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Eduardo Pérez Haro

Los dilemas del cambio democrático

Para María Eugenia Peñalva

En el 2010 David Cameron, del Partido Conservador en Inglaterra, se alzó con la victoria sobre los laboristas. En el 2011 José Luis Rodríguez Zapatero del Partido Socialista Obrero Español es vencido por el conservador Partido Popular encabezado por el hoy presidente del Gobierno Mariano Rajoy. En Italia Mario Monti de centro izquierda asumió el cargo de primer ministro en noviembre de 2011, tras la renuncia del conservador Silvio Berlusconi. En abril de 2012 en las elecciones de Francia, el socialista Francoise Hollande se impone sobre el conservador Nicolas Sarkozy. Apenas hace un mes, en Grecia Antonis Samarás del conservador partido Nueva Democracia gana a Alexis Tsipras de la Coalición de la Izquierda Radical y a Evángelos Venizelos del Movimiento Socialista Panhelénico de ultraderecha. Recientemente, en Egipto Mohamed Mursi de la Hermandad Musulmana vence a la Junta militar que venía acompañando a Hosni Mubarak tras gobernar por casi 30 años. En México Enrique Peña Nieto del Partido Revolucionario Institucional vence al candidato de la izquierda Andrés Manuel López Obrador y lanza a tercer lugar al Partido Acción Nacional que entregará el poder el 1° de diciembre próximo.
La democracia se abre a la alternancia de los signos ideológicos de los partidos políticos, pero la sociedad de base vota con una orientación más allá del juego de las ideologías. Su orientación de fondo está dada por las expectativas sobre su “nivel” y “calidad de vida”. La experiencia de los diversos procesos electorales de los últimos tiempos es la de ejecutar el voto de castigo a los gobernantes que no responden a la expectativa social, sean de izquierdas o de derechas.
Los gobernantes se enfrentan a las limitaciones, por un lado, de un marco de condiciones internacionales y nacionales de carácter legal, institucional y políticas que los coartan, y de otro lado, a las que provienen de su propia condición como partidos ungidos a visiones premodernas, presiones de intereses creados, y la atracción de prácticas corruptocráticas. Pareciera que no pueden escapar a las redes del poder y la tentación. Su debilidad es recurrente porque los traiciona su condición bárbara o por la insuficiencia de su fuerza social contra los poderes fácticos de carácter económico o político, e incluso institucional cuando las normas están sostenidas por los dos primeros.
No obstante, la política está hecha para abrirse paso en ese marco de condiciones adversas. Existe la opción de pensar joven y asumir compromisos de Estado propios de la política cuando ésta se entiende como una responsabilidad de replicar lo que es bueno para uno como derecho del otro, eso es lo ético como basamento de la política. Eso es lo propio de la razón, lo inteligente, lo humano, esa es su naturaleza verdadera, lo que le diferencia del resto de los seres vivos, el zoon politikón de Aristóteles, el animal político, el ser social. Empero, la conciencia intercede en ello, la información y la formación, el conocimiento. Y en la era global, singularmente era de la información y del conocimiento, la sociedad informada y formada es el factor de contrapeso frente a la voracidad de los poderes fácticos.
No hay democracia sólida sin una sociedad informada y formada, y sin ésta no hay vanguardia, visión lúcida, clase dirigente. En su ausencia, lo que en su lugar se instala son mecanismos y aparatos de control. La alternancia no es por sí misma elemento definitorio de la democracia ni garantía del desarrollo acorde a las expectativas sociales que son las de la nación y el mundo. La alternancia sin sustrato social se torna volatilidad democrática, burocracias políticas provenientes de la especulación de sociedades desesperadas que van y vienen en busca de certezas frente a sus expectativas que en manos de los gobernantes se explicitan como promesas y detrás de un lenguaje “positivo” encubren el gran problema contemporáneo de la centralización financiera, los monopolios  sobre los medios de comunicación, el desdén por las actividades productivas y la subordinación de las expectativas de la sociedad de base que incluye no sólo las de los pobres sino las de las clases medias y las de los pequeños y medianos empresarios.
Los ciudadanos demandan empleo, los partidos y gobernantes ofrecen crecimiento económico, los ciudadanos piden bajar el costo de los satisfactores (alimentación, vivienda, etc.) los partidos y gobernantes ofrecen estabilidad macroeconómica, la demanda de empleo desde el discurso oficial se traduce como competitividad o reforma laboral (sic), el derecho a la información se entiende como cobertura al margen de la objetividad y la calidad de los contenidos, y lo mismo hacen con la exigencia sobre la educación.
Hay inconexión del lenguaje, porque hay diferencia de intereses y de perspectiva, no es un problema de términos, y sí, también “hay fractura generacional sin embargo, la fuente del conflicto no es la edad sino los derechos asociados a la misma”. (Barreiro Belén 2012). Es de llamar la atención, el juego en el que incurren  académicos e intelectuales al estar atrapados en el prurito de la “transición democrática” o la “consolidación democrática”, por la “civilidad de los eventos” en un asunto de formas “decentes” sin reparar en la movilidad de la sociedad de base como garante y factor sustantivo de la democracia y relacionado con ello, en la calidad de la representación y la congruencia de los representantes sociales incluido el presidente de la República respecto, no sólo del voto en sí, sino de las expectativas sociales que representan.
En México el pasado 1° de julio se cubrió la elección presidencial y del Congreso de diputados y senadores, y otros gobiernos estatales, congresos locales y municipios, pero ahí están los problemas del control de medios de información, del corporativismo sindical que bloquea la educación básica, las grandes limitaciones de distinto orden en la educación media y superior, el desempleo y la informalidad laboral, la pobreza y la marginación en más de la mitad de la población nacional, los que sin duda son el reto esencial de la democracia, y ello no puede confiarse a ver si sucede o no, precisa de la movilidad y la participación social.
En ningún país las transformaciones que han generado progresos y beneficios sociales amplios han sido posibles en ausencia de la participación de las sociedades de base, ni hay vanguardia efectiva de los representantes en su ausencia. El índice de calidad de la democracia en México estará dado por la participación social abierta, permanente y organizada hasta su nueva institucionalidad, lo cual significa reforma política. Y la calidad vanguardista de los gobernantes y partidos  políticos depende de ello. Y esto no es una razón pura, sino un factor de competencia nacional en la nueva etapa de la globalización que se abre a partir de la crisis de 2008 y que lleva en el centro a los jóvenes de la presente generación.

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