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Silvestre Pacheco León

RE-CUENTOS

* El Ocoxúchitl (Segunda y última parte)

Como todas las fiestas populares, la del baile del Ocoxúchitl en Quechultenango es una suma de la fe religiosa y la cooperación para los gastos de la comida y la bebida. Todo en abundancia consumido por todos.
Los peregrinos y fieles que llegan en multitud para bailar el Ocoxúchitl en honor del santo patrón de Quechultenango como promesa de un milagro recibido, además de sus ramos de ocoxúchitl, llevan flores, velas y veladoras, y dinero que entregan como limosna.
Las flores, en su mayoría gladiolas, rosas y claveles, que han adornado un rato el altar del santo patrón son regresadas como reliquias a los fieles, de manos de los miembros de la Hermandad.
Las velas y veladoras tienen el mismo fin, porque luego de entregadas se encienden para reponer las que se han consumido, en un intento de que el fuego perdure como parte de la ofrenda permanente. Los cabos de vela también se asumen como reliquias apreciadas porque dicen que encendidas en momentos de infortunio, son la luz que abre el entendimiento.
El dinero en limosna, además de servir como fuente de división entre grupos de la sociedad local, se aplica en el mantenimiento, la rehabilitación y en mejoras del templo católico.
Los peregrinos suelen recibir las reliquias del santo, comida y bebida, de parte de la mayordomía, con sólo encaminarse a su domicilio, pero también de los particulares que se instalan estratégicamente en el atrio y a lo largo de la calle por la que los fieles salen del templo.
Don Antonio Hernández y su familia cada año participan apoyando a los peregrinos. Este domingo desde temprano se han instalado bajo el árbol de trueno, dentro del atrio, donde preparan agua de jamaica y sirven los tacos de barbacoa del chivo que destinaron para la fiesta.
En la entrada de la iglesia, por toda la calle principal, los vendedores que más clientes tienen ofrecen ramos de ocoxúchitl, veladoras y flores, a cinco, a diez y a veinte pesos, respectivamente.
Frente al lugar donde estoy veo pasar toda clase de gente que lleva el mismo propósito. Caminan rápido atendiendo las indicaciones del policía sin reparar en el pleonasmo: ¡rápido, rápido, para que sea rápido!, grita el uniformado quien luego repite, ¡lo más rápido que sea posible que se pueda!
Entonces veo caminar a desvalidos, inválidos o discapacitados, familias completas en ambiente de fiesta. Señoras cargando a sus niños, muchachas con muchachos, que visten a la moda, viejos y viejas, mucha gente obesa.
La llovizna que cayó en la madrugada refrescó un poco el clima, pero de la nave principal de la iglesia repleta de gente bailando el Ocoxúchitl, se siente la corriente de calor que emana de los cuerpos.
Algunas personas salen sudando del templo, como si hubieran bailado zumba.
La misa del domingo hoy se adelantó a las 4 de la mañana y desde las cinco se abrió el baile del Ocoxúchitl anunciado con el estruendo del cueterío que despertó a toda la población.
El acontecimiento de mayor relevancia para los católicos que participan de la organización de la fiesta es que a partir de este año se cambiarán los padrinos de cada una de las tres imágenes del santo patrón que se habían perpetuado por años en el cargo.
Las familias Tejeda Ramírez, Alejo Morales y Ramírez Grande, padrinos de las imágenes que se veneran de Santiago, cargaron con la responsabilidad de llevar la cuelga cada año a los mayordomos.
El intercambio de parabienes entre mayordomos y padrinos, que incluyen comida, bebida, cuetes y veladoras, en un ambiente de fiesta, porque cada comitiva se hace acompañar de la música de viento, andando por las calles del pueblo, en adelante incluirá a nuevos padrinos cada año, lo cual supone ampliar la base social de quienes organizan la festividad.
Este año no hubo castillo de luces que es el espectáculo más esperado la noche del sábado, aunque abundaron los toritos que se quemaron con algarabía para regocijo de la gente.
La justificación de esa ausencia en la que se mide la capacidad económica del mayordomo o se exalta el nombre de quien lo dona, se escucha entre la misma gente asegurando que se debe a que los mayordomos no son de Quechultenango y desconocen por ello parte de las costumbres y responsabilidades de la mayordomía.
El colmo del desconocimiento de las tradiciones de parte de los mayordomos fue el que pronto se terminó el atole y los tamales en la velada del santo.
Esa escasez tan notoria y la desatención de no ofrecer siquiera café a los acompañantes generó la crítica despiadada de quienes participan de la fiesta y conocen las costumbres.
De los atractivos que luce Quechultenango, y que sin embargo no atrajeron las multitudes de otros años, está su moderno jardín recién inaugurado, que aunque parezca ajeno a su entorno refleja su pretensión de parecerse a una ciudad, y un llamativo reloj musical que luce en la torre de la iglesia anunciando melodiosamente las horas principales.
Si bien el comercio tampoco fue como en otros años, variedad en sus productos sí la hubo porque quitando los clásicos negocios de pulseras, esclavas, cadenas y dijes, también hubo zapatos, sombreros, huaraches, playeras, fotos e imágenes del santo, y hasta oraciones compuestas para pedimentos al santo patrón.
La Hermandad del Santiago puso varios puestos de productos: escapularios, libros, fotos enmarcadas, agua envasada, refrescos.
Las comidas tradicionales y los antojos de estas fiestas abundaron: tamales, atoles, picadas, mole, fritangas, chicharrones; pozole blanco, elopozole, pozole de camagua.
En torno a los festejos patronales el gobierno municipal organizó una semana cultural que incluyó el concurso de la Señorita Ocoxúchitl, el Paseo del Pendón y una serie de bailables y canciones, corrida de toros y carreras de caballos.
La danza de Las Cueras es otro capítulo del festejo y aporta todo el colorido, el ritmo y la música ancestral de los indígenas absorbidas por el rito católico.
Las Cueras bailan para el santo patrón, es la danza exclusiva del santo. Recogen velas y veladoras de las casas, los toritos y animales donados por los fieles. Bailan en la propia iglesia al término del Ocoxúchitl y en los domicilios de los mayordomos, quienes además de prestar la indumentaria a los danzantes, se hacen cargo de los gastos que generan: comidas y bebidas.
Por los danzantes la gente muestra un aprecio especial debido a que cada uno se viste cumpliendo una manda que requiere cierto sacrificio. Todos son hombres, en su mayoría jóvenes porque se ocupa voluntad y resistencia.
En los danzantes está permitido que tomen mezcal, porque esa bebida les ayuda a superar el cansancio. Hay personas que donan mezcal exclusivamente para la danza. Doña María Adelfa entregó a la danza hasta diez botellas de mezcal de dos litros cada una, adornadas con tan buen gusto que daba pena pensar en el fin que tendrían.
La fiesta anual del baile del Ocoxúchitl concluyó con la asistencia en pleno de los danzantes para hacer lo propio en el interior de la iglesia. Después del Ocoxúchitl tocado exclusivamente para ellos, se dispusieron a bailar los sones que no son para la vista ni el entendimiento del vulgo.
Es el baile de los capitanes, fieros guerreros cuyo rostro muestra una expresión que es de coraje y decisión para combatir.
Su atuendo: unas cueras que les cubren el torso, sus estandartes con el sol y la luna como dioses paganos, penachos y máscara para cubrirse el rostro y los cascabeles en sus tobillos que al bailar suenan en contraste con el machete sonoro.
Los cuatro danzantes son unos artistas que se crecen al ritmo de la flauta y el tambor tocados prodigiosamente por Hugo Pacheco, quien resguarda con celo cada uno de los sones que se tocan al final de la fiesta como bocadillo especial, sólo para iniciados.

[email protected] twitter@silvestrePL

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