen un abrigo de los más seguros. Ciudad construida a medio círculo al pie de los cerros de La Pinzona, La Quebrada, La Mira, El Fortín y Las Iguanas. Su situación magnética: 160, 51´ LN y O. 63 Long del meridiano de México. Ciudad y Puerto destruida diez veces: tres por terremotos, tres por huracanes y cuatro por tempestades del mar.
El ingeniero francés anota en su plano topográfico de Acapulco que la Casa Municipal se ubica en la plaza principal (hoy edificio Pintos), albergando, además, la Prefectura de Distrito, las cárceles para hombres y para mujeres, el almacén, la imprenta, las caballerizas, jardín y excusado.
La escuela para niñas se ubicaban en la calle de La Paz, frente a la plaza Álvarez, mientras que la de niños estaba en las actuales Mina y Cinco de Mayo. La Aduana Marítima en José María Iglesias; la oficina de Correos atrás de la parroquia; los consulados de Guatemala y Estados Unidos en Jesús Carranza e Hidalgo, respectivamente.

La Casa Municipal

La venta de la Casa Municipal de Acapulco había sido autorizada por el Congreso Local desde 1879. El propósito, destinar los recursos obtenidos para la compra del abandonado convento de San Francisco y allí edificar un palacio municipal digno de Acapulco.
El alcalde Antonio Pintos Sierra entrará en acción.

468 ad