Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Jorge G. Castañeda

Wayne, una diplomacia decimonónica

La semana pasada se despidió de México Tony Wayne, embajador de Estados Unidos en nuestro país desde 2011, y sucesor del defenestrado y querible Carlos Pascual. A diferencia de Pascual, expulsado de México por Felipe Calderón debido a consideraciones que van de lo mezquino a lo peligroso, Wayne fue condecorado por el secretario de Relaciones con el Águila Azteca, recibido por Peña Nieto y festejado en la Cancillería. Su gestión fue celebrada por muchos, los mismos que deploraron la de Pascual, y fue incluso elevada al rango de modelo de diplomacia, por ejemplo por Jorge Chabat, uno de los internacionalistas más perspicaces de la academia y comentocracia mexicanas.
Chabat afirma que “ha sido muy eficaz en su labor, sin atraer los reflectores, manteniendo siempre un bajo perfil, es lo que debe de hacer un embajador. Nunca se caracterizó por (asumir) alguna posición polémica ni por declaraciones escandalosas.” En ocasiones esto es cierto, pero en general el mejor embajador es el que cumple al detalle con las instrucciones de sus jefes: el secretario y el Presidente, en México y en China. Hay pésimos embajadores de bajo perfil, cuya misión no consiste en esconderse, sino en abogar de manera abierta y vigorosa por los intereses de su país, tal y como los entiende el gobierno de turno. Ejemplos de este talante han sido casi siempre los enviados de Israel en Estados Unidos.
Wayne huía de los reflectores y de las actividades sociales, pero también de la claridad y contundencia de los mensajes públicos y privados. Si El Chapo fue capturado en parte gracias a la cooperación norteamericana, se fugó en parte gracias a los descuidos norteamericanos, producto de la discreción diplomática del embajador.
Y si el gobierno de Peña Nieto sigue sin dimensionar la magnitud de su verdadero desastre de derechos humanos en el plano internacional, es en parte porque Washington, a través del silencio de su embajada aquí, no dice en voz alta lo que sabe muy bien y expresa repetidamente en privado.
Pascual decía verdades en sus cables (en parte por eso lo corrió Calderón), en sus conversaciones, y en público. En ocasiones se le pasaba la mano, como a todas las personas dotadas de una inteligencia fuera de lo común y de una personalidad enérgica. A Wayne casi nunca se le pasó la mano, ni siquiera cuando el gobierno de México mentía descaradamente sobre asuntos donde sabía la verdad: por ejemplo, el número de estudiantes mexicanos en EU, tabulado mediante el número de visas expedidas por el Departamento de Estado. Me quedo con el alto perfil de Pascual en lugar de la diplomacia decimonónica de mi amigo y colega Chabat.

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