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Saúl Escobar Toledo

Los números de la pobreza

Los informes recientes de Inegi y Coneval sobre la pobreza en México trajeron una buena noticia y otra mala: la buena es que, al ritmo que vamos, la pobreza extrema se extinguirá en… 200 años, según alerta el propio Consejo Coordinador Empresarial; la mala es que, de seguir las mismas tendencias, la pobreza a secas no se va acabar y cada vez incluye a más mexicanos.
Tratando de ser más precisos, los datos de estas instituciones muestran básicamente dos graves problemas: uno, casi la mitad de la población es pobre (46%) y dos, ésta aumentó en los últimos años. Lo primero nos habla de un problema que data de mucho tiempo y lo segundo de los efectos de la crisis mundial de 2008 que el gobierno mexicano no supo y todavía no sabe cómo encarar correctamente, por lo menos desde el interés de la mayoría de los mexicanos.
Desde luego, los informes proporcionan un conjunto de cifras que se pueden interpretar de varias maneras. La danza de los números ha dado lugar a diversos comentarios, algunos muy extravagantes como el de un comentarista que dijo que si la mitad de los mexicanos son pobres eso quiere decir que la otra mitad es de clase media, considerando esto último una buena noticia. O la de los funcionarios del gobierno que celebraron una leve caída de la pobreza extrema (100 mil personas) como una muestra de que se está avanzando, sin considerar que los mismos informes señalaban que 600 mil mexicanos más en comparación a 2012 (sumando en total 28 millones de mexicanos) sufren carencias por “acceso a la alimentación”, es decir no comen debidamente, pasan hambre.
En cuanto al problema estructural, de larga data, la población en pobreza no siempre ha sido de estas proporciones: la de 2014 es superior a la que había hace unos diez años. Las subidas y bajadas de estos índices, sin embargo, dejan al descubierto una verdad amarga: desde hace por lo menos 30 años el problema de la pobreza y la pobreza extrema no encuentra una solución, no avanzamos claramente, como lo han hecho otros países del mundo similares a México, y la pobreza ya se convirtió en parte de nuestro modo de vida. O más bien del patrón de funcionamiento de un capitalismo excluyente, depredador y poco productivo. Generaciones pasan y pasan, los jóvenes se vuelven hombres y mujeres maduros, y luego éstos se vuelven viejos, y toda su vida ha transcurrido en la pobreza, o se han ido a otro país, Estados Unidos, a buscar mejores oportunidades, o ambas cosas. Este modelo de capitalismo ha condenado a millones de familias mexicanas a las carencias más elementales no ahora, no desde 2012, sino desde hace décadas, por lo menos desde mediados de los ochenta, ya hace treinta años, y no se ve ninguna solución, ninguna mejoría sustantiva.
El otro problema, el coyuntural, es lo que explicaría básicamente el aumento del número de pobres entre 2012 y 2014. Resultado de la crisis mundial de 2008, al año siguiente la producción del país se desplomó y se perdieron cientos de miles de empleos. Por ello, los trabajos informales han seguido creciendo y, además, los empleos que se han recuperado están peor pagados, son de más baja calidad que los que había antes de la crisis. Según Enrique Provencio en su análisis Comentarios sobre la Encuesta de Gasto e Ingreso de los Hogares, Inegi 2014 (documento de trabajo del GNCD UNAM), el ingreso total de los mexicanos en 2014 estuvo 15% debajo de lo registrado en 2008. La situación se ha seguido agravando: en los últimos dos años los ingresos de los mexicanos disminuyeron en 3.5% sobre todo por la caída de los ingresos monetarios en casi 2%.
La caída de los ingresos de las familias explica pues, en buena medida, el aumento de la pobreza. De esta manera, el año pasado casi 64 millones de mexicanos “obtuvieron ingresos por debajo de la línea de bienestar”.
A pesar de que los ingresos derivados de un salario aumentaron, éstos siguen siendo insuficientes para garantizar en la mayoría de los hogares mexicanos un nivel de vida digno. Ello se explica porque casi dos terceras partes de los trabajadores mexicanos ganan poco (hasta tres salarios mínimos) y más de la mitad en empleos de baja calidad. Según el Inegi, el porcentaje de mexicanos que trabaja sin seguridad social sigue siendo muy alto (58.1%) y empeoró en el último año, lo mismo que los mexicanos que laboran en condiciones inadecuadas por sus bajos salarios o por hacerlo muy pocas horas.
Este es nuestro problema más grave hoy en día: un mercado laboral de bajos salarios e ingresos, y empleos y ocupaciones de mala calidad. Ocupaciones informales y empleos precarios explican también por qué los jóvenes menores de 18 años son más vulnerables, tienen las tasas más altas de pobreza y de pobreza extrema. Más del 40% de nuestros jóvenes no tienen opciones laborales dignas. Su vida laboral y educativa tiene un futuro muy adverso.
Bajos ingresos, bajos salarios, bajas remuneraciones por el trabajo no sólo empobrecen a los mexicanos, sino que se han convertido también en una traba al desarrollo pues lógicamente a menores ingresos hubo un menor gasto de los hogares (una caída de casi 5% entre 2012 y 2014). Se requiere una mayor demanda efectiva, un mayor ingreso de los mexicanos para consumir y mover a la economía. Una verdad tan elemental no se entiende por el actual gobierno a pesar de recomendaciones de diversos organismos nacionales e internacionales, hasta del FMI. No entienden y es probable que no entenderán: como ejemplo ahí está congelado (en términos reales) el salario mínimo, uno de los más bajos del mundo.
La crisis de nuestra estructura productiva, que no ofrece oportunidades dignas de empleo ni de ocupación explicaría también la situación de la población indígena: aquí la pobreza extrema es 4.5 veces mayor que en la población no indígena. Pero también la de los mexicanos que viven en el medio rural donde la pobreza extrema es más de tres veces mayor que en las áreas urbanas. Así que ser joven, indígena y vivir en zona rural es una condición asociada, más que en otros grupos de población, a la pobreza y la pobreza extrema. Y esta condición se convierte, en la mayoría de los casos, en una cadena perpetua a una vida de carencias, incluso de lo más elemental.
Todavía peor si se habita en uno de los seis estados más pobres del país: Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Puebla, Michoacán y Veracruz. Estas seis entidades concentran más de la tercera parte de los pobres del país (36.5%) y casi el 60% de los extremadamente pobres.
Aquí está una de las claves fundamentales de nuestra pobreza estructural, de nuestra segregación y exclusión social de décadas y quizás de siglos. La pobreza y el atraso están muy concentrados regionalmente. Y ningún gobierno ha entendido la necesidad de cambiar de fondo esta situación. Mientras la brecha regional se siga viendo como un problema de focalización de programas asistenciales, seguiremos siendo un país de pobres. Cuando se atrevan a cambiar de mentalidad y a diseñar y ejecutar programas de inversiones masivas para el desarrollo en estos estados, realmente estaremos haciendo algo por terminar con la pobreza.
El atraso estructural, sobre todo de algunas regiones, y una caída coyuntural (ya de varios años) asociada al empleo y los salarios, explican la pobreza pero también la enorme desigualdad social de México. Ambas cosas van casi siempre de la mano, pero no necesariamente tienen que ser de la misma estatura. Hay países muy desiguales con una pobreza a la baja, y hay países cada vez menos desiguales pero con una pobreza más o menos constante. En México, sin embargo, las dos cosas son igualmente dramáticas. Así lo indica el índice de Gini que resultó en 0.440 (mayor que en 2012) mientras que el promedio mundial es de 0.373. Así, el 1% de los hogares concentra el 21% del ingreso total y el 10% más acomodado tuvo ingresos 18 veces superiores al decil más pobre. (Ver Gerardo Esquivel, Desigualdad extrema en México, Oxfam, México, 2015 con datos de Standard World Income Database).
La desigualdad y la pobreza, problemas crónicos (y en este par de años empeorados), no son un destino fatal: se puede y se debe cambiar. Lo malo es que si no lo hacemos, nuestro futuro, a corto plazo, puede ser todavía peor.

Twitter: #saulescoba

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