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Silvestre Pacheco León

RE-CUENTOS

*El Ocoxúchitl

(Primera de dos Partes)

Como cada año, el primer sábado de agosto los devotos del Santiago Apóstol acuden puntuales a la cita para cumplir con el rito del baile prehispánico del Ocoxúchitl.
En las calles del centro de Quechultenango los fieles devotos compiten por los lugares con los comerciantes que se establecen en torno al templo católico.
La fiesta anual del Ocoxúchitl inició temprano éste sábado con la misa al despertar el día. Antes de amanecer los fieles más puntuales se formaron ordenadamente en largas filas que durante el día crecían y desaparecían intermitentes ante la vigilancia de celosos policías municipales fuertemente armados, dispuestos en las puertas de acceso y salida de la iglesia.
Aunque muchos de los fieles coinciden en que la afluencia de visitantes ha disminuido comparada con años anteriores, ninguno se pone de acuerdo sobre sus causas, pues mientras que unos aducen a la crisis económica la reducción del número de visitantes, otros dicen que son las noticias alarmantes sobre la inseguridad que priva en la región y que se manifiesta en los retenes de policías comunitarios y municipales a lo largo de la cañada.
La división en las filas de la propia iglesia católica por el control de la festividad, alentada por las sectas que ganan presencia en el municipio también forman parte de la problemática que hasta los negocios resienten.
En la tarde del viernes los titulares de la hermandad del Santiago Apóstol instruyeron a sus miembros sobre la importancia de dar buena cara a los fieles que acuden al templo, pues son ellos quienes en amplio despliegue se ocupan de controlar el acceso de quienes tienen la promesa de bailar el Ocoxúchitl y de recompensarlos con una reliquia del santo.
La fiesta que trasciende las fronteras del estado no requiere de mayor promoción que la hecha por los miembros de las familias locales que se encargan de mantener informados a los interesados, ahora gracias al alcance y popularidad de las redes sociales.
La feria municipal en torno al santo patrón de Quechultenango que inició el 23 de julio y culminará el 15 de agosto, tiene al baile del Ocoxúchitl como el elemento central, aunque el origen del rito sea eminentemente indígena.
La mayoría de los visitantes y fieles no sabe ni pregunta sobre ése hecho que tiene mucho de pagano, pues les basta su fe por algún milagro recibido.
Las familias locales que vienen en plan de vacacionar comenzaron a llegar a los poblados de la cañada para la fiesta del Santiago Apóstol y de la Señora Santa Ana que oficialmente se celebra el 25 y el 26 de julio, en Quechultenango y Mochitlán, respectivamente.
Los estrechos valles y sus sembradíos que apenas hace una semana lucían milpas pequeñas, ahora son de un verde abigarrado y diverso que se va descubriendo a lo largo del camino como cultivos de maíz, cacahuate y frijol.
En el camino las familias guarecidas bajo la sombra de los huamúchiles esperan pacientes el paso de algún medio de transporte y cuando miran al camión o la combi que se aproximan, se levantan de pronto batiendo brazos como acostumbran detener a los animales.
Cuando el medio de transporte se detiene, uno a uno de los pasajeros sube con actitud de indiferencia frente a la docilidad del chofer.
Es en el campo cuando el viajero de la ciudad se da cuenta que el ritmo del tiempo cambia. Aquí los pasajeros piden la parada donde se les antoja y se tardan para pagar como si el tiempo fuera de ellos.
Cada pueblo que atraviesa la carretera da cuenta de las fiestas populares en cuyo nombre se cierran calles al servicio del comercio y de las danzas, o de los toros donados a los santos, en recorridos que los chamacos celebran con eufóricas carreras y gritos en una manifestación de que también las fiestas se globalizan.
En Mochitlán he visto a decenas de niños y jóvenes correr por las calles delante de los becerros donados al santo y que el mayordomo debe sacrificar a favor de quienes participan en la fiesta.
En Quechultenango la danza de las Cueras con sus 32 danzantes son ejemplo de la devoción y el compromiso con sus creencias, pues aparte de velar toda la noche, previa al 25 de julio y al primero de agosto, al día siguiente bailan sin descanso, obligados a portar la máscara y el sombrero lo que dura la fiesta. Por eso se justifica que tomen mezcal en lugar de agua, pues todos aseguran que esa bebida es como elíxir del que obtienen la energía necesaria para cumplir con las dos noches de velación y los cuatro días de danza.
Los fieles que llegan a bailar el Ocoxúchitl no penan menos, porque además de lo pesado que resulta el camino en estos días de calor, tienen que pasar largas horas formados en las filas y expuestos a los rayos del sol o a la lluvia, según sea el caso, antes de entrar al templo para cumplir su manda.
Para acceder a la iglesia y bailar, cada uno debe llevar en ambas manos su ramo de ocoxúchitl comprado en cualquier puesto de los que abundan en la plaza, luego se forman en tandas de unas cincuenta personas que la Hermandad del santo controla con el apoyo de media docena de policías que resguardan la puerta principal, armados como si estuvieran en un estado de guerra.
El atrio por el que cruzan los miles de peregrinos luce remodelado pero sin suficiente sombra, de manera que casi insolados entran a la nave principal del templo desde donde se escucha el ritmo acompasado del teponaxtle, instalado en el altar principal.
En parejas, y formados en fila, los fieles bailan frente al santo que desde la mañana ha sido bajado de su altar y colocado en el piso, al nivel de sus seguidores.
Cada peregrino tarda alrededor quince minutos bailando en cumplimiento de su promesa. Su paso es recatado y en seriedad, agitando con los brazos levantados sus ramos de ocoxúchitl que en ese ambiente de calor, sudor y catarsis colectiva adquiere un olor sui generis que dura varios días y entre cuyas propiedades la gente asegura que, tomado como té, sirve para curar infinidad de enfermedades.
Cuando los fieles llegan donde se encuentra el santo, frotan el ramo de ocoxúchitl sobre la imagen que incluye el caballo, luego entregan su limosna que se recoge en grandes alcancías mientras le entregan una flor, un cabo de vela o un trozo de tela del vestido del santo como reliquia.
A la salida de la iglesia los peregrinos puede optar entre la comida que gratuitamente ofrecen de parte de la mayordomía, y de particulares que apoyan voluntariamente la festividad, o pueden comer en las múltiples fondas que improvisadamente se instalan en las calles principales.
En fila se ponen también las personas que regalan agua simple y de sabor, estampas y escapularios del santo como recuerdo de la visita.
Durante los dos días, sábado y domingo, se ofrecen los servicios del santo y de la música prehispánica del teponaxtle para que los fieles cumplan con el baile ritual del ocoxúchitl.
En la noche del domingo el cierre de la fiesta estará a cargo de la danza de las Cueras que dispone de toda la nave de la iglesia para bailar completos los sones de la danza.
Éste día domingo es la despedida emocionada de los danzantes que han cumplido su promesa de toda la vida, y la oportunidad de quienes siguen la fiesta para admirar la danza de los cuatro alférez o capitanes del ejército del Santiago, quienes al ritmo de la flauta y el tambor se enfrentan en ruda batalla chocando sus machetes.
Es la batalla de los capitanes de rostros fieros y pelo hirsuto, armados con descomunales machetes, quienes se enfrentan en veloz carrera y hacen chocar los metales.
Así terminará el domingo la fiesta guerrera evocando los ritos prehispánicos donde el consumo de mezcal es ingrediente para alcanzar la euforia colectiva.

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