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Silvestre Pacheco León

RE-CUENTOS

Cada año los fieles seguidores del santo patrón de Quechultenango acuden a su santuario para reafirmar su fe en los milagros que realiza Santiago Apóstol.
Las peregrinaciones llegan de todas partes durante los ocho días que dura la fiesta. Se calcula entre 150 mil y 200 mil el número de visitantes que llegan a la cabecera municipal de este pueblo enclavado en el corazón de la cañada del río Huacapa a cumplir la manda de bailar el ocoxúchitl, un ritual prehispánico que dura 24 horas repartidas en dos sesiones, entre el sábado y el domingo de la primera semana de agosto.
Santiago era el apóstol más cercano a Jesús y cuentan que éste le tenía especial aprecio, por eso sus seguidores confían en la eficacia de sus ruegos ante tan ilustre intermediario.
Pero si bien, Santiago ayuda a que se cumplan los milagros, se sabe que su castigo suele ser ejemplar contra todo aquel que lo incomoda.
He aquí dos ejemplos:

Quiero ver un milagro tuyo

María vivió en Quechultenango hasta su adolescencia y la mayor parte de su vida la pasó fuera de su pueblo, sin embargo nunca perdió sus raíces. De cuando en cuando volvía a Quechultenango en las festividades del pueblo y si en algo se distinguía en su familia era por su cercanía con la iglesia, apegada como pocas a cumplir sus mandamientos.
No podría decir si era más devota del santo patrón del pueblo que de la virgen María o de nuestra Señora del Carmen, de quien portaba siempre un escapulario, pero nunca le pasaban desapercibidas sus fiestas, misas y rezos.
En una ocasión su hijo menor penaba por el problema del nacimiento de sus dientes. La comezón de las encías le ocasionaba disgusto y su llanto afligía a su mamá quien para calmarlo le había comprado unos chochitos de colores llamativos que guardaba lejos del alcance de su hija, en un tubo de vidrio como los que se usan para poner las muestras de sangre en los laboratorios.
Un descuido del padre provocó el accidente, pues se le ocurrió bajar los chochos del ropero sin fijarse que los dejó al alcance de la niña quien había aprendido lo que su madre hacía cada vez que su hermanito se inquietaba y lloraba.
Un día mientras la madre realizaba sus labores en la cocina, la niña tomó el tubo de vidrio con los chochos y se lo entregó al hermanito quien sin miramiento alguno comenzó a morder el envase pretendiendo alcanzar los chochos.
Fue el ruido peculiar que se escucha cuando alguien se está ahogando lo que puso en alerta a su madre.
Cuando María miró al niño vomitando, con el tubo de chochos mordido en la mano, gritó desesperada y quiso sacarle con los dedos los vidrios que se estaba tragando y que lo ahogaban.
Luego cargó al niño y salió corriendo desesperada a la calle, pidiendo a gritos ayuda porque su hijo se moría. En la esquina sólo estaba el grupo de vagos que se juntaban para emborracharse, y entre ellos uno acudió para auxiliarla.
El muchacho cargó al niño mientras corrían en busca del médico que por fortuna tenía su consultorio a dos cuadras de la casa.
En la carrera la madre desesperada pidió el milagro a Santiago para que su hijo se salvara.
-¡Señor Santiago, ahora quiero ver un milagro tuyo, salva a mi criatura!
Cuando el médico atendió al niño, éste había dejado de llorar y se comportaba como si nada hubiera sucedido.
El médico recomendó observarlo todo el tiempo, le tomó unas placas en las que miró residuos de vidrio en su estómago y pidió revisar con lupa sus evacuaciones.
De regreso a casa el niño durmió plácidamente toda la noche mientras su madre se mantenía en vela revisando las evacuaciones en las que jamás encontró rastros de vidrio.
El milagro estaba hecho y la promesa para agradecerlo fue vestir a los dos niños de macehuales para que bailaran en la festividad del santo patrón de Quechultenango algunos años después.

El castigo de la dentadura

Galdino Ríos cumplió su manda de vestirse de Santiago en la danza de las Cueras a finales de la década de los sesenta. Ya vivía en la ciudad de México cuando la Hermandad le avisó que había llegado su turno para vestirse del Santiago como era su promesa, por eso se vio obligado a pedir permiso en su trabajo para atender los ensayos y estar en toda la fiesta del pueblo que comienza el 23 de julio y termina el domingo de la primera semana de agosto, cuando se cumple la Octava del santo y se baila el ocoxúchitl.
Cansado de tanto bailar, teniendo que batallar matando a todas la Cueras al final de cada presentación, como lo dicta el libreto, Galdino ya no quiso esperarse a cumplir con la ceremonia de la despedida del santo al terminar la festividad con el baile del ocoxúchitl.
Ése primer domingo de agosto cuando terminaron de bailar en la casa del mayordomo, donde también comieron todos los danzantes, Galdino decidió irse a su casa y quitarse la indumentaria para aprovechar la tarde del día domingo con su novia.
Como es tradición en Quechultenango que todos los miembros de la danza de las Cueras terminan su promesa despidiéndose con un baile frente al Santo Patrón, en la nave principal del templo, ya avanzada la noche del domingo, a Galdino le pareció que los demás danzantes bien podían prescindir de su presencia, aún cuando él sabía que encarnaba al personaje principal de la danza, quien en dura batalla termina venciendo y sometiendo a la religión católica a todos los paganos, indios y musulmanes.
Cuando llegó a su casa a cambiarse de ropa su mamá Adulfa enterada de todo el protocolo religioso de la danza, se sorprendió de la presencia de su hijo y le preguntó si no iban a despedirse en el templo, como era la costumbre.
-Ya estoy muy cansado y no pienso bailar otra vez, vengo a desvestirme, le dijo en tono decidido.
Sin hacer caso a la mamá que le insistía en terminar bien su compromiso como danzante, Galdino comenzó a quitarse él mismo cada parte del atuendo porque su madre, contrariada, se negó a prestarle ayuda.
Procedió a desamarrarse el nudo del barbiquejo para quitarse el sombrero, luego la peluca de la que pende la gruesa trenza, y en seguida la máscara de madera que suele ser lo más incómodo para el danzante.
En cuanto se retiró la máscara del Santiago, Galdino sintió algo raro dentro de su boca, como si esa cavidad hubiera crecido de pronto debido a la ausencia de sus dientes, y se asustó más cuando quiso comprobar si no estaba soñando, metiéndose los dedos de la mano en la boca .
En ése momento no le dijo nada a su madre sobre la confirmación de la ausencia de sus dientes porque cayó en la cuenta de que estaba viviendo un castigo del santo, molesto porque él no había cumplido su promesa completa.
Por eso en menos tiempo de lo que le llevó quitarse el sombrero y la máscara, se vistió a toda prisa con la indumentaria de Santiago y salió corriendo de su casa rumbo al templo.
Todavía no llegaba al atrio donde sus compañeros de la danza esperaban su turno para entrar a la iglesia cuando Galdino comenzó a sentir que ya era portador de sus dientes.
Con alegría ejecutó su último baile repitiendo al final la dura batalla en la que masacra a los enemigos del catolicismo.
Al despedirse de la imagen del Santo Patrón, Galdino lloró recordando el susto de haberse quedado sin dientes por un momento, todo por no querer cumplir voluntariamente con la promesa completa.
Después de la fiesta del ocoxúchitl él mismo se encargó de propagar lo sucedido para que en adelante los danzantes tomaran en cuenta su experiencia.

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