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Jesús Mendoza Zaragoza


El decálogo de Santa Cruz de la Sierra

Con la participación de delegados de más de 40 países, se realizó en julio pasado, en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) el Segundo Encuentro Mundial de los Movimientos Populares con la participación del presidente boliviano Evo Morales y del papa Francisco. El primero se había realizado en Roma en octubre del año pasado, convocado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz en acuerdo con diversas organizaciones populares con el fin de buscar caminos de inclusión social. Con estos encuentros se ha buscado construir una alternativa popular a la globalización excluyente que prevalece en las dinámicas económicas, políticas, sociales y culturales en el ámbito internacional.
Como fruto de este encuentro, que se desarrolló a lo largo de tres días, se redactó el llamado Decálogo de Santa Cruz, que incluye las conclusiones elaboradas a partir de los análisis, reflexiones y propuestas desarrolladas en dicho evento, que reflejan esa búsqueda de otro mundo posible, de una alternativa social al neoliberalismo, de manera que nadie sea excluido por razón alguna. Quiero destacar ahora algunos aspectos de esta búsqueda de los movimientos populares que no merecen quedarse en la penumbra.
Un valor importante que está en el fondo de este decálogo es el rescate de la utopía, como otro mundo posible para que nadie sea excluido. La carencia de utopías ha sido y sigue siendo el gran déficit en amplios espacios de la sociedad civil y de los movimientos sociales, que proponen reivindicaciones o demandan derechos ajustándose a los acotamientos neoliberales. Carecer de utopías, de esos sueños populares que visualicen un mundo para todos y no se queden en luchas inmediatistas es desastroso. Sin utopías, muy fácilmente se extravían o se apagan los esfuerzos por generar cambios en la sociedad. Las utopías sirven para mantener la esperanza ante las inmensas dificultades y para generar proyectos específicos con una visión de largo alcance. De hecho, los 10 puntos del Decálogo de Santa Cruz son una especie de esbozo de dicha utopía.
Una clave para entender el Decálogo de Santa Cruz es la palabra “inclusión”. Ante “un modelo social, político, económico y cultural donde el mercado y el dinero se han convertido en el eje regulador de las relaciones humanas en todos los niveles”, y ante “un sistema que no puede brindar tierra, techo y trabajo (las tres T) para todos”, se aspira a un modelo de vida “en el que la dignidad se alce por encima de todas las cosas”. Las diferencias por razone étnicas, color de la piel, género, origen, edad, religión y orientación sexual no deben ser vistas con recelo sino como oportunidades para construir un mundo plural en el que todos sean reconocidos y valorados. Por naturaleza el modelo neoliberal promovido por muchos gobiernos, es excluyente. Se enfoca al crecimiento económico pero no prevé la distribución de los bienes. En este sentido, es completamente normal la exclusión en temas como la alimentación, la salud, el trabajo, la educación, la vivienda, el conocimiento, y en todos los ámbitos de la sociedad.
La propuesta básica que los dos encuentros de los movimientos populares han impulsado se sintetiza en las tres T: tierra, techo y trabajo. Las tres T son lo mínimo de lo mínimo, representan las condiciones básicas necesarias para exigir todos los demás derechos. Son derechos sagrados que no solo tienen que ser reconocidos, sino plenamente garantizados. De hecho, el modelo de desarrollo que se promueve en México no implica esta garantía, al contrario, podemos afirmar que las llamadas reformas estructurales que se han aprobado generan más dificultades para ello puesto que son dictadas por la ortodoxia neoliberal para seguir excluyendo.
El discurso que el Papa dirigió a los participantes del encuentro de Santa Cruz, interpreta el sentir de los movimientos sociales cuando proclamó: “Digámoslo sin miedo: queremos un cambio, un cambio real, un cambio de estructuras. Este sistema ya no se aguanta, no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores, no lo aguantan las comunidades, no lo aguantan los pueblos… Y tampoco lo aguanta la Tierra, la hermana Madre Tierra como decía San Francisco”. El Decálogo, por su parte, afirma “el compromiso con los procesos de cambio de liberación como resultado de la acción de los pueblos organizados, que desde su memoria colectiva toman la historia en sus manos y deciden transformarla”.
Esto da pie a un aspecto fundamental que está implícito en los diez puntos, cuando se habla del sujeto de la transformación de la historia, de la alternativa social, de ese otro mundo posible: los pueblos organizados. Los cambios de largo alcance se dan cuando el pueblo se organiza y lo va construyendo con sus propias manos. Francisco expresó esto con unas palabras muy elocuentes: “Pueden hacer mucho. Ustedes, los más humildes, los explotados, los pobres y excluidos, pueden y hacen mucho. Me atrevo a decirles que el futuro de la humanidad está, en gran medida, en sus manos, en su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas, en la búsqueda cotidiana de «las tres T» ¿De acuerdo? (trabajo, techo, tierra) y también, en su participación protagónica en los grandes procesos de cambio, Cambios nacionales, cambios regionales y cambios mundiales. ¡No se achiquen!”.
Eventos como el de Santa Cruz de la Sierra permiten reconocer que aún hay sensibilidad para buscar una alternativa al modelo económico que genera tanta violencia y excluye a los pobres. En México, son escasos los esfuerzos sociales y populares que se trazan ese horizonte utópico para proyectar los cambios que necesitamos si queremos cambios profundos y duraderos. Esa maldita resignación social que tolera la exclusión sigue haciendo daño. Es necesaria una revolución y no reformas al modelo excluyente de la economía, que solo mitigan la pobreza y la violencia. Y, en este sentido, tiene que pensarse en una nueva forma de hacer política que rompa con los esquemas que han excluido al pueblo de las decisiones importantes. Nuestro contexto plagado de violencia, corrupción e impunidad urge a una profunda transformación social en la que el sujeto principal sea el mismo pueblo organizado. Sin esta condición no hay cambio que valga. El gran reto es poner las condiciones para que esto pueda suceder.

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