Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Alcaldes de Acapulco (XXII)

En memoria de Rubén Espinosa Becerril, fotoperiodista.

Antonio Pintos Sierra

Cronistas de Acapulco, Carlos Adame Ríos y Alfonso Argudín Alcaraz, nos ofrecen semblanzas muy breves de la familia Pintos, cuyo tronco principal fue don Antonio Pintos Sierra, primer alcalde de Acapulco del siglo XX. Habría ocupado ese mismo cargo durante dos años del siglo 19 (1887 y 1888) y una última ocasión ya entrado el XX: 1909. Nuestros informantes, por cierto, serán alcaldes de Acapulco en tiempos distintos: Adame en 1933 y Argudín en 1984.
Originario de Tepecoacuilco, al norte de Chilpancingo, y acapulqueño por decisión propia, don Antonio fue patriarca aquí de dos grandes familias. Casado en primeras nupcias don doña Francisca Bello, originaria de Tixtla, procreó ocho hijos: Francisco, Federico, Rosalía, Guadalupe, Rafael, José de Jesús, Josefa y María. El primero y las dos últimas murieron jóvenes, sin descendencia. Federico fue papá de los Pintos-Carranza; Rafael de los Pintos Quevedo y José de Jesús de los Pintos Mazzini y de los Pintos Fox. Autor Don Pepe de una hermosa e impresionante colección fotográfica del puerto. Tras enviudar, don Antonio contrajo nupcias con doña Irene Lacunza procreando cuatro hijos: Rosendo, Guillermo, Rodolfo y Flora.
La recia personalidad del primero, don Rosendo, su honestidad intelectual y honradez profesional lo convertirán en un poderoso líder social acapulqueño. Será, también, alcalde de Acapulco además de cronista veraz y ameno de su tiempo. Varias de las empresas culturales encabezadas por él serán coronadas por el éxito. Entre otras la construcción del edifico de Secundaria Federal 22 (hoy 1), destruido por los sismos; la expropiación durante la Guerra Cristera del curato de la parroquia de La Soledad, para levantar allí la escuela primaria Manuel M. Acosta y finalmente la Biblioteca Federal Dr. Alfonso G. Alarcón.

El convento franciscano

Una vez que el Congreso del estado ha autorizado la venta del predio ocupado por la Casa Municipal, localizada en la plaza de armas, para destinar esos recursos a la construcción de una sede gubernamental digna de Acapulco, el alcalde Pintos Sierra entra en acción. Para empezar contrata peritos que determinen el valor de aquel predio, surgiendo de inmediato los desacuerdos. Un primer peritaje estimará en 3mil pesos el valor del predio de 19 varas y media de largo por 9 y media de ancho. Un segundo lo bajará 2 mil 150 pesos y un tercer lo pondrá al nivel del piso: 850 pesos. No obstante, se pagarán finalmente 3 mil 400 pesos.
La nueva Casa Municipal se construirá en el terreno que ocupó el convento franciscano dedicado a Santa María de Guía, toda ella vestida de azul y oro. Se había levantado en 1603 en un cerrito detrás de la parroquia hoy de NS de la Soledad. Franciscanos procedentes de Michoacán construyeron sus muros de adobe con sus propias manos y techumbre de teja. Funcionó como tal durante dos siglos. El Jefe Morelos lo usará en 1813 como hospital y baluarte de sus tropas.
Sucederá, sin embargo, que al maestro albañil contratado para levantar la nueva Casa Municipal, como se denominaba a la sede de los poderes locales, pedirá más terreno para poder edificarla conforme las características exigidas. El alcalde convoca entonces a sus pares para que autoricen un nuevo endeudamiento. Se comisiona al síndico Ignacio Fernández para pedir prestada la cantidad estrictamente necesaria. (“A poner otra vez mi cara de palo”, se quejaba) ¿A quién o a quiénes en este pinche pueblo donde la “jodencia” impera? La respuesta será la de siempre: a los únicos ricos de la región, a los dueños de las casas españolas.
La casa que hay que comprar para obtener el espacio requerido es la de don Guillermo Balboa , en Independencia número 3. Ha pedido por ella un mil 800 pesos “oro” aunque “los cabrones mañosos le pagaron con puros billetes nejos”, según versión del vecindario. Fue don Guillermo Balboa, siempre de blanco y sobrero negro, una reminiscencia del pasado por su carácter afable aún siendo servidor público, pero sobre todo por su verticalidad y honradez acrisolada. “Un hombre, se decía, de los que ya no se dan”.
(Un caso similar se repetirá 80 años más tarde. Cuando el alcalde Israel Nogueda Otero construya el palacio municipal sobre las ruinas del de don Antonio Pintos Sierra. (El Redondel). También sobre la calle Independencia, como en 1889, se levantaban casas cuyos espacios se requerían para la obra y por tanto expropiables. Dos de ellos: el edificio de una planta de Lola Garay y la residencia de adobe del doctor Ricardo Morlet Sutter. Esta vez todo terminará sin una sola queja por parte de los indemnizados y ni por pienso se repetirá aquel reproche de “cabrones mañosos”, escuchado en el siglo XIX).

El Palacio Municipal

El año de 1889, bajo la alcaldía de don Antonio Pintos, se inicia la construcción de la tradicional Casa Municipal que, una vez terminada, será flamante Palacio Municipal. Una construcción en forma de “U” en torno a un gran patio (cárcel municipal para hombres y mujeres), edificada con adobe y techos de teja. Por el noroeste se extendía hasta la calle Comonfort y por el oeste al principio de La Quebrada. Miraba al sureste un corredor sostenido por 18 columnas, dos puertas y dos ventanas al este y al sur diez puertas con barandal al frente. Bajo una torre de madera que albergaba al reloj municipal, descendía una gran escalinata que comunicaba con la calle de La Quebrada hasta llegar al Zócalo.

El reloj público

Una de las carátulas del reloj municipal miraba al patio de la cárcel y por ello lapidado una y mil veces. Las agresiones continuarán por años cada vez que marcaba los cuartos, la media, los tres cuartos y la hora. Estas se tornaban más agresivas cada vez que un reo recibía su sentencia, habiéndolas hasta por cuarenta años. “Ya cállate, hijo de la chingada”, clamaba. Según algunos custodios fue muy cantada en ese ámbito una canción de Roberto Cantoral; esa que dice: “reloj no marques las horas porque voy a enloquecer”.
La larga historia del reloj municipal terminará cuando se le baje para reparaciones y desaparezca misteriosamente. “¡Pinches mañosos, me dejaron sin tiempo!”, se quejaba Malaca, un popular vendedor invidente de billetes de lotería. El sí atenido a las horas sonoras.

Barrio Nuevo

Los cuatro mil habitantes de Acapulco se apiñaban en el centro de la ciudad y algunas calles aledañas, en tanto la población crecía desaforadamente. El alcalde Pintos Sierra decide entonces ampliar la mancha urbana hacia el oriente y para ello funda una nueva área poblacional denominada Barrio Nuevo. Mismo nombre del rancho propiedad de don Juan H. Luz Borbón (será alcalde de Acapulco en 1920), adquirido para tal proyecto. Honraba el lugar de nacimiento de la esposa de don Juan: doña Benita Nambo Guzmán, en Coyuca de Benítez.
El Barrio Nuevo se extendía hasta la enorme huerta de cocoteros de don Alberto Ponce (hoy edificios del IMSS y CFE) y su acceso era por la calle Correos. Más tarde, Álvaro Obregón y Cuauhtémoc a raíz del descubrimiento de sus restos del emperador en Ixcateopan.

La Quebrada

El coronel José María Lopetegui, quien como jefe de la guarnición del puerto había abierto finalmente el canal de aeración en La Quebrada, decide avecindarse en el puerto. El alcalde Pintos Sierra le autoriza construir su casa en aquel cerro, precisamente en el sitio donde se levantará más tarde el Hotel Jardín (hoy Recaudación de Rentas). Hospedería propiedad de doña Balbina Alarcón de Villalvazo, madre de dos alcaldes de Acapulco: Efrén (1936 y 1955) y Alfonso ( 1960) .
Otro atrevido que planta su residencia en la plancha del cerro quebrado fue un ingeniero de apellido Loyo; la construye de madera con su propio aljibe. Mismo sitio donde se montará luego el hotel Villa del Mar, de doña Martha Goldwin; más tarde Hotel El Faro, de don Francisco López, de La Unión, luego bajo el dominio de la muy querida Rosita Salas.

Sucedidos

1.- Los ochocientos noventa son pródigos en sucesos memorables. Nace aquí el 27 de mayo de 1890, a las cinco de la tarde, Juan Ranulfo Escudero Reguera. Sus padres, Francisco Escudero y Espronceda, de España, y doña Irene Reguera, de Ometepec. Lo registra el juez José María Leyva con el testimonio de Rufino Añorve y Ernesto Azaola.
2.- Nace aquí el 2 de mayo 1895 el niño José Azueta Abad, hijo del capitán de corbeta Manuel Azueta y doña Josefa Abad. El nacimiento tiene lugar en una casa de la calle José Ma. Arteaga (hoy Azueta), rentada por el capitán al servicio de la corbeta Zaragoza. Se ha traído a la familia en la creencia que estará aquí muy poco tiempo, pues ha decidido que su primer hijo sea jarocho. Algo pasará, sin embargo, que la corbeta no se moverá de la bahía durante un año, dando al traste con los planes del marino.
(Por cierto, los diputados al Congreso Local se enteran apenas de la existencia del chamaco Azueta que murió peleando en Veracruz contra los gringos e inscriben su nombre en los muros del recinto parlamentario. Más vale tarde…)
4.- Acapulco verá aparecer y desaparecer varios periódicos caracterizados por su falta de periodicidad. Entre ellos El Avisador, de corta existencia porque don José Muñúzuri, su editor, pretendió sostenerlo únicamente con avisos y suscripciones. La Sombra de Guerrero, de don Antonio Martínez, impreso en los talleres de don Procopio Camilo Díaz. La Voz del Pacífico, dirigido por don Andrés Alarcón, quien dejará de publicarlo porque “nadie en este pinche pueblo me hace caso”. El Imparcial, de don José Cañedo, muy bien impreso. El Iris del Sur, del licenciado Manuel Condés de la Torre, quien litigaba a través de sus editoriales.
3.- Muere el 11 de octubre de 1897 el doctor Roberto Sánchez Posada, un personaje destacado por su bondad y altruismo en el Acapulco de finales del siglo XIX. La casa que habitó con su esposa Josefita González (una de las famosas Mamitas González de la hospedería histórica), era entonces la más grande de Acapulco, albergue obligado de grandes personalidades. Buena parte de la misma era ocupada por el dispensario médico dedicado al servicio de los pobres. Hoy plazoleta Sor Juana Inés de la Cruz.
5.- El doctor Sánchez Posada había ocupado la alcaldía de Acapulco seis años atrás pero solo por la mitad del periodo, o sea, seis meses, y ni siquiera preguntará el porqué. Fue su síndico Juan Antonio Arizmendi y regidores Pedro R. Bello, Herlindo Liquidano, Homobono Batani, Marcelino Cárdenas y Gerónimo García. A su deceso el Cabildo en turno rendirá homenaje a sus prendas personales y entrega a los pobres imponiendo su nombre a la calle de su residencia, esquina con Quebrada.
6.- Gobernador interino por seis meses, Mariano Ortiz de Montellano lanza un decreto que casi levanta en armas a la alta burocracia de Guerrero. El número 24 del 28 de julio de 1893, ordenaba a la Tesorería General descontar a funcionarios, empleados civiles y militares un 10 por ciento de sus salarios cuando estos alcanzaran los 300 pesos o más. Formarían parte de una importante contribución de Guerrero para paliar la crisis financiera del país.
Las mismas mañas de don Porfirio, se dirá.

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