Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Aurelio Peláez

El Acapulco de Ricardo Garibay

 

En 1978, Ricardo Garibay (1923–1999, Hidalgo), ya era un escritor y un periodista propiamente consagrado. Como periodista o como escritor, el diario Excelsior en el que colaboraba, le encarga realizar un reportaje sobre Acapulco, que estaba entonces en el boom turístico, pero también el que adelantaba las desigualdades que 37 años después siguen vigentes, con el agravante de la mayor violencia.
“Tenia ya varios años de venir con frecuencia a Acapulco, y muchas páginas de ver y andar aquí, calles, cerros y playas. Pero ahora es otro el afán: nada de azar ni al desgaire de las vacaciones ni a la cacería del reportaje, nada tampoco para la novela, el poema; nada de eso sino vivir a fondo durante tres o cuatro meses cuanto se vive en Acapulco; que valgan esos cien días diez años de existencia natural, que el hombre encuentre dibujada en esos días su experiencia vivida o su posible experiencia…”, escribe en Acapulco, el libro resultado de ese trabajo.
La casa propia de Garibay se encontraba en Palomares, un regalo se supo entonces, del ex presidente Adolfo López Mateos.
“Venir a Acapulco a vivir es empresa a ratos sin sentido, porque el pequeño puerto que veías en una nuez se te aleja hasta el millón de habitantes y parece que estos no paran jamás de día y noche, y como de algún modo son vidas entreveradas, una te lleva a otra y éstas a la de allá y etcétera y tu no acabas de atar cabos: y luego, como vienes de oficio, porque dijiste tengo un afán desde hace tiempo pero no forma de comenzar, y te dijeron, ¿qué afán? Y dijiste, escribir un libro sobre Acapulco, Acapulco en la mano, pero mientras escribo de qué vivo, y te dijeron, lo financiaremos, ya, cuando sale, y dijiste, mañana temprano, y aquí estás, o sea que como vienes de oficio: ¡ya qué pasa, sacúdete despierta, hace dos horas que no te asombras, llevas diez minutos sin conocer a nadie más, no te han contado nada inaudito desde ayer en la madrugada, y esto se acaba, Acapulco desaparece ¿qué esperas? Dentro de un rato se habrán perdido para siempre las noticias que has venido a recoger…”.
Durante esos cuatro meses Garibay recorre y reporta de la situación en Acapulco. Entonces de la historia de las derrotadas guerrillas de Genaro Vázquez y Lucio Cabañas. Habla de la represión y de la guerra sucia del gobierno federal de Luis Echeverría y del estatal que encabezaba Rubén Figueroa Figueroa.
Garibay escribe también del Acapulco del Jet Set, de las historias de matones y de la violencia en la Costa Chica, de los curas guerrilleros de la Costa Grande, de las riquezas malhabidas del estado, de los presos políticos, pero sobre todo, habla del poder. Del poder del entonces gobernador Rubén Figueroa Figuueroa, quien es una especie de mecenas de ese trabajo y a quien literalmente destroza.

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En el Acapulco de 1978, el presidente municipal era Febronio Díaz Figueroa, amigo del entonces presidente José López Portillo, y es gobernador, Rubén Figueroa Figueroa. Como consecuencia de este desarrollo, impulsado por el régimen del ex presidente Miguel Alemán, Acapulco concentra toda la actividad económica del estado.
Los habitantes de las regiones todas del país, llegan a vivir al puerto y sus terrenos aledaños, ante la falta de inversión para el desarrollo. La ciudad es un contraste entre la opulencia y la pobreza, Es ese el fenómeno que viene a registrar Garibay.
Pero Garibay es propiamente un periodista de la vieja escuela, en tiempos donde la ética de los medios no se había establecido como una regla profesional de cero apoyos del gobierno. Acapulco, es un testimonio incluso de la vieja escuela del periodismo, donde los códigos de éticas eran laxos, pero donde sobresale el cinismo de Garibay para sobreponerse a las ayudas para el trabajo y presentar un honesto y desgarrador retrato del Acapulco de entonces.
“–Permíteme ser tu anfitrión –dice Rubén Figueroa, que gobernaba Guerrero con ceños y sonrisas, esa insólita y mexicana y a veces eficaz mezcla de rusticismo y Larousse, herencia última y rescoldo casi apagado que allá calienta todavía, alienta como trabajosa nostalgia de 2010: el hombrazo de leyenda, empresario internacional, up to date e inapelable patriarca medieval –Permite –añade, adorna– que este reiterado amigo tuyo se encargue de tu instalación, y cual modesto Virgilio tropical te guíe, así sea a distancia y por intermedio de sus funcionarios, por los siete círculos de este inextricable infierno que es Acapulco, inextricable infierno y deleitable paraíso, al mismo tiempo, si nomás te digo que aquí el Dante tuviera que contar, pero de verdad y de primera mano, en vez de andar cacheteando los sesos con tantas utopías y chingaderas, como se puso a inventar…”.
Durante esos meses, Garibay fue financiado en su trabajo y en sus parrandas por el presupuesto del gobierno del estado. El que aprobaba el entonces gobernador Figueroa, a quien describe así:… “Rubén lleva dos horas en el agua, son las ocho a.m. Es nadador notable, y cuando viene al Puerto trata coas públicas mientras flota sin dificultad, moviéndose apenas. A la orilla de la alberca funcionarios y guardias de seguridad, fuentes colmadas de frutas, vajillas de lindo barro jarras de café serrano excelente. El gran vientre del político parece un globo peludo en el que se mece la cabeza de Rubén, de cuando los pies y las rodillas se asoman por allá, debajo del globo, como adherencias móviles, minúsculas…. Va saliendo del tanque. Chorreante ballenato. Bata y toalla relampaguentes. Cuarentaicinco amartillada, a la bolsa de la bata por ayudante velocícismo y discretísimo. Rubén viene derecho a los biscochos”.
Es una especie de periodismo cínico, de los setentas. Qué se podía más. Garibay se las arregla como puede.  Como cuando por esos años se arregló el reportaje Las glorias del Gran Púas. Con un Rubén Olivares inaccesible. Lo mismo pasó con Figueroa.
“Ya no te quito tiempo, mi querido Garibay. Vete a trabajar sabiendo que estás en tierra y casa de amigos –y se vuelve a ver el efecto de sus palabras: aprobaciones, sonrisas, ademanes de despedidas, alguien inicia unas alabanzas de las que más me gustan– Aquí Rogelio me hará el favor de hablar contigo…
–Sí señor gobernador. Yo me encargaré personalmente.
–Gracias Rubén. De veras gracias.
–Pero… -¿vas a decir la verdad?
–La voy a decir.
–¿Toda…?
–Toda.
–¿Y si tienes que chingar a tu amigo? –y se señala. Grandes risotadas. Una especie de colectivo eructo, de júbilos, temores y descaros.
–¿Eh? A ver…
–Con la verdad no espero chingar a mis amigos.

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Tras este reportaje, publicado por la editorial Grijalbo, Garibay ya no regresó a Acapulco. Argumentó que lo amenazaron de muerte.

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